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quo pacto Alphonso ab Augusti luco rem gerente aliarum quinque numero, et cultu, et religione accesserunt.»

Andrés Bernaldez, conocido comunmente por el Cura de los Palacios, y muchos otros autores que han gozado de fama y reputación, incurren igualmente en errores más ó menos notables; y de aquí el procurar por nuestra parte separarnos del camino de la fábula, y con el exámen de los documentos que hemos podido adquirir y que nos suministran noticias exactas sobre la conquista de nuestras islas, y consultando á los historiadores más selectos, y á los cronistas de la época, procuraremos proceder con el debido acierto en la relación de los acontecimientos y no hacer lo que el célebre Jerónimo de Zurita, escribir graves errores.

Estudiando á Gomez Escudero, capellán de Juan Rejón, y á Antonio Cedeño soldado de su ejército, nótase en estos cronistas rasgos de sencillez y de veracidad que les hacen merecedores de todo crédito, en cuanto se refiere á hechos que presenciaron, si bien he notado algunos anacronismos respecto á las fechas; anacronismos que habré de corregir, así como también cuanto se refiere á la época anterior á la conquista, en que ambos incurren en faltas en cierto modo imperdonables.

El Padre Fray Alonso de Espinosa tan sólo se ocupó de los Guanches, naturales de la isla de Tenerife, aprovechando la ocasión para describir con minuciosos detalles los portentosos milagros atribuidos á la Virgen de Candelaria, en Güimar.

El canónigo Don Bartolomé Cairasco de Figueroa y el bachiller don Antonio de Viana escribieron en verso la historia de las Canarias, sacrificando á veces la verdad á la belleza de la inspiración.

El Padre Abreu Galindo con gran copia de documentos continuó los trabajos de don Juan Núñez de la Peña,haciendo ver numerosos errores en que éste había incurrido.

Una preciosa joya es el Padre Fray José de Sosa, historiador concienzudo, siempre deseoso de llegar á la verdad en medio del laberinto de contradicciones de los que escribieron antes.

Célebre es también, como historiador, el doctor don Tomás Arias Marín y Cubas; pero se resiente mucho de su situación, como Familiar del Santo Oficio de la Inquisición, notándose cierta ampulosidad en su estilo y marcado prurito en querer demostrar que conocía los clásicos latinos, poniendo en evidencia los brillantes estudios que hizo en la Universidad de Salamanca, de la que era doctor.

Tampoco don Pedro Agustín del Castillo dió pruebas de independencia en sus relatos, entregando sus manuscritos al Prebendado don Diego Alvarez de Silva, natural de Teror, que escribió una obra sobre los milagros de la Virgen del Pino aparecida en aquel lugar, construcción del templo donde hoy se venera, solemnidades y fiestas y sermones en que el mismo Prebendado tomó parte muy activa con sus predicaciones. Castillo valía indudablemente más que Alvarez; pero demuestra que aquel escribía bajo la presión de un religioso fanatismo, cuando, en medio de protestas de fé, dice, dirigiéndose á Alvarez, «que se sujetaba con la mayor humildad á su corrección. >>

Ya á fines del siglo pasado preséntase el Presbítero don José de Viera y Clavijo, más tarde Arcediano de la Catedral de Canarias, hombre de sólida y vastísima erudición, de espíritu levantado y de gusto exquisito, cuyos viajes por Francia, Alemania, Austria, Italia y otros paises, le dieron á conocer en el mundo Europeo, poniéndole en contacto con los hombres más eminentes de aquella época, oyendo en Sorbona y en otras Universidades á los hombres que entonces llenaban el mundo con su saber. Publicó varias obras que le dieron nombre como historiador y sabio naturalista, sobresaliendo entre ellas sus Noticias históricas sobre las Canarias, donde recopiló todo lo dicho por los escritores que le precedieron, haciendo manifestación de los errores en que habían incurrido.

Por último, y en nuestra época, el que es particular amigo nuestro, don Agustín Millares y Torres, dió á luz su Historia de Gran Canaria, publicada en 1860, habiendo principiado á publicar posteriormente la Historia general de las

islas Canarias, de cuya obra sólo ha dado á luz el primer volumen, que ha sido recibido con general aplauso, por la riqueza de datos que contiene, por su método y por el juicio acertado con que trata todas las cuestiones, á pesar de no llegar aún á la época de la conquista.

Cuando se lee la historia, cuando se estudia y se medita sobre el hombre y se forma juicio sobre sus hechos, parece que se le encuentra desprovisto, en la resultante de sus acciones, de todas aquellas facultades que le deben dar á conocer como ente moral, porque las acciones que más cree que le ensalzan y á las cuales rinde culto con la mayor solemnidad, no son otra cosa que desolación, exterminio y muerte.

¿Puede considerarse como moral el desastroso efecto del espíritu de conquista en todos tiempos y en todas partes?¿Con qué criterio imparcial deben juzgarse los llamados glo. riosos hechos de la conquista de Granada, y qué opinion ha brémos de formar de los autos del Tribunal de la Inquisición y del edicto de 31 de Marzo de 1492, expulsando de España á los judíos, y entregando á sus familias á la voraci dad de pueblos instigados por aquellos mismos que debían considerar al hombre como hermano?-¿Qué diferencia encontramos entre el pagano Diocleciano condenando á los cristianos al martirio, y entre los que entregaron á los judíos á ser despedazados sin piedad por los que se decían adoradores de una religión toda paz, caridad y persuasión?

Si bien los historiadores contemporáneos se hallaban por el temor coartados para juzgar los hechos tales cuales son en sí, y con un juicio acertado, los que han escrito después,comprendiendo su verdadera misión y haciendo severa justicia á lamentables errores, los han puesto de manifiesto combatiendo con datos irrecusables á los que, aun cegados por las tinieblas del oscurantismo, han querido divinizar crímenes de pasados siglos.

El mismo historiador Padre Mariana, de la Compañía de Jesús se ha visto obligado á confesar, que tan sólo en Sevilla, en el primer año del establecimiento del odiado Tribunal de la Inquisición, bajo el tristemente célebre Torque

mada fueron quemadas vivas 2.000 personas, otras 2.000 en estatua y 7.000 penitenciados (lib. XXIV, cap. 17). Y el inquisidor Diego Rodríguez Lucero se hizo no menos célebre como «hombre cruel é iracundo, que se estaba valiendo de >>las artes más inícuas para castigar de un modo que estre>>mece, á pretexto de judaizantes, multitud de personas de >> ambos sexos pertenecientes á las familias más distingui>>das.» (Lafuente, lib. IV cap. XXI, pág. 300). ¿Qué más? Hasta se entregaron á las llamas obras de inmenso valor y bibliotecas enteras; pues es sabido que el mismo Cardenal Jimenez de Cisneros mandó dar fuego á las bibliotecas árabes, preciadas fuentes de saber en aquellos tiempos.

Estremece la historia de ese terrible tribunal, y no se alcanza á comprender como se constituían en autoridad, superior á los reyes, hombres que alentados de la más odiosa perversidad, se complacían en atormentar y en destruir inicuamente y á sangre fría á sus semejantes. No hay historiador alguno de noble corazón y de espíritu recto y justiciero, sacerdote ó seglar, que no fulmine contra aquella situación todo género de anatemas y de desprecios.

Y sin embargo, estos hechos no son sino un átomo insignificante en el mundo de las pasadas crueldades. Donde quiera se encuentra al hombre destruyendo al hombre; en todos tiempos, en todas las razas, en todos los paises civilizados ó salvajes, en todas las religiones, y bajo todos los sistemas de gobierno, se vé la irrefutable lógica de los hechos confirmando esa lucha sin tregua de devastación y exterminio para saciar únicamente la ambición y la vanidad.

El monumento de la grandeza de las naciones se ha levantado con cemento amasado con lágrimas y sangre y con osamentas de víctimas inmoladas por la crueldad del hombre. ¡Pobre humanidad!

Y sin embargo, á esos hombres que tantos males han causado, otros hombres los han llamado héroes, y les han erigido estatuas, y les han dedicado santuarios, y les han encumbrado hasta el nivel de los dioses. Pero esas estatuas aparecen quebradas en la superficie y descansando sobre un

subsuelo cenagoso que podemos llamar la índole humana. La historia de las Canarias es justificante de lo dicho; quizá sea la época de su conquista una de las páginas más elocuentes del histórico drama de la humanidad.

TOMO III.-4.

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