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historiador canario Don José de Viera y Clavijo, en la carta que publiqué en la página 517 del tomo 2.o dirigida á un amigo de la Villa de la Orotava, le hacía presente sus disgustos, gastos y contratiempos, ¿qué diría yo, recordando también pasados y presentes disgustos, cuantiosos gastos, contratiempos no interrumpidos, que me han herido profundamente, no tanto por lo que personalmente hayan podido afectarme, sino por las molestias causadas por injustificadas persecuciones á respetables personas que ya desgraciadamente no existen y que me dispensaron franca y leal amistad?

Figura al frente de mis trabajos el nombre de mi queridísimo tío Don Gregorio Chil y Morales, Canónigo de esta Catedral, á quien tanto debo y á quien por gratitud, cariño y reconocimiento dediqué esta obra, que hoy consagro á sn memoria; en sus páginas se encuentra también el nombre del amigo inolvidable, del concienzudo pensador el Presbítero Licenciado en derecho civil y canónico Don Emiliano Martínez de Escobar, que tan buenos servicios me prestó con su ilustrado criterio. Ambos tuvieron que sufrir las consecuencias del afecto con que me distinguían: el primero por haber aceptado mi dedicatoria; el segundo por haberme prestado su valiosa colaboración. Hay gentes que llevan su injustificada zaña hasta más allá de la tumba, y ni siquiera les retrae la inviolabilidad del secreto impenetrable de la muerte.

Por lo que á mí atañe, vivo aún; y apenas han hecho mella sensible en mi ánimo los disgustos intentados al tratar de atacarme hasta en mi honra profesional. Yo sé perdonar las ofensas y las perdono; pero lo que nunca puede perdonarse es la mordacidad de la ignorancia al querer calumniar á la ciencia.

El tiempo vá ya exclareciendo la verdad, y en definitiva. fallará el proceso.

Á los dos nombres de recuerdo cariñoso que he consignado, debo añadir el del Licenciado Don Bartolomé Martínez de Escobar, jurisconsulto de merecida reputación, literato

de exquisito gusto, cuyos consejos y acertadas observaciones siempre tuve presentes.

Á ninguno de ellos olvidaré nunca, porque yo no sé olvidar; porque soy agradecido; porque conservo en mi alma recuerdos santos de entrañable afecto.

¿Cómo olvidar al tío queridísimo á quien debo la poca instrucción que tengo de la mucha que él poseia? No es posible alejar de la memoria las cartas verdaderamente evangélicas que durante mis estudios en París me dirigía. «Piensa siempre en Dios, me decía, medita sobre su grandeza; has siempre el bien, y considerarás á todos más desgraciados que tú.»

¿Cómo olvidar á los amigos, cuya respetable memoria, y la expresión de su afecto, parece que me dán alientos para mi empresa?

Yo debo á la liberalidad de aquél su numerosa biblioteca, que es la riqueza que más aprecio y que más me satisface. Yo debo también al cariño del Licenciado Don Emiliano Martinez de Escobar su magnífica biblioteca, que me legó en su testamento, para que á mi muerte pasase á enriquecer la del Museo Canario, á cuyo establecimiento profesaba entrañable aprecio, citando siempre sacerdotes de saber que habían cooperado al desenvolvimiento de las ciencias.

Repito que al continuar estos estudios, la memoria de esos amigos me anima, como me anima la solicitud del Doctor Don Juan Padilla y del Licenciado Don Amaranto Martínez de Escobar, hermano éste del malogrado don Emiliano, é hijos ambos del Licenciado don Bartolomé Martinez de Escobar. Y anímanme igualmente las continuadas instancias de eruditos amigos del extranjero, á quienes el estudio de las Canarias les interesa tanto como si se tratase de su mismo país.

Yo no dejo de conocer que existe cierto desórden en mis estudios, que en una nueva edición pudiera corregirse; pero ello es debido á mi afán de acumular cuantos datos, noticias y documentos he llegado á encontrar para justificar mis apreciaciones y exclarecer muchos puntos dudosos. Por

ello debe disimularse la falta, en todo tiempo subsanable. La parte conjetural de la Historia está impresa; pero esas mismas conjeturas se han traducido ya en hechos verdaderamente matemáticos en el terreno de la ciencia y en el crisol del análisis.

Hemos principiado por los tiempos prehistóricos, cuyos magníficos ejemplares de piedra, se conservan en el Museo Canario; seguimos con los tiempos protohistóricos, y tropezamos con ese período nebuloso, en el que, desde Platón hasta los marselleses se llevaron á cabo diversas expediciones y reconocimientos en el Oceano Atlántico. Durante ese período, las Canarias principian á dibujarse en ese clarooscuro de la antigüedad; y entrando en los tiempos históricos, Plinio nos las dá á conocer, y entre fábulas y leyendas mitológicas de que son objeto, continúan llamando la atención y la codicia de aventureros navegantes hasta la arribada de Juan de Bethencourt en 1402, en que principió la conquista cambiando radicalmente su estado sociológico.

Conocidas ya para el mundo europeo, natural era que me ocupara de la etimología de sus nombres, de su geografía y de sus primitivos habitantes, procurando reconstituir la historia de un pueblo relativamente ilustre por su especial civilización, y superior, bajo todos sus aspectos,á los demás pueblos que antes y después han aparecido á la luz del progreso.

Pero, ¿se puede considerar como hecha la historia del. pueblo canario? De ningún modo. Muchos y valiosos documentos, cuantiosos y variados materiales se han venido acumulando, y hasta ahora no ha podido salirse del campo de las teorías y de las hipótesis. Nada hay seguro aún,pero abrigamos la esperanza de que, por los medios inductivos y de verdadera investigación, hemos de llegar á la resolución del problema hace tiempo planteado en el terreno científico.

Desde que en el Congreso de Lille llamé la atención sobre el origen de los Canarios y de los Guanches, y en el de Nantes presenté las épocas de la piedra, y luego en el de París expuse la razonada conjetura de que los aborígenes

Canarios procedían de la raza de Cro-Magnon, numerosos sabios, llevados del espíritu de exploración, entre ellos mi particular amigo y compañero el Doctor Verneau, han venido á recorrer estas islas en épocas diferentes, recogiendo y llevando á Francia un verdadero caudal antropológico de restos de estos indígenas y multitud de objetos encontrados en el seno de la tierra y en ignoradas cuevas que á ellos pertenecieron, publicando importantísimos trabajos basados en axiomas que podemos llamar científicos; pero que aún no han exclarecido debidamente la cuestión del génesis de los primeros pobladores de estas islas. Instigado, á mi vez, por mi excelente amigo Mr. de Demortillet, antiguo director del Museo de San Germán, en Laic, y hoy profesor de la Escuela de antropología de París, le remití una memoria para el Congreso que se celebró en el mismo París en 1889, con motivo de la Exposición universal, cuya tesis era: «L'etat social des Aborigenes Canariens ou Guanches, ¿serait-il l'etat social de la race de Cro-Magnon á sa plus haute civilisation?

Creo que debe fijarse ya muy especialmente la atención sobre este punto, toda vez que con los trabajos publicados y con los numerosísimos materiales acumulados en los Museos y particularmente en el de esta isla de Gran Canaria, hay elementos bastantes para hacer lo que podemos llamar paleontología histórica, enlazando las razas de hoy con las razas fósiles.—No sería de seguro aventurado este estudio de observación que nos suministraría mucha luz en tan importante materia.

Entrando luego en el estudio de la conquista principiada por Juan de Bethencourt y acontecimientos sobre la venta de las islas de Lanzarote, Fuerteventura, Gomera, y Hierro, y reserva hecha por los Reyes D. Fernando y D. Isabel de conquistar las restantes, cuyos nebulosos sucesos hemos exclarecido con documentos sacados del Archivo del Escorial, vamos á poner ahora de manifiesto el drama de la conquista; observando siempre al hombre inclinado á practicar el mal antes que el bien, á admirar rasgos heróicos hasta la más sublime abnegacion, y á lamentar bajas y miTомO III.-2.

serables pasiones que han tenido por desenlace el cadalso. Y no es la empresa tan sencilla como á primera vista parece, porque cuando se procura acertar, cuando se quiere hacer luz sobre una materia, y se tropieza con dificultades y contradicciones entre los mismos que deben ser considerados como verdaderos cronistas, no es posible evitar la duda, y se hace preciso procurar la investigación de la verdad para relatar los hechos con la indispensable exactitud. Hay historiadores que citan personajes que no han existido siquiera, otros que describen lugares de batallas donde no ha habido el menor encuentro: hay quien refiere milagros y sorprendentes misterios donde no existen más que hechos y accidentes propios y naturales; hay quien pone en boca de los indígenas canarios pomposos y académicos discursos, como si hablasen personajes de escena; y esta diferencia entre historiadores encargados de exponer y dar á conocer los mismos hechos, es tan lamentable, como lamentable es que existan siempre juicios antitéticos en una materia que debe ser presentada con la debida exactitud. Y lo que acontece con la historia de las Canarias sucede con todas las his torias. Así es que al hablar de la batalla de Guadalete ó de Lepanto, los cristianos la describen de un modo, y los mahometanos de otro; lo mismo que los franceses hablan de la batalla de Waterloo á su manera, en tanto los aliados lo hacen à la suya, escribiendo recíprocamente bajo la influencia del país donde residen. Y no es extraño por ende, que, aún en nuestros días, al tratarse de la revolución francesa, unos la consideren como la ruina de la sociedad, calificando de bandidos de la peor especie á los que se sacrificaron por ella, en tanto son para otros verdaderos héroes que pagaron con su existencia su laudable afán de conquistar para el hombre la dignidad que le habían usurpado anteriores épocas de barbarie.

¿Por qué tanta divergencia, cuando la historia no debe ser sino el fiel relato de los hechos debidamente justificados? Los que así proceden faltan á la primera y principal cualidad del historiador, que es la imparcialidad, transfor

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