Sayfadaki görseller
PDF
ePub

en cuyo punto se despidieron éstos para Lima, y el P. Calvo para Ocopa.

Llegó á este colegio el 1. de diciembre, pero cuando creia poder descansar en él de todas sus fatigas, se encontró con que su temperamento le probaba tan mal, que le sobrevino una completa inapetencia, de modo que solo tomaba por alimento un poco de sopa; declarándosele luego una hinchazon en los piés, que poco á poco le fué subiendo hasta la mitad del cuerpo. Los médicos le deshauciaron, manifestando no haber esperanzas de salvarle si no se trasladaba á Lima para disfrutar del temperamento mas benigno de aquella capital; pues su naturaleza no podria acomodarse á los frios de Ocopa, despues de haber vivido por espacio de tantos años bajo la accion de un clima tan cálido como el del Ucayali. La dificultad consistia, sin embargo, en poder hacer la travesia, porque estaba el Padre tan débil, que apenas podia sostenerse en la caballería; como no habia empero otro remedio, le fué preciso hacer un esfuerzo y ponerse en camino. No es fácil decir lo mucho que durante el mismo sufrió, al llegar á la cordillera especialmente, le parecia morirse á cada instante. A los pocos pasos que daba, tenian que bajarle de la caballería para que pudiese descansar un rato, volviendo á montarle despues; necesitando trece dias, para hacer el viaje que regularmente se hace en seis, y llegando á Lima en el deplorable estado que se puede imagiar. No obstante, gracias á la benigna influencia de la temperatura de Lima, al asíduo cuidado de los Padres del Colegio, y á la inteligencia de los facultativos, fué mejorando noablemente; de suerte que á los quince dias pudo dar gracias Dios, por verse completamente restablecido de su gravísina enfermedad.

CAPITULO XXIII.

Sucesos ocurridos en las misiones desde 1867 hasta 1870.

Deseáramos poder dar comienzo á este capítulo manifes'tando el cumplimiento de las justísimas disposiciones dictadas por el Prefecto de Loreto, D. Benito Arana, á su paso por Sarayacu, en las que se prohibia severamente la compra y venta de los muchachitos infieles, y se mandaba guardar á los Padres misioneros todo el respeto y consideracion debidos. Mas, por desgracia, no podemos satisfacer nuestros deseos, que sin duda son tambien los de nuestros lectores; porque lo que pasó en el Ucayali, apenas se ausentó el señor Prefecto, fué á corta diferencia lo mismo que pasaba antes, si es que no fué peor.

Para nuestras misiones ha sido siempre un gravísimo inconveniente la enorme distancia á que se encuentran, no solo del Gobierno supremo de la República, sino tambien de sus delegados superiores. De ahí resulta que por buenos que sean los deseos de aquel y por enérgicas que sean las órdenes que expida, se estrellan contra la falta de medios eficaces para ponerlos en práctica, si los que están inmediatamente encargados de cumplirlos no tienen la rectitud de proceder, y los conocimientos necesarios para el buen desempeño de su cargo, lo que por desgracia mas de una vez ha sucedido. El siguiente suceso ocurrido en Caschiboya, confirma lo que estamos diciendo.

Habíanse reunido en dicha poblacion á primeros de Marzo de 1867 varios comerciantes, para recibir algunas mercancías que les habian llegado de Nauta, y para pasar el tiempo alegremente, se entretenian un dia en el juego, como lo tienen de costumbre, mientras tanto que apuraban algunas copas de licor que de aquel mismo punto habian recibido. No tardó en causar su efecto la bebida y viendo el Curaca de los indios Dionisio Inuma que los jugadores empezaban á promover desórdenes, quiso ponerles en paz; pero el Teniente-gobernador, mas ébrio aun que los otros, juzgando sin duda que era un abuso del Curaca entrometerse en apaciguar tumultos hallándose presente él, sin reflexion alguna, acometió al Curaca espada en mano, aunque afortunadamente no logró tocarle, por habérselo impedido los circunstantes.

Encontrábase en aquella ocasion en Caschiboya el Padre Fray Antonio Majoral y al oir desde su habitacion, que no distaba del lugar del tumulto, las descompasadas voces del Teniente-gobernador y al ver al mismo tiempo á los indios que iban reuniéndose para defender á su Curaca, temiendo alguna catástrofe, salió apresuradamente para sosegar el alboroto, llegando en medio de los contendientes, cuando el Gobernador tenia su espada levantada contra el gefe de los indios. Poco trabajo le costó al Padre hacerse dueño de esta arma, lo mismo que de un gran cuchillo que llevaba uno de los defensores del Curaca, prometiendo devolvérselas al dia siguiente, cuando estuviesen mas tranquilos los ánimos. Con sus cristianas exhortaciones logró poner en paz á todos los adversarios y llevándolos á su habitacion les convidó á tomar algun refrescante, despues de lo cual se despidieron, dándole todos las gracias por haber evitado con su mediacion las desgracias que hubieran ocurrido.

Era este Teniente-gobernador, aquel mismo comerciante de quien en otro lugar hemos hablado; el que impidió que progresara el pueblo de Cayariya, y que sirvió de principal instrumento al señor Vargas para escribir el parte en que

se acusaba á los Padres de complicidad en el asesinato de los oficiales del Putumayo. Como necesitaba la amistad del Curaca para conseguir los hombres que empleaba para sus negocios, que por lo comun eran casi todos los del pueblo, solia hacerle algunos regalos de ropas ó herramientas; mas esta vez para desagraviarle de la injuria que le habia hecho, le convidó con el aliciente mejor para el indio, que es el vino, logrando por este medio que le perdonara la injuria recibida. Esta segunda reunion tuvo lugar ocho dias despues de la primera y en ella quedó tan ébrio uno de los convidados, que se cayó dando de cabeza contra un palo, de cuyas resultas se causó una herida por la que estaba desangrándose. Noticioso de esta desgracia el P. Majoral, acudió al momento, y despues de prodigar al herido los ausilios necesarios, se fué á reconvenir al Teniente por los escándalos que daba á los neófitos. Habíase éste ocultado en su toldo ó mosquitero, mas al ver que el Padre se dirigia hácia él, salió furioso acometiéndole con una espada; pero como notasen esta accion, su concubina y su hermano corrieron á detenerle, pudiendo arrancársela de las manos. Retiróse el Padre á su habitacion, mas al poco rato volvió á salir el Teniente armado de dos sables ó largos machetes y se encaminó hácia él, profiriendo las mas soeces espresiones contra los Religiosos españoles. Muchas cosas estrañas causa la borrachera, y así sucedió entonces que el mismo hermano, que impidió al Teniente descargar el golpe sobre el Padre pocos momentos antes, al verle salir ahora tan armado, le siguió gritando que él era quien debia matar á dicho Religioso; de lo cual se ofendió el Teniente-gobernador diciendo, que él era á quien tocaba hacer justicia y por consiguiente que se abstuviese de tocarlo. Mucho rato duró esta contienda sobre quien habia de matar al Padre y entretanto vino la noche, durante la cual se les pasaron los efectos del vino, retirándose cada uno á su casa.

Mas no por eso se le pasó al Teniente-gobernador la mala voluntad que tenia á los Padres, sino que tan pronto como

tuvo ocasion, mandó un oficio al Gobernador de Sarayacu, en que le decia que el Padre tuvo la osadía de entrar en su casa y levantar el toldo cuando él estaba dentro, para ver si tenia en su compaía alguna mujer. Esta calumnia no dejaba de ser grave y escandalosa, pero no debió tal vez causarle mucho escrúpulo al que antes habia contribuido á calumniar á los mismos Religiosos como cómplices de asesinato. El Gobernador de Sarayacu, que tambien era hombre que deseaba tener ocasion de acusar á los Padres, comunicó el parte al Sub-prefecto de Tarapoto, y no sabemos si este lo puso en conocimiento del Prefecto de Mayobamba. Así era como recibian los informes las autoridades superiores, cumpliéndose á la letra lo que muchos años atrás dijo al P. Calvo el primer Prefecto de aquel Departamento con estas textuales palabras: «esté V. persuadido, Padre, que cuanto <ocurra en el Ucayali, se les ha de achacar á Vds. por estos <<zafios que por allí trafican.>>

Este mismo Prefecto habia dado órdenes muy sérias para que fuesen entregados á los Misioneros todos los muchachos infieles que los comerciantes bajaran por el Ucayali, á fin de que aquellos se dedicaran á su instruccion; pero la lástima estas órdenes, como tantas otras, quedaron sin cum

fué

que

plirse.

Entre tanto el P. Antonio Majoral emprendió una escursion á varios paises de infieles, dando cuenta de su resultado al reverendo P. Prefecto, en una carta fechada en Cayariya á 7 de Octubre de 1867, en la que entre otras cosas le decia lo siguiente: «El dia 11 del pasado Agosto, despues de <<haber consultado el parecer del P. Francisco, salí acompa<<do de ocho cristianos en direccion á la desembocadura del <<rio Tambo, para entablar relaciones con los Piros que ha<<bitan por aquellos alrededores. Fuimos surcando el Tama<ya por espacio de ocho dias, durante los cuales intenté tra<<bar amistad con los Amuehuacas, que viven diseminados «por su contorno, mas viendo que no correspondian á lo que «yo esperaba, fuí prosiguiendo mi viaje hácia el punto antes

« ÖncekiDevam »