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carne un hierro candente, durando este ardor mucho rato, hasta que han desaparecido la especie de ampollas que levanta su picadura. Entre las hierbas de la montaña críase tambien en algunas partes, especialmente en los pueblos del Huallaga, un insecto llamado Yangüe, de tan diminutas formas que se requiere una vista muy fina para poderlo distinguir; este pequeño animal se coloca en los poros del cuerpo sin introducirse dentro la piel, y es tal la comezon que causa, principalmente á los que por vez primera llegan á la montaña, que los pone casi en estado de desesperacion; fortuna que esta grave molestia no pasa de cinco ó seis dias, porque cuando el insecto está lleno, se desprende por si mismo y desaparece.

En el polvo de los sítios en donde no penetra la humedad de las aguas, se cria otra clase de insectos llamados nihuas ó piques; para librarse de esta plaga no hay otro medio que matarlos al momento preciso que se descubren; pues como ordinariamente se introducen en las partes callosas de los piés y de un modo especial alrededor de las uñas, sino se sacan antes que los huevecillos salten al polvo, un solo pique es capaz de infestar toda una casa. Cuando se apoderan de un hombre desidioso que descuide esta precaucion, le causan mucho estrago en los piés, imposibilitando á algunos hasta de poder andar. Un hombre conocimos nosotros en Sarayacu que murió sin otra enfermedad, que el habérsele introducido muchos piques por todo el cuerpo.

Pasaremos por alto otras muchas plagas que no son tan molestas, y solo hablarémos, para dar fin al presente capítulo, de los insectos volátiles, que por molestar continuamente, son los mas fastidiosos. Son los primeros los zancudos, que atormentan de dia y de noche causando, principalmente al anochecer, con sus pequeñas alas un ruido sordo que se oye por todas partes; parecen una nube que todo lo cubre; pero esta gran multitud que seria insoportable si durase algunas horas, desaparece al cuarto de hora, quedando sin embargo los suficientes para no dejar dormir tran

quilo en toda la noche; de modo que no se podria descansar un solo instante, á no valernos todos de toldos ó mosquiteros, procurando no dejar ninguna pequeña abertura; porque un solo agujero bastaria, por pequeño que fuese, para llenarse de dichos insectos todo el toldo. Vienen despues los mosquitos, que son aun mas terribles que los zancudos; pues causan una comezon insoportable y que dura por espacio de muchas horas, originando á veces hasta algunas llagas en las piernas y en los piés; solo tienen la ventaja que no molestan de noche como los zancudos. El guigen es otra clase de mosquito muy pequeño, de alas blancas, siendo preciso el microscopio para poderlo distinguir; no se encuentra en todas las partes, pero allí donde los hay es muy grande el tormento que se sufre; porque hasta parece que penetran la ropa, pues se siente el dolor por todo el cuerpo; pero especialmente en la cabeza es donde mas se sufre, porque mezclándose con el pelo, de nada sirve rascársela con las manos ni el mojársela, sino que allí permanecen atormentando hasta que se abandona el sítio donde se encuentran.

Por último encuéntranse támbien los tábanos, que son unas moscas de un tamaño doble de las que todos conocemos; si abundaran estos insectos como los zancudos y mosquitos, seria imposible habitar en el Ucayali; pero por fortuna los hay poquísimos, en comparacion de estos, y no mortifican sino á ciertas horas y en determinados parajes.

Estas son las molestias mas comunes de aquellas partes de la montaña, siendo de creer que si esta llega á poblarse, desaparecerán en gran parte, principalmente en las cercanias de los pueblos; pues como semejantes insectos se reproducen de un modo especial en los lugares pantanosos y entre los arbustos y yerbas que rodean las aguas encharcadas, con el desmonte y cultivo de estos terrenos disminuiria tambien su propagacion; y como el principal cuidado se pondria naturalmente en los pueblos y sus inmediaciones, arrancando las yerbas y secando los pozos de aguas corrompidas, no

tendrian los insectos donde fermentar sus huevecillos, y, por consiguiente, disminuirian las molestias de que hemos hablado, siendo mas suportable la vida á los que debiesen pasarla en aquellas regiones.

CAPITULO XXVI.

Muerte del R. P. Fr. Vicente Cálvo.

Tanto la fé, como la experiencia nos enseñan que todas las cosas tienen su fin y que todas así mismo van á reunirse á su fin. Despues de haber el R. P. Calvo gastado 18 años en el penosísimo ejercicio de las Misiones de Infieles, y de haber desempeñado en este tiempo el cargo de tres sexenios de Prefecto, se vió en la precision de retirarse de su oficio é impulsado por un crecido número de achaques, recogerse al Colegio de Ocopa por ver si sepultado en el profundísimo silencio y estrechísima observancia de la regla que allí se guarda, podria en algun modo aliviarse y mejorarse su quebrantada salud, con el alto designio de prepararse para pasar del tiempo á la eternidad, camino por el cual todos indispensablemente debemos de pasar.

Este varon apostólico dejó ver en todo su sagacidad y desprendimiento; pero en lo que más manifestó su heroicidad, fué en que habiendo recibido una carta de su hermano Cura, en España, en que le ofrecia muy brillantes proporciones con las cuales podria pasar una ancianidad feliz y tranquila, echando á un lado todo respeto de carne y sangre, que ordinariamente es la tentacion mas poderosa con que el diablo suele derribar los corazones mas bien formados, llamó á su muy amado P. Ignacio y le dijo: hombre! hombre! mira lo que me dice mi hermano: ¡caracoles! y ha

biéndole leido el contenido de la carta, repuso: ¿qué le parece, mi padre, de tales propuestas? y echando un profundo suspiro, dijo: jamás Fr. Vicente Calvo trocará el oro por el lodo, el cielo por el cieno, ni mucho menos malogrará la corona que por sus fatigas, sudores y trabajos espera recibir de manos del justo Juez en el dia de la retribucion. Haec est requies mea in saeculum saeculi, esto es Ocopa, quoniam elegi eam.

En efecto; despues que hubo entregado al R. P. Ignacio, su Vice-Prefecto, los negocios de la Mision, se despidió de sus amados Neófitos, que, deshechos en mares de lágrimas porque se les ausentaba para siempre un padre en quien tenian depositados su cariño, amor y confianza, no sabian desprenderse de besarle su santo hábito. Una despedida tan tierna como aquella, no seria fácil describirse. Salió de Cayariya y llegó al Seminario de Ocopa, despues de haber experimentado todas las peripecias que dá á gustar un viage de mas de doscientas leguas, que en esta vez le apretaron mas la mano, por razon de que su vejez estaba mas debilitala y cargada, además, de las consecuencias de la montaña, que son la moneda comun y ordinaria con que paga á los Misioneros. Este es el oro, estas son las riquezas con que los obres hijos del Serafin de Asís, hacen felices á sus familias le Europa, segun canta la malevolencia, ignorante de la lelicadeza de nuestra conciencia y de la altísima pobreza que profesamos.

Hartas veces se le oyó decir que de ninguna manera uisiera morir fuera de Ocopa, y que para ello habia dirigilo muchas oraciones á la Vírgen María, de quien era devoísimo; pero al poco tiempo de haber llegado á su amado etiro, se le comenzaron á hinchar las piernas de tal suerte, que esta hinchazon mancomunada con el asma y quebradua le apuraron bien la paciencia. Los Prelados, al ver al paciente en tan mal estado y juzgando que aquel achaque provenia del frio, trataron de mandarlo á Pariahuanca con el noble fin de que con el calor de aquel temperamento se

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