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desoir sus clamores; y así fué que se predicaron misiones en Tarma, Acobamba, Cerro de Pasco, Huánuco, y por segunda vez en casi toda la provincia de Jauja, Huancayo y otros pueblos del arzobispado de Lima y obispado de Ayacucho. Interminables seríamos si debiésemos enumerar los repetidos ejercicios que se han dado al clero y á los seglares de ambos sexos, ya en el mismo colegio de Ocopa, ya tambien en las ciudades donde hay casas de retiro; las cuaresmas y misiones que fueron predicando los sacerdotes de la comunidad, que en sus dos terceras partes sale todos los años á recorrer los pueblos, ocupándose en tan santas obras. Diremos, pues, en una sola palabra, que en el espacio de catorce años los padres de Ocopa predicaron mas de ochenta misiones, durando algunas de ellas seis semanas y aun dos meses, y casi todas tres ó cuatro semanas, segun la importancia de los pueblos ó ciudades.

Estos multiplicados trabajos no fueron, empero, por la gracia de Dios estériles. Al contrario, el fruto que de ellos se reportó fué tan copioso, que por un cálculo aproximado podemos decir que se reconciliaron con Dios ciento veinte mil almas; siendo en gran número los que hacian diez, veinte, treinta y mas años que se habian confesado; muchos que hasta entonces vivian públicamente amancebados recibieron el santo sacramento del matrimonio, habiendo mision en que llegaron estos á doscientos cincuenta; otros que desde muchos años estaban divorciados con escándalo de los pueblos, se reunieron para vivir cristianamente en el cumplimiento de los deberes de su estado. Se pusieron en paz los enemistados; poblaciones enteras, en que por causas políticas habia penetrado la division entre las familias, se reconciliaron viviendo despues en santa paz y armonía. Hiciéronse cuantiosas restituciones de hurtos y bienes mal adquiridos; se entregaron á las llamas cargas enteras de libros irreligiosos é inmorales. Se desterraron innumerables abusos y supersticiones en los pueblos de indios; en Chilca se borraron los últimos restos de la idolatría, quemando los

padres misioneros por órden del señor Arzobispo de Lima, un simulacro del demonio y otro de un judío á quienes se prestaba adoracion. En fin, do quiera se predicaron misiones, desaparecieron los escándalos, floreció la piedad y toda virtud, de suerte que allí donde los curas párrocos y demás eclesiásticos han seguido cultivando con la predicacion y la asiduidad en el confesonario, la semilla que los misioneros sembraron en los corazones de los fieles, se la ve aun hoy fructificar abundantemente, conservándose los pueblos fervorosos frecuentando los santos Sacramentos y apartados en gran número de los vicios y peligros de pecar.

Prueba evidente que confirma cuanto acabamos de decir, es el ódio mortal que contra nuestras misiones han concebido, las calumnias que han propalado y las vilezas de que para impedirlas se han servido los enemigos de nuestra santa religion. Apoyándose en los frívolos pretestos de que las misiones son perjudiciales á los intereses de la nacion; ya porque distraen á los pueblos de su trabajo; ya porque á causa de ellas se retarda el cobro de los impuestos; ya tambien porque en las críticas circunstancias porque atravesaba la república, los misioneros (decian) encubiertos con el ropaje de pobreza y humildad tenian miras siniestras contra el gobierno; ya por último, atribuyendo á las misiones sucesos casuales que sin ellas igualmente hubieran ocurrido; razones todas que, al parecer, no prueban por parte de los que las presentaban mas que una ignorancia apenas escusable, ó una insigne mala fé, lograron empero atraer á sus ideas á algunas autoridades, consiguiendo que en 1846 se mandara suspender la mision que se daba en Tarma, haciendo retirar los Padres á su Colegio, intentándose despues lo mismo en otros pueblos sin que afortunadamente se pudiera conseguir. Solo en el año 1847 un ministro obligó á retirarse de los pueblos y ciudades á los Padres cuaresmeros de Ocopa, pasando al señor Arzobispo una nota llena de calumnias y pueriles razones, para que los misioneros nada pudieran hacer sin solicitar permiso de la autoridad depar

tamental de Junin, pretendiendo que fueran todos á las montañas de Andamarca y Sarayacu, á cumplir con su destino de propagar la fé entre los infieles, obligándoles al propio tiempo á vivir encerrados en el Colegio, por ser esto lo único que podian pretender del Gobierno filantrópico del Perú.

Los pueblos, empero, siempre ansiosos de recibir el pasto espiritual de la divina palabra, que tan abundantemente se les proporcionaba por medio de las misiones, al paso que no cesaban de dirigir contínuas representaciones al Gobierno, pidiendo la revocacion de las fatales medidas que contra los Padres habia tomado, procuraban demostrar con mas empeño todavía el afecto que á estos profesaban, pidiéndoles misiones y prodigándoles las mas ostensibles muestras de amor y benevolencia, en términos que los misioneros se veian obligados á entrar y salir de los pueblos ocultamente y á deshora de la noche, para librarse de las contínuas ovaciones, que el entusiasmo de los fieles les hubiera tributado.

Así era como una vez mas se confirmaba que la contradiccion, lejos de destruir las obras de Dios las consolida y enaltece. Las comarcas mas apartadas del Perú, que sin aquellos sucesos apenas hubieran tenido quizá noticias de las misiones de Ocopa, gracias á los mismos las conocieron y las desearon; y su fama traspasando los mares, atrajo fervorosos operarios del Evangelio á trabajar en aquel vasto campo, que el Padre celestial les proporcionaba para ejercitar la labor de su apostólica caridad.

Mientras que en esto se ocupaba una parte de la comunidad de Ocopa, los Padres que en el Colegio permanecian, procuraban conservar el fruto que sus hermanos habian recogido, dedicándose con asiduidad infatigable á oir las confesiones de los fieles, que en grandísimo número acudian de todos los pueblos de las provincias de Jauja y Huancayo, y á suministrar los auxilios espirituales á todos los enfermos que de ellos necesitaban. Una ocasion magnífica para

acreditar la caridad, que para con los pobres afligidos les animaba, fué la peste que se desarrolló en casi todos los pueblos de las dos citadas provincias en el año 1855. Tristí simo era el aspecto que presentaban los pueblos de Apata, San Lorenzo, Pucucho, Matahuasi, Concepcion, San Jerónimo y el mismo pueblo de Ocopa, invadidos por aquella enfermedad tan terrible, que á penas dejaba con vida á ninguno de los que atacaba. En medio de tanta desolacion, los Padres eran la providencia de aquellos lugares; repartidos por los pueblos contagiados, no solo suministraban el remedio espiritual á los enfermos, por medio de los Santos Sacramentos, sino que les aplicaban tambien los remedios corporales para el alivio de sus dolencias. Era un espectáculo sumamente edificante ver á los Padres entrar en la chozas fétidas de los indios y confesar á tres, cuatro y á veces mas enfermos en algunas de ellas, sin cuidarse del peligro del contagio y de la muerte, de que, no sin especial providencia de Dios, se libraron, no obstante, cuantos asistieron á los apestados.

Ya que hemos consagrado este capítulo á la reseña de las misiones predicadas en las comarcas civilizadas del Perú, no podemos terminarlo, sin recordar las que en 1852 se predicaron en la capital de la República, con tan felices resultados, que á causa de ellas se fundó en dicha capital el actual Colegio de los Descalzos.

En el citado año de 1852, salieron en efecto de Ocopa para Lima nueve padres misioneros para dar las misiones que, con motivo del Jubileo concedido por Nuestro Santísimo Padre Pio IX, habia pedido el Ilmo. Sr. Arzobispo. Empezaron por la iglesia de San Francisco y prosiguieron en las parroquias de Santa Ana, San Lázaro, iglesia de las Nazarenas y de la Merced, y por último en el Callao. La palabra de Dios, cayendo sobre ambas ciudades como un rocío de lo alto sobre terreno fértil, vivificó los corazones aletargados, é hizo florecer la virtud en todas las clases de la sociedad. Veinte mil almas se reconciliaron con Dios, por me

dio del Santo Sacramento de la Penitencia; celebráronse doscientos cincuenta matrimonios; cinco protestantes abjuraron sus errores y las mujeres dejaron su profano modo de vestir.

En medio de la santa paz y alegría que inundaba los corazones de los católicos de Lima, al verse colmados de los beneficios que les habia derramado esta santa mision, solo una idea les angustiaba, y era el pensar que los padres misioneros, concluida su tarea, debian regresar á Ocopa, quedando por consiguiente privada la ciudad de Lima, de la presencia de aquellos varones apostólicos que, con su constante predicacion y buen ejemplo, hubieran podido conservar viva la fé en las almas y la morigeracion en las costumbres. No sabiendo, pues, los católicos limeños resignarse á tan dolorosa separacion, acudieron con entusiasmo al ilustrísimo señor Arzobispo y al Gobierno de la República, pidiendo que se concediese á los padres de Ocopa un local á propósito para fundar un Colegio de misiones en la misma capital de la nacion. Con indecible complacencia accedió el prelado, D. Javier de Luna Pizarro, á los deseos de su pueblo, y al efecto se dirigió al Presidente de la República, que entonces lo era D. José Rufino Echenique, quien, respondiendo á su instancia con un decreto favorable, concedió el convento de los Descalzos, estramuros de Lima, que entonces estaba cuasi abandonado, para que en él pudiesen establecer su hospicio los padres de Ocopa.

A consecuencia de esto, el M. R. P. Guardian y el Discretorio de Ocopa, con fecha de 8 de Noviembre del citado año, aceptó dicho Convento en clase de hospicio, nombrando Presidente de la Comunidad, que en él debia reunirse, al R. P. Fr. Pedro Gual (1), el cual junto con otros seis Padres,

(1) Aprovechamos la oportunidad de nombrarse aquí á este insigne religioso, para continuar los siguientes apuntes biográficos de una persona con razon tan apreciada y respetada de todo el Perú.

El R. P. Fr. Pedro Gual, hoy día Comisario General de la órden Franciscana, en la América del Sur, nació en la villa de Canet de Mar, en el

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