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zas y disminuirse sus carnes aun cuando tomen otras viandas mas alimenticias. Solo ellos saben acomodarse á esta bebida, siendo rarísimos los blancos que pueden gustarla, porque sobre ser muy ingrata al paladar y repugnante á la vista, es tan asquerosa en el modo de confeccionarse, que el que la vé componer no le vienen ganas de probarla. Los indios, no obstante, la toman en tal abundancia, que la beben aun repugnando á la naturaleza, de suerte que en sus borracheras quedan sus cuerpos como odres henchidos de viento. Desde la edad de doce años en que empiezan á tomarla con algun exceso, pierden el talento y la memoria para aprender, embotándose sus facultades intelectuales; si bien les queda una gran retentiva de los objetos que una vez han visto, conservándolos cuasi en toda su vida.

Por aquel tiempo, considerando los Padres el largo rodeo que era preciso dar para ir desde Saracayu á Santa Catalina, pues se empleaban cinco ó más dias segun era la creciente del rio; resolvieron abrir un camino por el bosque, por medio del cual se abreviaria considerablemente la distancia; mucho les costó empero decidir á los indios á que trabajasen en una obra, que á la verdad no dejaba de ofrecer algunas dificultades, pero al fin, atraidos con el aliciente de la paga que se les ofreció, emprendieron el trabajo y se logró abrir un camino de doce leguas con solo los pocos recursos con que contaban las misiones, pues si lo hubiese emprendido el gobierno, de seguro hubiera costado algunos miles.

CAPITULO X.

Estado de las misiones á la muerte del P. Chimini y esploraciones del P. Pallarés por el rio Pischquí y Chunuya.

Si se tienen en consideracion los obstáculos de todo género que se oponian al desarrollo de las misiones del Ucayali en la época de su restablecimiento, bien puede calificarse de bastante próspero su estado, al encargarse de la prefectura el reverendo P. Pallarés cuando la muerte del P. Chimini. Un número harto regular de Padres misioneros, atendian al cuidado espiritual de los neófitos que se habian conservado reunidos; las escuelas abiertas de Sarayacu y Santa Catalina, de que hemos hablado en el capítulo anterior, servian para su instruccion intelectual, y la abertura de caminos al través de los bosques seculares de aquellos desiertos, ó reconocimientos de nuevas vias de comunicacion por la corriente de los rios, facilitando las comunicaciones, abria nuevo campo al celo de los misioneros, para restaurar conversiones perdidas y conservar las que se restablecieran, al paso que les permitia proporcionarse, con mas prontitud y frecuencia, los auxilios que de Ocopa y otras partes se les enviaban.

Por otra parte, como hasta la época de que venimos hablando los indios no se comunicaban con otras personas mas que con los Padres conversores, les estaban sumisos y obe

dientes en todo, y si bien es cierto que á veces se entregaban á la crápula y otros vicios que de ella dimanan, no obstante, como los Padres jamás les perdian de vista, los reprendian al momento y aun les castigaban paternalmente cuando era necesario, y así era como se conservaban aquellos pueblos en un estado de moralidad, que con razon creemos podian envidiarles los otros pueblos de la república. No se veia en efecto un solo amancebamiento entre los neófitos; si alguno caia en algun desliz, los mismos alcaldes y sus agregados, que tambien les vigilaban, les imponian algun castigo, consultándolo antes empero con los Padres. Todos los adultos, excepto los que los mismos Padres no consideraban suficientemente dispuestos, cumplian religiosamente con el precepto pascual: no se conocian ódios ni rencores, y si alguno se indisponia con otro, era solo en alguna borrachera, y tan momentáneamente, que á la indicacion de los Varayos ó alcaldes, se pedian luego mútuamente perdon.

Desde la cdad de cinco años hasta el dia en que se casaban, los jóvenes de ambos sexos asistian al Catecismo dos veces al dia, y para que ninguno faltase, habia cuatro hombres llamados fiscales, que recorrian las casas obligando á acudir á los negligentes. Los mismos fiscales les acompañaban cuando era necesario barrer la plaza y los alrededores de la iglesia y convento ó cuando debian ocuparse en los demás trabajos que, atendidas sus débiles fuerzas, podian desempeñar. Las viudas tenian á su cargo barrer la iglesia todos los sábados; la limpieza del convento, corria á cuenta de algunos muchachitos infieles que los Padres solian tener á su servicio, y á los cuales catequizaban, bautizándoles despues de instruidos, y casándoles á su tiempo con las hijas del país, que en esto no hallaban repugnancia, antes los preferian á los mismos del pueblo, pues aquellos salian del convento dotados de cuanto necesitaban para su manera de

vivir.

Dejadas en este estado las cosas, en 1853 trató el P. Pa

llarés de visitar á todos los infieles que se encontraban desde Sarayacu hasta el rio Pischqui, internándose al efecto hasta Charás-maná á la falda de los cerros que ladean el citado el rio; debiendo empero suspender su viaje por lo adelantado de la estacion y crecimiento de las aguas. En el año siguiente por el mes de Mayo salió á visitar á los Sentcis de Chunuya, pero no encontró persona alguna en el sitio en que antes habitaban, hallando tan solo los vestigios de la iglesia y casa en que vivió el Padre misionero hasta el año 1822. Internóse luego unas cuatro leguas por el monte hasta llegar al sitio llamado Máuca, en donde vió dos familias de indios fugitivos, quienes le dieron razon del punto donde residian. Entrado en una canoa se remontó por el caño de Maqueya y halló á los Sentcis reunidos, fabricando canoas en una pequeña quebrada llamada Yamiya. Encontró á esta nacion tan reducida por las enfermedades, que en el espacio de treinta años, de mil personas que antes la componian, no quedaban ya mas que trece hombres, quince mujeres y nueve niños, habiendo solo dos individuos que pasaran de trein

ta años.

De regreso del país de los Sentcis salió el P. Pallarés á primeros de Julio de 1854 á visitar todos los infieles esparcidos desde Sarayacu hasta el rio Tambo, internándose ocho ó diez leguas por los riachuelos y lagunas tributarias del Ucayali, con el único objeto de informarse lo mejor posible del estado de cultura, religion y número de infieles que poblaban sus orillas; acompañándose al efecto con muy buenos intérpretes y llevando consigo varias herramientas, telas, anzuelos, avalorios y otras bugerías que los indios apetecen, además de algun instrumento de música para tenerlos gustosamente entretenidos. Cuando llegaba á las casas de los infieles hacia llamar á los que tal vez por temor habian hui. do, haciendo tambien sacar á los niños que esconden en el interior del monte, por temor de que se los roben cuando ven aparecer gente desconocida. Valiéndose de estos medios era como lograba, generalmente hablando, captarse la con

fianza y benevolencia de los indios. Los principales de entre ellos se le presentaban con sus hijos varones al lado vestidos todos de gala, con sus cusmas nuevas, pintado el rostro y las manos, con el arco y flechas al brazo, que es señal inequívoca de amistad. Apenas veian llegar al Padre, mandaban emisarios que con la mayor velocidad iban á avisar á los parientes su venida y los regalos que les habian hecho; á cuyas noticias acudian prontamente, viéndose entonces el Padre apurado, porque empezaban todos á pedirle herramientas, que ya no tenia, pero que, ellos deseaban tanto mas, cuanto veian que ya otros las habian conseguido. Durante este viaje acompañaron al P. Pallarés seis ó siete canoas y algunas veces hasta catorce ó quince, y en los puntos de parada le ofrecian los salvajes tanta provision de comida, que no solo bastaba para saciar á todos los que le acompañaban, sino que cada cual se llevaba del resto para el camino.

Observó el P. Pallarés en este viaje que tambien esas tribus habian disminuido considerablemente de treinta años á esta parte, sin duda por las fiebres que de vez en cuando aparecen en el Ucayali y por los casos frecuentes de disentería, que los indios llaman Quicha. Esta última enfermedad es casi siempre mortal, y ataca principalmente á los que se entregan á los excesos de la destemplanza. Tambien notó que la mayor parte de los niños morian antes de llegar á los doce años. Esto depende en gran parte, del poco cuidado de sus padres que les dejan comer tierra sin reprenderlos, de cuyo vicio se les ocasiona una hinchazon monstruosa en el vientre, que á los dos ó tres años les causa la muerte. Cuando padecen de reumatismo ó de catarro, que son enfermeda des muy frecuentes en las riberas del Ucayali por su mucha humedad, tienen á los niños desnudos colocándolos por la noche junto al fuego, y cuando les ocurre los bañan en el rio volviendo á calentar les despues, de suerte, que tanto de dia como de noche hasta que mueren, los tienen en esta alternativa. No son en menor número los niños que mueren

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