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montaba de un salto, sin servirse del estribo, daba algunas vueltas y blandía las armas, saliendo del templo entre las aclamaciones de la alegre y entusiasmada multitud.

Desde aquel momento, el caballero no se pertenecía; se había convertido en «servidor de los pobres y de los enfermos, defensor de la Iglesia y del nombre cristiano», según la fórmula del Hospital, que á su vez le ofrecía «pan y agua sin delicadeza alguna, un traje modesto y barato, una parte sin reserva en las buenas obras de la Orden y de todos los hermanos, y el descanso del alma bajo el yugo del Señor, que es dulce y suave».

De esta suerte y con tales solemnidades era recibido el nuevo caballero en aquella insigne confraternidad de guerreros, cuyos nombres ilustres y cuyos heroicos hechos había oído celebrar en su patria; y al encontrarse formando parte de tan gloriosa milicia, á la que profesaba verdadero culto, sentía vivo anhelo de participar de sus históricas acciones y aliento suficiente para renovar sus victorias y para perpetuar sus virtudes legendarias.

Collar del Gran Maestre.

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I. Causas de la transformación sufrida por la Orden en el presente siglo. II. Organización moderna.- Consejo, lenguas y asociaciones.-Grados en la Orden.- Clasificación tradicional y moderna.-Distintivos.Uniforme.

III. El Gran Maestre.-Sus titulos, honores y dignidades.

IV. Miembros profesos.- Bailios, caballeros, capellanes y donados.
V. Miembros no profesos.-Bailios y caballeros de Honor y Devoción.--
Las señoras en la Orden.- Caballeros de Gracia Magistral, cape-
llanes y donados.

VI. Pruebas de los Caballeros. - Cuadro expositivo del número y clases de miembros de la Orden en las diversas lenguas y asociaciones.

I

o puede desconocerse que los cambios sufridos por la Orden y las revoluciones operadas en el mundo han transformado las condiciones todas de la vida religiosa y social; y estas revoluciones y esos cambios han debido reflejarse en la organización de nuestra Orden, totalmente distinta de la que mantuvo en la edad media y en gran parte de la edad moderna.

La pérdida de la isla de Malta, territorio central de aque

lla especial soberanía, más que política, social y religiosa; la extinción de aquellos grandes ideales de una sociedad cristiana, que opuso siempre la fuerza unida de la poderosa y civilizadora etnarquía de la Cristiandad á la bárbara invasión del poder turco; la incautación, por parte de los Estados europeos, de las encomiendas, rentas y derechos de la Orden; la inmensa perturbación de las ideas y de los espíritus, de los hombres y de los pueblos producida por la Revolución francesa, han determinado un cambio profundísimo, un nuevo estado y modo de ser en la organización de la Orden.

No existe ya un territorio que ostente y lleve con la cruz blanca de ocho puntas la soberanía, reconocida por todos los príncipes y por todos los Estados; no existen aquellas ochocientas encomiendas que daban á la autoridad del Gran Macstre mayor extensión que la de cualquier otro soberano; ni las rentas periódicas que con toda normalidad y en grandes cantidades ingresaban en el Común Tesoro de la Orden. No vive aquella hermosa aspiración europea de recobrar los Santos Lugares, ni los sanos propósitos, comunes á reyes y á pueblos, de aislar y humillar la dominación turca. Pero, enfrente de lo que pudieran creer los enemigos de la Orden, que son los enemigos de toda la civilización cristiana, afirmamos que la Orden existe, que está plenamente reconocida, que todavía posee y que tiene actividad y vida, lo cual equivale á decir que tiene porvenir.

Demuéstrase la existencia de la Orden con su actual organización, que sumariamente exponemos en el presente capítulo; así como en el siguiente quedará probada su actividad, con las obras que sostiene.

Además, la Orden es reconocida en calidad de soberano por las demás potencias. Refiriéndonos únicamente á los tiempos posteriores al despojo de Malta, estuvo representada diplomáticamente en el Congreso de Viena de 1815 por dos

plenipotenciarios, el bailío Miari y el comendador Berlinghieri; en el Congreso de Aix-la-Chapelle de 1818, y en el Congreso de Verona, por el conde Jouffroy. El duque de Broglie la propuso en 1844 para ejercer la policía internacional de los mares, encargada, en nombre de todos los pueblos civilizados, de reprimir la trata de negros. Y en la reciente conferencia de Ginebra, la Orden fué oficialmente convocada como las demás soberanías, y el nombre de su plenipotenciario figuró en los debates que precedieron á la célebre convención de la Cruz Roja.

En nuestros mismos días, la Orden es públicamente reconocida por la Santa Sede, que constantemente ha venido protegiéndola. Así existe el Embajador oficial de la Orden cerca de la sagrada persona del Pontífice, que figura en su lugar propio en todas las solemnes ceremonias del centro del Catolicismo. Y en el Concilio Vaticano, los Caballeros de Malta, juntamente con la Guardia Noble del Padre Santo, tuvieron el honor de custodiar con la espada desnuda los umbrales de la santa Asamblea, perpetuando así las tradiciones de su origen, que les constituyen en centinelas de la Cristiandad.

De igual suerte que la Santa Sede, Austria-Hungría reconoce á la Orden como soberana, y ella acredita en la corte de Viena su Embajador oficial, que ocupa en el Cuerpo diplomático el lugar que le corresponde por su antigüedad, según la regla común. Ocurrió por ventura no hace mucho tiempo que el Embajador de la Orden fuese el decano del Cuerpo diplomático en Viena, y en tal concepto presidía á los representantes de los más altos imperios.

Todas las potencias católicas tienen en singular honor á nuestra Orden, y aun Rusia é Inglaterra: llevan las insignias de la Orden todos los soberanos de Europa; y para demostrar el universal respeto con que es mirada la cruz de Malta,

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