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PARTE GENERAL

LIBRO PRIMERO

Preliminares

CAPÍTULO PRIMERO

I. Origen de la Iglesia y sus diferentes estados.--II. Estado del mundo á la aparición del Cristianismo.-III. Fundación de la Iglesia por Jesucristo: su doctrina y predicación de los Apóstoles.--IV. La Iglesia es una verdadera sociedad, pues reune los poderes legislativo, coercitivo y judicial.-V. Se distingue del Estado por su origen, por sus medios, por su objeto y por su fin.-VI. Forma de su gobierno.

I

El origen de la Iglesia es, por cierto, muy remoto, pues puede afirmarse que iguala en antigüedad al género humano, toda vez que ni nuestro primer padre estuvo fuera de ella, representando como reunida en sí la congregación de todos los fieles; por esto su pecado se transmitió á todas las generaciones.

La Iglesia recibió, desde luego, los auxilios divinos: fué el primero la revelación sobrenatural que ilustra el entendimiento y dirige la razón al conocimiento de la verdad; fué el segundo la divina gracia con que se afirma la voluntad y se le excita á obrar bien. A Adán se le reveló quién era Dios,

y por esto fué su culpa tan transcendental. Cometida ésta, necesitaron los hombres de más auxilios, pues era mayor la fragilidad de la naturaleza humana. Esos auxilios de la divina gracia quiso Dios fuesen concedidos por los méritos del Verbo humanado.

De aquí que el estado de la Iglesia no ha sido siempre uno mismo: el primero fué comprendido en la ley natural; el segundo en la ley escrita, dada por Dios á Moisés en el Monte Sinaí; el tercero en la ley Evangélica ó de gracia. En el primer estado venía á reunirse la Iglesia con la uniforme doctrina de la fe y costumbres, como con un estrecho vínculo, recibiendo siempre esta doctrina del mismo Dios que ilustraba á los Patriarcas. Existía también otro vínculo, con que se ligaban entre sí los hombres fieles, añadido por la divina revelación, que era la esperanza común de todos en orden á Jesucristo, futuro Redentor del género humano.

En el segundo estado conservó la Iglesia indisolubles los mismos vínculos de la uniforme doctrina de fe y costumbres; el otro vínculo de la esperanza de Jesucristo venidero, fué más sobresaliente aún y más glorioso todavía en el pueblo Judaico, porque él mismo había llegado á saber nacería el Mesías de su propio linaje. Se añadieron después otros dos vínculos, siendo el primero la protestación de observar ciertos particulares divinos mandamientos, ya acerca de los días festivos, ya sobre la celebración de la Pascua y de los Acimos, Purgaciones y demás símbolos que se llamaban sacramentos; el segundo vínculo fué la designación especial de la tribu de Leví para el sagrado ministerio y de la familia de Aarón para el sacerdocio y pontificado.

En este estado de la Iglesia fueron comunicados por Dios al pueblo judío tres géneros de preceptos: naturales, ceremoniales y judiciales. Eran los primeros aquellos mandatos que confirmaban el derecho natural, explicándolo á la vez con claridad suma; los segundos tenían por objeto el significar los admirables sucesos futuros de Jesucristo, á fin de que con la frecuente celebración de misterios, culto y ceremonias, tuviese presente aquel pueblo los que estaban por

venir, y los venerase incesantemente; los últimos se concretaban á la policía pública y forma de gobierno, como eran los preceptos sobre juicios, diezmos y otros de idéntica naturaleza.

Los preceptos naturales eran invariables por el principio constante puesto en la naturaleza misma. No sucedía lo mismo con los preceptos ceremoniales y judiciales, pues unos y otros habían de cesar á la promulgación de la ley Evangélica. Cuestionan, sin embargo, teólogos y canonistas sobre la época en que fueron mortíferos tales preceptós. También discreparon sobre este punto San Jerónimo y San Agustín; el primero distinguía sólo dos tiempos: aquel en que ni eran muertos, esto es, sin fuerza de ley, ni mortíferos, de modo que no excusase de pecado su observancia, y aquel otro en que eran ya muertos y mortíferos, fijando como línea divisoria entre uno y otro tiempo el suceso memorable de la Redención del mundo, ó sea la muerte de nuestro Señor Jesucristo. San Agustín, por el contrario, propuso tres tiempos, cuya opinión fué seguida por Santo Tomás de Aquino; en el primer tiempo, que lo señala hasta la muerte del Redentor, dice que los preceptos ceremoniales ni fueron muertos ni mortíferos; en el segundo tiempo, que abraza desde la anterior época hasta la promulgación de la ley de gracia, añade que sólo fueron muertos, pero no mortíferos; y en el tercero, que comprende desde este último período en adelante, asegura que fué cuando se hicieron también mortíferos. Nosotros reconocemos igualmente tres distintos tiempos, y aunque creemos que los preceptos ceremoniales concluyeron de hecho en el instante mismo que pronunció el Salvador su última palabra en la Cruz, todavía puede afirmarse que no fueron muertos de derecho hasta la promulgación de la nueva ley, ni mortíferos ó punibles hasta que se realizó la fundación de la Iglesia, es decir, hasta que la Iglesia quedó definitivamente constituída.

A pesar de esto, conviene distinguir las leyes meramente ceremoniales de aquellas otras que se llaman típicas, porque las primeras puede renovarlas la Iglesia cuando tenga á

bien, no así las últimas. Lo mismo puede decirɛe de los preceptos judiciales, pues éstos terminaron ciertamente desde el establecimiento de la ley de Jesucristo; pero también pueden algunos renovarse, atendidas las circunstancias.

En el tercer estado de la Iglesia, mantuvo ésta firmes la uniformidad de doctrina y costumbres y la observancia de los divinos mandatos. La que era uniformidad de fe y esperanza en Jesucristo, se hizo más noble aún; la uniformidad que existía en la ley de Moisés, en cuanto á la observancia de los símbolos y figuras, también se ennobleció más, pues cuando Cristo se mostró presente, entonces manifestó con más claridad los divinos misterios y reveló muchísimos arcanos celestiales, sustituyendo á la vez nuevos símbolos más ilustres, cuales son los Sacramentos. Y así la Iglesia Católica, después de la venida y manifestación de Jesucristo, tiene sus vínculos especiales: la doctrina de fe y de costumbres, la voluntad conforme de obedecer los divinos mandamientos, la unidad de cabeza en Jesucristo y de su Vicario en la tierra, la unidad de Sacramentos y la uniformidad del Sacerdocio. También contiene el Nuevo Testamento tres clases de preceptos, á saber: los dogmáticos, los sacramentales y los morales.

II

Roma, ese gran pueblo, que conquistó con sus armas el mundo entero, que extendió sus dominios desde la India á la Germanía, y desde las columnas llamadas de Hércules hasta los climas más orientales del Asia, ese pueblo Rey que se colocó á tan gran altura merced á sus rigurosas leyes, á sus costumbres austeras y antiguas virtudes, degeneró tan luego como se aficionó á la molicie y á las riquezas: la libertad era ya un nombre vano enmedio de una sociedad corrompida; la multitud de dioses á los que rendían culto, hacía que no existiese idea alguna de la divinidad; la familia por otra parte estaba envilecida, el concubinato se había erigido en ley, la madre no era otra cosa que la hermana de

sus propios hijos; el pater-familias lo absorbía todo, personas y bienes; los lazos de caridad eran desconocidos; allí el esclavo era sólo una cosa á los ojos de su señor, que tenía sobre él derecho de vida y muerte; el lujo, las riquezas y todas las malas pasiones eran realmente los polos sobre los que giraba aquella podrida sociedad: de aquí sus guerras interiores, sus venganzas, confiscaciones y destierros. Era necesario todo un Dios para romper las cadenas de hierro que oprimían al mundo antiguo, y ese Dios vino en efecto para regenerar y redimir á la humanidad.

III

Cumplidas las setenta semanas de Daniel y las demás profecías que fijaban el tiempo de la venida del Salvador, sale la estrella de Jacob, y su luz se extiende de una á otra parte, llenando bien presto toda la tierra. El enviado de Dios aparece, y todas las circunstancias de tiempo, de lugar, del modo como debía hacer su entrada en el mundo, se verifican en él con tanta exactitud, que es necesario estar ciegos para no reconocerlas. Él camina con la potestad de los milagros, los elementos obedecen á su voz, las leyes de la Naturaleza se rinden á sus órdenes, y la muerte misma se resiste á su voluntad. El mismo Dios, tomando carne humana, habitó entre nosotros, y anuncia desde luego una nueva doctrina que había de servir para ilustrar al hombre en sus relaciones y deberes para con Dios, para consigo mismo y para con sus semejantes; y no contento aun con esto, Jesucristo funda su Iglesia, realizando también la redención del hombre en todas las generaciones venideras.

Él nombra y escoge entre aquellos que creían y practicaban su doctrina, doce hombres humildes, pobres é ignorantes que recibieron el nombre de Apóstoles, enviados, y les concede el mismo poder que había recibido de su divino Padre; y aquellos varones humildes, cooperadores en la fundación de la Iglesia, en virtud de sus facultades extraordinarias, fueron los encargados de conservar y propagar aque

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