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CAPÍTULO VII

I. Institución de los órdenes menores.-II. De los subdiáconos: sus oficios, según la antigua y nueva disciplina: su elevación á orden sagrado.-III. De los acólitos, exorcistas, lectores y ostiarios: car gos de cada uno de ellos.-IV. Clérigos de tonsura: origen de ésta, y sus efectos.-V. Diferencia entre los órdenes mayores y me

nores.

I

En los dos primeros siglos y parte del tercero, no hub en la Iglesia más clérigos que los que formaban la jerarquía de derecho divino, pues los escritos apostólicos y demás monumentos de aquella época, sólo hacen mención de los Obispos, presbíteros y diáconos, pero aumentado el número de fieles, y el aparato de las ceremonias relativas al culto, ya no eran suficientes los diáconos para desempeñar debidamente todos los ministerios. De aquí la institución de los órdenes menores, á cuyos ordenandos se agregaron varios de los oficios de aquéllos. No fueron en verdad establecidos por un decreto general de la Iglesia; así es, que ni fué igual su número en todas partes, ni en todas partes tampoco se instituyeron á un mismo tiempo. Empezó por costumbre, siendo el primer documento que de ellos se ocupa, una carta, que á mediados del siglo III, escribió el Papa San Cornelio á Fabio, Obispo de Antioquía.

Consta, sin embargo, que en dicha época existían en algunas iglesias un Obispo, 44 presbíteros, 7 diáconos, 7 subdiáconos, 42 acólitos, y 52 exorcistas, lectores y ostiarios.

En varias Iglesias de Oriente se conocieron también los órdenes de cantores ó salmistas, laborantes y parabolani. Los primeros eran los que dirigían el canto; los segundos se ocupaban de enterrar los cuerpos de los difuntos; y los últimos asistían á los enfermos, principalmente á aquellos que padecían enfermedades contagiosas; pero de ninguno de estos órdenes menores se hace mención en los cánones Occidentales. La Iglesia Romana adoptó sólo los cinco órdenes menores de que antes nos hemos ocupado, y á este número se acomodó todo el Occidente.

Los órdenes menores creados por la Iglesia, que son, por tanto, únicamente sacramentales, son los siguientes: subdiáconos, acólitos, exorcistas, lectores y ostiarios.

II

Los subdiáconos hypodiaconi, fueron unos clérigos menores, que servían de cerca á los diáconos fuera del altar. Sus oficios en la antigua disciplina consistían en preparar los vasos sagrados y demás utensilios fuera del santuario, entregándolos á los diáconos al tiempo de celebrarse el culto divino: recibían también las oblaciones de manos de los fieles, y las entregaban á los propios diáconos, cuidaban asimismo de las puertas del templo, por donde entraban los varones, no permitiendo que persona alguna entrara ni saliera durante la solemnidad de la oblación: igualmente fueron los subdiáconos como secretarios de los Obispos, ó auxiliares al menos de los diáconos, en los encargos que les hacían los Prelados, pues llevaban las cartas de éstos á las Iglesias.

Sus funciones, conforme á la nueva disciplina, se hallan determinadas en el Pontifical Romano con estas palabras: «Subdiaconum oportet aquam ad ministerium altaris praeparare; Diacono ministrare; pallas altaris, et corporalia abluere; calicem, et patenam in usum sacrificii eidem offerre.»

En efecto, andando los tiempos se permitió á los subdiáconos entrar en el santuario, llevar el cáliz y la patena al altar, y suministrar agua para el lavatorio de manos. Pos

teriormente se fijaron ya todos sus oficios, que son: 1.o servir al diácono en el ministerio del altar: 2.° preparar el vino, el pan, los paños y demás objetos necesarios para el sacrificio: 3.o cantar la epístola en la misa solemne: 4.o verter el agua en el cáliz: 5.o ministrarla al celebrante para el lavatorio de manos: 6.o purificar y cubrir el cáliz: 7.° conducir la paz del altar al coro: 8.o llevar la cruz en las procesiones: 9.o lavar los corporales y purificadores.

Los subdiáconos, como dijimos al principio, eran sólo clérigos de menores; y aun todavía se consideran tales en Oriente; pero habiéndoseles impuesto por San Gregorio el Grande, en el siglo vi, la ley de la continencia, principiaron ya algunas iglesias de Occidente á considerarlos de orden mayor, llegando á ser disciplina general en el siglo XI por decreto del Papa Urbano II. Este Pontífice fué elevado á la Silla Apostólica en el año de 1088, siendo todavía el subdiaconado orden menor; así consta de su decreto fecha 1091, que forma el can. IV, dist. LX de la Colección Gracianea, y dice: «Nullus in Episcopum eligatur, nisi in sacris ordinibus religiose vivens fuerit inventus. Sacros autem ordines dicimus Diaconatum et Presbyteratum. Hos siquidem solos primitiva legitur habuisse Ecclesia.» Pero luego, en una decretal de Inocencio III, que constituye el cap. IX, tít. XIV de aetate et qualitate, et ordine praeficiendorum, se leen las siguientes palabras: « Verum cum hodie Subdiaconatus inter sacros ordines computetur, sicut Urbanus Papa II, sub his verbis expressit: Erubescant, impii, et intelligant judicio Spiritus Sancti eos, qui in sacris ordinibus Presbyteratu, Diaconatu, Subdiaconatu, sunt positi, si casté non vixerint, excludendos ac omni eorundem graduum dignitate.»

Vemos, pues, por estos dos decretos, que en los primeros años del Pontificado de Urbano II, era el subdiaconado orden menor, y que el mismo Urbano lo elevó después á orden sagrado, en razón á la continencia que hacía ya tiempo llevaba aneja. Hoy el subdiaconado es, por tanto, orden mayor, pues los que le reciben quedan irrevocablemente consagra

dos al ministerio del altar y obligados á guardar perpetua castidad.

III

Los órdenes menores quedaron, pues, reducidos á cuatro, que son: el de acólitos, exorcistas, lectores y ostiarios.

El orden de acólito es, sin duda alguna, el más excelente de todos los menores: ellos fueron testigos y acompañantes de los Obispos, como sucede hoy con los pajes; así es, que Hesichio interpreta aquella palabra como criado joven ó paje, que acompaña á uno continuamente y le sirve. En efecto, la palabra acólito quiere decir ó significa aquel que sigue los pasos de otro.

Su oficio propio es acompañar y servir al diácono y subdiácono en la Misa solemne, fuera del altar; encender las luces en la iglesia, y llevar los ciriales en los oficios divinos, por cuya razón se llamaron también ceroferarios; y finalmente, preparan el agua y el vino, suministrando uno y otro al subdiácono para el sacrificio.

El ministerio de los exorcistas consiste en expeler el demonio de los cuerpos de los bautizados y catecúmenos, con la imposición de las manos y oraciones aprobadas por la Iglesia: igualmente preparan las cosas necesarias para la bendición del agua lustral: y por último, acompañan al presbítero, llevando la caldereta de agua bendita en el asperges que hace al pueblo.

Los exorcismos corresponden hoy solamente á los sacerdotes, con licencia del Obispo, á fin de evitar los abusos que pudieran ocurrir, creyendo operaciones diabólicas las enfermedades naturales: cuando tienen lugar por el presbítero, le asiste el exorcista.

El oficio de lector es cantar ó recitar en los divinos oficios las Sagradas Escrituras. En lo antiguo guardaban también estos sagrados códigos; de aquí que cuando los gentiles, según Baronio, obligaban á los Obispos á que se los entregasen, respondían estos: Scripturas lectores habent, esto es,

los sagrados códigos se hallan en poder de los lectores. También bendecían los nuevos frutos; pero estas bendiciones se reservaron, hace siglos, á los presbíteros.

Los ostiarios guardaban las llaves de la iglesia; abrían y cerraban sus puertas; recibían á los fieles, no permitiendo la entrada á los infieles, penitentes y catecúmenos, sino cuando llegase aquella parte de la liturgia á que respectivamente podían concurrir; y por último, custodiaban los objetos sagrados. Este orden es el último de los menores.

En la antigua disciplina no se conferían á un mismo sujeto todos los órdenes menores, por la incompatibilidad de los oficios; sucediendo, por el contrario, que algunos clérigos permanecían toda su vida, ya en el orden de lectores, ya en el de acólitos, ya en el de ostiarios, etc. Hoy no acontece lo mismo, pues para recibir órdenes mayores se necesita previamente haber recibido todos los menores. Sin embargo de esto, puede decirse que sus respectivos oficios ya están suprimidos de hecho, como pasa con el de los lectores; ya son ejercidos por personas legas, como el de ostiarios y acólitos; ya, en fin, corresponde su desempeño á los sacerdotes, como el de exorcistas: así es que, en la actualidad, se consideran sólo como la puerta por donde se entra á los grados superiores. No fueron, empero, de este sentir los Padres del Concilio Tridentino, pues mandaron que respecto de los órdenes menores se restableciese la antigua disciplina, y no se ejercieran en adelante dichos ministerios sino por personas constituídas en los órdenes mencionados; asignándoles los estipendios de una parte de las rentas de algunos beneficios simples, ó de la fábrica de la iglesia, ó juntamente de los beneficios y de la fábrica (1),

(1) Cap. XVII, de Reform., Ses. XXIII.

El Santo Concilio, con el fin de que se restablezca, según los sa>grados cánones, el antiguo uso de las funciones de los santos órdenes > desde el diaconado hasta el ostiarato, loablemente adoptadas en la Iglesia desde los tiempos apostólicos, é interrumpidas por tiempo en > muchos lugares; con el fin también de que no las desacrediten los herejes, notándolas de supérfluas; y deseando ardientemente el res>tablecimiento de esta antigua disciplina: decretan que no se ejerzan

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