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CAPÍTULO XI

I. Soberanía temporal de Roma: su origen: no trae causa de la donación de Pipino, confirmada más tarde por Carlo-Magno, sino del sufragio del pueblo italiano, que le consideraba como su libertador. II. Estado actual.--III. Si el dominio temporal es necesario y conveniente para el ejercicio de la Primacía.-IV. Si puede ésta existir independientemente de aquel poder.

I

Además de la dignidad espiritual tenía el Papa la soberanía temporal de los Estados Pontificios. La Iglesia Romana poseía, pues, este poder temporal por el más justo de los títulos, cuya fuerza y validez fueron reconocidos en el Congreso de Viena. Respecto á su origen, convienen la mayor parte de los críticos que es apócrifa la donación que se supone hecha por Constantino al Pontífice Silvestre, cuando trasladó aquél la,Silla Imperial de Roma á Constantinopla; y en su consecuencia, lo explican de la siguiente manera: El dominio temporal de los Pontífices, dicen, tuvo lugar mucho más tarde, y antes que en Roma, en Rávena y su Exarcado, cuya concesión fué hecha por Pipino, Rey de Francia, en 754, cuando reconquistó este territorio del poder de los Lombardos. Esta donación, añaden, fué confirmada por su hijo Carlo-Magno, quien dió el señorío de Roma luego de conquistada toda la Italia al Papa León III. Desde esta época, continúan, han conservado los Pontífices el dominio de estos Estados, y á pesar de las alteraciones que ha sufrido la Europa, de hundirse tronos, cambiarse la dinastía de sus Reyes, y desaparecer pueblos y naciones enteras, los Papas han

continuado en posesión del pequeño patrimonio de San Pedro.

Estaba, en verdad, reservado al siglo XIX, el presenciar el más violento de los despojos; el más injusto y arbitrario de los actos.

Veamos, sin embargo, lo que hay de cierto en los hechos históricos que narran los expositores.

Después de la destruccián del imperio de Occidente sufrió la Italia el yugo de varios conquistadores, que lo fueron sucesivamente, los Hunnos ó Hunos, Hérulos, Ostrogodos y Lombardos. Sólo la ciudad de Rávena permaneció bajo la dependencia de los Emperadores de Oriente, los cuales enviaban un Exarca para defenderla y gobernarla.

Luitprando, Rey de los Lombardos, se propone sitiar á Rávena, y el Papa Zacarías le contiene: luego Ratchis, sucesor de aquel Rey, amenaza á Roma, y pone sitio á Perusa; pero el mismo Pontífice Zacarías llega á su presencia, y le habla con tanta unción y energía, que le hace desistir de su propósito, consiguiendo de aquel Monarca, pasase del furor al arrepentimiento, y se retirara al Monasterio de Monte Casino.

Entonces ciňó Astolfo la corona, y se propone someter á su dominio la misma ciudad de Roma. En semejante peligro el pueblo romano, vuelve sus ojos al Padre universal, y éste implora la protección de Francia. Ocupaba por aquel tiempo el trono el Rey Pipino, célebre ya por su valor y por su piedad; quien desde luego aceptó la alianza que el Pontífice le proponía. El Rey Lombardo se dirige, empero, á Rávena y su Exarcado, y Eutiques, Exarca de esta ciudad, la abandona cobardemente y se vuelve á Constantinopla. Los Emperadores de Oriente no mandan tampoco refuerzos, y Astolfo se apodera de aquel Exarcado en 752.

Muerto el Papa Zacarías le sucede Esteban, quien falleció también á los pocos días de su elección; por lo que en el mismo año de 752, fué elevado á la cátedra de San Pedro, Esteban III, que otros llaman II, por no haber llegado á consagrarse el anterior Pontífice.

Esteban III, pues, escribe á Pipino, implorando su socorro contra Astolfo, y consigue al fin, por mediación de aquél, un tratado de paz que el mismo Astolfo rompió cuatro meses después. No satisfecho éste de proceder tan indigno, pide que se le reconoza como Soberano de Roma, y en semejante situación el pueblo romano se dirige al Papa solicitando misericordia; todos se unen y proclaman por su jefe al Pontífice. Este se dirige á Pavía, donde tiene una entrevista con el Rey Lombardo; pero no pudiendo disuadirle de su intento, pide de nuevo protección á Pipino.

Entonces este Monarca intima á Astolfo, que restituya las tierras conquistadas, y habiéndose negado á ello, pasa los Alpes al frente de sus ejércitos, derrota á los Lombardos y pone sitio á Pavía, donde se encontraba su Soberano. De este modo obliga á Astolfo á entregar al Papa el Exarcado y la Pentápolis.

Entre tanto tenían lugar tales hechos, se entregaba Constantino Coprónimo, Emperador de Oriente, á nombrar un Patriarca y á proscribir el culto de las imágenes.

Pero apenas regresa Pipino á sus Estados, cuando Astolfo, faltando á su juramento, vuelve á tomar las armas y poner sitio á Roma. Disgustado el Monarca francés de semejante proceder, pasa de nuevo los Alpes y encierra á Astolfo en Pavía, pero éste se apresura á pedir la paz. Entonces el Abad Fulrado, comisario francés, toma solemnemente posesión del Exarcado y va á Roma para entregar las llaves de las ciudades.

De este hecho deducen algunos historiadores, que el Pontífice, en virtud de donación por parte de Pipino, adquirió el dominio de tres provincias y veintidos ciudades.

No concluyeron aquí las guerras que desolaban toda la Italia.

En tiempo del Pontífice Adriano, vuelven los Lombardos á emprender nuevas luchas dirigidos por su Monarca Desiderio. El Rey de Francia Carlo-Magno, sucesor de Pipino, ofrece á aquél oro y plata si deja libre al Romano Pontífice; pero Desiderio no acepta, y se ve Carlo-Magno en la necesi

dad de pasar los Alpes para proteger á su aliado. Baja del Monte Cenis, y derrota á Adaljiso, hijo del Monarca Lombardo; después persigue al propio Desiderio, á quien derrota también, arrojándolo de Turín, y obligándole á encerrarse en Pavía: por último, le hace prisionero y se lo lleva á Francia juntamente con su mujer é hija; concluyendo de este modo la monarquía de los Lombardos.

Pero no terminaron aun los disgustos del Papa. En 25 de Abril del año de 799, Pascal y Campel, con gente armada, se arrojan sobre León III, sucesor de Adriano I, y después de maltratarle, le encierran en un monasterio. Libertado al fin por unos hombres honrados, se dirige á Francia para ver á Carlo-Magno, quien le tuvo allí algún tiempo con grande honor. Vuelve á Roma, donde entra en triunfo el día de San Andrés. En el año de 800 coronó por Emperador á CarloMagno el día de Navidad al tiempo de asistir á la misa en la iglesia de San Pedro; y pocos días después obtuvo de dicho Emperador el perdón de sus enemigos Pascal y Campel, condenados á muerte por el atentado cometido en su per

sona.

Vemos, pues, por los hechos históricos que quedan referidos, que el poder temporal de los Pontífices trae causa del sufragio universal.

La Italia se levanta como un solo hombre para sacudir el yugo de los bárbaros, poniéndose toda ella bajo la protección del Papa. Es, por tanto, la aclamación de un pueblo ultrajado en su honra, quien constituye al Pontífice como jefe de la lucha, que se vió en la necesidad de emprender. Y esto no era por cierto nuevo, pues ya desde la destrucción del imperio de Occidente, venían fijándose en el Sumo Pontífice para elegirle por su jefe y soberano; así es que en el siglo vi decía San Gregorio Magno: «Ignoro lo que soy, porque no sólo despacho bulas dogmáticas, sino que expido órdenes, ya como Monarca, ya como prócer».

Por otra parte, no puede decirse que la protección concedida al Papa, tanto por Pipino, como por Carlo-Magno, fuese realmente una verdadera donación; porque los fran

ceses pasaron los Alpes, llamados por los italianos, para unirse y aumentar las filas de los ejércitos de éstos, á fin de arrojar de aquel suelo á los Lombardos. Por esto dijo muy oportunamente Ludovico Pío, que la donación de CarloMagno no fué sino un verdadero reconocimiento del poder temporal de los Pontífices.

Y ciertamente que el Pontificado salvó la Italia de la devastación y de la ruina; así lo reconoce y confiesa el mismo Voltaire, cuya autoridad sobre esta materia á nadie parecerá sospechosa; él dijo: que si la Italia hubiera continuado en las luchas que sostuvo durante los siglos VII y VIII, hubiera quedado yerma ó reducida á cenizas; pero que afortunadamente terminaron aquéllas por mediación y auxilio del Pontificado. Por esto quizás decía Lutero, que la Silla Apostólica estaba bien en Roma.

En efecto; el Pontificado ha salvado la Italia, la ha civilizado, la ha libertado siempre de sus opresores; títulos los más legítimos para fundar su soberanía temporal. Y no se diga que ambicionaba ese poder, porque los mismos Pontífices llamaron en su auxilio á los Emperadores de Oriente, quienes cobardes y traidores se negaron siempre á auxiliarles. Por lo demás, y en prueba del desprendimiento de la Silla Apostólica, tenemos todos esos Ducados, que se fueron creando posteriormente dentro de la misma Italia; así es que, desde luego, puede afirmarse que el Pontificado gobernó la Italia para librarla de sus enemigos.

II

El Pontificado carece actualmente de ese poder temporal, adquirido por los más justos títulos, y reconocido de antiguopor todas las naciones cristianas. Estaba, en verdad, reservado al siglo en que dominaban todas las ideas disolventes, ejecutar el más arbitrario y el más injusto de los despojos. Ya el Jefe Supremo de la Iglesia tiene que vivir de las obla ciones voluntarias de los fieles; ya en todas las diócesis hay

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