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CAPÍTULO XV

I. Patriarcas: origen de la institución de su potestad, refutando á la vez las diversas opiniones de los canonistas sobre esta materia: razones que existieron para establecer su jerarquía.-II. Patriarcados de Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén.-III. De los llamados menores.-IV. Derechos de los Patriarcas.-V. Cisma de Oriente y agregación de nuevos territorios al Patriarcado de Constantinopla.-VI. De los Patriarcas durante las Cruzadas, y después: estado actual.

I

Patriarca tanto quiere decir, según la interpretación de Isidoro, como princeps patrum. Son éstos, unos altos dignatarios eclesiásticos, que no solamente gobiernan su Iglesia en concepto de Obispo, sino que ejercen autoridad sobre un vasto territorio, que comprende varias provincias eclesiásticas con el nombre de diócesis.

Se disputa acaloradamente entre los eruditos acerca del origen de esta institución. Baronio, Valesio y Pagi aseguran que tuvo lugar en tiempo de los Apóstoles. Dupín, por el contrario, atribuye su institución á las costumbres admitidas en las iglesias antes del Concilio Niceno. Balsamón y los griegos modernos opinan que se establecieron en el sínodo de Nicea. Launoy, Basnage y Cave sostienen que esto aconteció en el Concilio de Constantinopla. Cavallario se inclina creer, que los Patriarcas no se conocieron antes de este último sínodo.

á

Se funda para ello en que los cánones Nicenos mandaron, que todas las causas provinciales debían terminarse en el

concilio provincial, sin que las apelaciones ordinarias de estos sínodos perteneciesen á los Patriarcas, hasta después que el Concilio de Constantinopla dividió la Iglesia Oriental en diócesis. Es más, casi en todo el siglo IV, añade, los Metropolitanos fueron ordenados por los Obispos comprovinciales, con arreglo á los cánones de Nicea.

A esta opinión, continúa, parece se opone gravemente el canon VI del Concilio de Nicea, en el que se confirma, siguiendo las costumbres recibidas de las iglesias, la potestad del Obispo de Alejandría sobre el Egipto, Libia y Pentápolis; pero esta potestad era más bien metropolitana que patriarcal, puesto que en el Egipto no hubo por mucho tiempo metropolitanos. Walter dice que los Obispos de Roma, Alejandría y Antioquía gozaban de muy antiguo ciertos privilegios que les confirmó el Concilio de Nicea; también añade, que en el siglo Iv se pensó en Oriente estrechar más los vínculos de unidad entre los Metropolitanos, formando de varias provincias una diócesis, que se encargaba al Exarca.

Golmayo opta por una opinión intermedia; pues dice que todos tienen razón, según que se considere la dignidad patriarcal en sus principios, ó en su completo desarrollo y perfección. No era posible, añade, que durante los rigores de la persecución estas y otras instituciones estuviesen ya reglamentadas, deslindados los derechos y atribuciones, y obrando cada autoridad de una manera uniforme é invariable, como pudiera hacerse en tiempos normales, y á la vista de leyes terminantes hasta en los pormenores y forma de la ejecución.

En vista de tan contrarias opiniones, debemos nosotros decir, siguiendo á Devoti, que la institución de los Patriarcas fué anterior al Concilio de Niceà, si bien en este Sínodo se reconoció aquella dignidad y los derechos que le eran inherentes. Por esto San Jerónimo y el Pontífice Inocencio I, pudieron afirmar que los Patriarcas se establecieron en este Concilio, es decir, se reconocieron en esta asamblea. Ahora bien; el nombre de tales no se usó hasta el Concilio general de Calcedonia. Están en un error los que opinan que la po

testad que ejercía el Obispo de Alejandría sobre el Egipto era solo metropolitana; porque dicha autoridad no se extendía únicamente al Egipto, sino también sobre la Libia y Pentápolis. Por otra parte, los Patriarcados lo formaban varias provincias, no una sola. También se equivocan los que confunden los Exarcas de las diócesis con los Exarcas de las provincias, pues éstos eran Metropolitanos y presidían una provincia; pero aquéllos presidían la diócesis, que se componía, como dicho es, de muchas provincias.

La dignidad Patriarcal trae su verdadero origen, dice Donoso, de la veneración debida al Príncipe de los Apóstoles, creado por Jesucristo, Jefe Supremo de la Iglesia. En efecto, tres razones existían para la institución de dicha potestad: la una era general, la otra especial, y la última especialísima. Consistía la general en que las Iglesias Patriarcales sirvieron de comunicación para todas las demás iglesias; pues era lo cierto que las tres primeras sillas patriarcales, estaban sitas en las tres grandes capitales del mundo entonces conocido; á saber: Roma en Europa, Alejandría en Africa y Antioquía en el Asia.

La razón especial que hubo para dicha institución, consistía á su vez en que esas iglesias fueron fundadas por San Pedro, pues aun cuando la de Alejandría se fundó por su discípulo San Marcos, fué en virtud de especial mandato del Príncipe de los Apóstoles. De aquí que estas iglesias fuesen dignas del mayor honor, reconociéndoseles desde luego derechos y prerrogativas que no tenían las demás.

Era la razón especialísima, que los Obispos de esas tres Sillas han sido los principales propagadores del cristianismo; y por tanto todas las demás iglesias que se iban fundando, se consideraban como filiales de una de aquéllas: es más, como quiera que la voz patriarcal, con relación á la Iglesia, significaba tanto como matriz ó madre, y en efecto lo fueron de cuantas se establecieron después, por esto, sin .duda, los Obispos de dichas tres Iglesias se llamaron Patriarcas.

II

Ya hemos manifestado, que en el Concilio primerò general, celebrado en Nicea, se reconoció y confirmó en los Obispos de Roma, Alejandría y Antioquía una autoridad, que ya ejercían de antiguo, superior á la de los Metropolitanos, puesto que se extendía á varias provincias. Así, en efecto, es la verdad, pues el Niceno alude especialmente á la preeminencia y jurisdicción ya reconocidas de antemano en esas tres sillas, únicas á quienes competía con toda propiedad el derecho y dignidad patriarcal. He aquí el canon á que nos referimos: «Antiqui mores serventur, qui sunt in Aegipto, Libia et Pentapoli, ut Alexandrinus Episcopus horum omnium habeat potestatem, quandoquidem et Episcopo Romano hoc est consuetum. Similiter et in Antiochia et in aliis provinciis sua privilegia, ac suae dignitates et auctoritates Eclesiis serventur». Es visto, por tanto, el error de Cavallario, al sostener que dicho Concilio no se refiere á los Patriarcas, sino á los Metropolitanos; pues basta considerar en contrario dos cosas: primera, que la autoridad y privilegios de los Obispos de esas tres sillas, como hemos dicho poco há, no eran comunes á los demás Obispos, ni tampoco á los Metropolitanos; segunda, que su territorio, por lo que hace al de Alejandría, se expresa en el canon, y es mucho más extenso que el de una provincia; que en cuanto al de Roma, aunque no se señala, comprendía todo el Occidente, y el de Antioquía se extendía á quince provincias. Igualmente hemos manifestado las razones que existieron para la creación de esos tres grandes Patriarcados, pues sus iglesias fueron verdaderamente fundadas por San Pedro, siendo á la vez aquellas capitales las más importantes y populosas; y por lo mismo, el centro desde donde se propagó el cristianismo á las comarcas inmediatas. Las iglesias, que iban fundándose posteriormente, no podían menos de mirar con singular respeto la cátedra en que había predicado el Vicario de Jesucristo, donde naturalmente se conservaba con la mayor pureza el

depósito de la fe, de la doctrina y de las tradiciones divinas.

Dice Cavallario que, antes del sínodo de Calcedonia, hubo ya seis Patriarcados en toda la Iglesia, á saber: el Romano, el de Alejandría, Antioquía, el de Efeso en las diócesis de Asia, el de Cesárea en el Ponto, y de Heráclea en Tracia; pero estos tres últimos, aunque algunas veces se llamaban Patriarcados, eran, en verdad, Exarcados menores; y decimos menores, porque los principales Exarcados estaban regidos por Patriarcas: de aquí la confusión de algunos expositores sobre esta materia, pues afirman unos que los Exarcas eran inferiores á los Patriarcas, y otros que los Exarcados de Efeso, Cesárea y Heráclea eran verdaderos Patriarcados. Más claro aun; los primeros Exarcados eran regidos por verdaderos Patriarcas; de modo que en ellos, tanto quería decir Exarca como Patriarca; pero, además de éstos, existían Exarcados menores, cuyos derechos y prerrogativas son inciertas, por más que se les atribuye ciertos derechos honoríficos sobre los Metropolitanos, y estos Exarcas eran indudablemente inferiores á los Patriarcas, por más que algunas veces se llamasen tales Patriarcas. De esta clase fueron los tres de que últimamente nos hemos ocupado, es decir, los de Efeso, Cesárea y Heráclea.

Tenemos sólo, por tanto, tres grandes Patriarcados: Roma, Alejandría y Antioquía; el primero, lo es de todo el Occidente, los otros dos del Oriente. En efecto; en el Concilio de Calcedonia se pronunciaron varias aclamaciones al Pontífice, llamándole Patriarca; es decir, reconociendo su Silla como madre de todas las iglesias Occidentales.

Pero como el Sumo Pontífice es á la vez Vicario de Jesucristo, Primado de la Iglesia universal y Jefe Supremo de toda ella, de aquí que nos concretemos, en lo sucesivo, á los Patriarcados de Oriente. Ya conocemos el origen de los de Alejandría y Antioquía; vamos ahora á manifestar los de Constantinopla y Jerusalén.

Para la institución del Patriarcado de Constantinopla hubo razones especiales: en un principio no tenía dicha ciu

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