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afirman los protestantes, sino, como profesan los católicos, aquel magisterio siempre vivo é infalible con que Cristo invistió á la Iglesia en sus Apóstoles cuando dijo: Ite, docete omnes gentes. «Esta fue, continúa el autor, la creencia de la Iglesia desde los tiempos apostólicos, como lo acredita la práctica constante, ya propagando en los pueblos la revelacion de Cristo, ya resolviendo cuestiones y dificultades como en el primer Concilio de Jerusalen, modelo y fundamento de todos los demas, ya combatiendo las herejías, como lo acreditan las actas de todos los Concilios posteriores.» Probada con solidez de argumentos y razones la existencia y la institucion divina del magisterio infalible de la Iglesia, pasa el autor á esplicar su naturaleza, á definir su objeto propio, y á marcar los límites y los medios de su ejercicio. El magisterio infalible de la Iglesia, del que en cierto modo participan tambien los simples fieles, y el cual es ejercido por los sacerdotes y Pastores de las almas, reside propiamente en los Obispos y en el Papa; pero con la diferencia de que los Obispos, aunque sucesores de los Apóstoles, no heredaron de estos la infalibilidad personal, al paso que el Papa es personalmente infalible, y tan infalible como lo fue Pedro, de quien es sucesor. Mons. Ketteler se declara uno de los mas ardientes campeones de la infalibilidad pontificia, aceptando enteramente la doctrina del Cardenal Bellarmino y del Cardenal Litta, que en sus Cartas sobre los cuatro artículos del clero galicano ha esplicado y defendido con la mayor brillantez esta gran prerogativa de los Sumos Pontífices.

Son en último y supremo grado órganos del magisterio infalible de la Iglesia los Concilios ecuménicos, en los cuales todos los poseedores de la infalibilidad doctri

nal, esto es, el Papa, que la posee individualmente, y por debajo de él y con él los Obispos del orbe católico, que la poseen colectivamente, se reunen para juzgar y decretar sobre las materias mas importantes de la fe y de la moral. Estas Asambleas son el tribunal supremo del magisterio apostólico, la autoridad mas elevada, por cuyo medio el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad, habla á los hombres sobre la tierra.

«Es digna de admiracion, añade el autor, la sabiduría y bondad de Dios, que mientras con el primado infalible de los Papas provee por vias ordinarias á la unidad de la Iglesia y al perenne sostenimiento en ella de la verdadera fe, quiso, sin embargo, que hubiera tambien Concilios, no solo para que en las necesidades mas graves y estraordinarias de la Iglesia fueran como un alivio del gravísimo cargo que pesa sobre el mismo Pontífice, sino tambien porque la infalibilidad de la Iglesia, que es un don divino, invistiendo al Concilio de una forma que, humanamente hablando, da las mayores garantías de verdad y de acierto que se pueden desear, los Pastores corrieran menos peligro de envanecerse con tan elevado don, y los fieles se prestaran con mayor facilidad á reverenciar y obedecer sus oráculos.» El autor, recorriendo la historia de todos los Concilios, demuestra que en todos los tiempos fueron el medio principalísimo por el que la verdad revelada se mantuvo victoriosa y en toda su perfeccion y pureza contra todos los errores, y la iglesia gloriosamente defendida de los ataques de Sus enemigos.

No será menos provechoso y útil que los anteriores el Concilio ecuménico del Vaticano. Pero ¿cuáles son los errores y los enemigos que está llamado á combatir? ¿Cuáles los medios de que se valdrá para conseguir el

triùnfo? Á esta pregunta, que naturalmente sale de todos los labios, nadie puede responder, dice Mons. Ketteler, sino el Concilio mismo, y altamente inconveniente seria que nosotros quisiéramos prevenir las inspiraciones del Espíritu Santo. Sin embargo, á vista del estado presente de la Iglesia y del mundo, bien podemos formar alguna idea de la especialidad y grandeza de los problemas que la Iglesia de Dios está llamada á resolver en la situacion actual del mundo. El error dominante de nuestra época no es, como en los tiempos pasados, la negacion de uno ó mas dogmas, sino la negacion radical de toda revelacion y de todo lo sobrenatural. Es un naturalismo ó racionalismo puro, que tiene por término y fin la deification de la naturaleza y de la razon. La rebelion de la razon contra todo lo sobrenatural ha oscurecido y corrompido con espantosos errores hasta las verdades naturales y primarias sobre un Dios personal y vivo; sobre la naturaleza espiritual, libre é inmortal del alma; sobre las leyes inmutables de la moral, y despues de haber recorrido todas las vias del panteismo, desde Espinosa hasta Hegel, se ha precipitado en el materialismo mas asqueroso, que es la filosofía hoy dominante. Con el racionalismo por teología, y con el materialismo por filosofía, fácil es imaginarse los horribles desórdenes y errores que en el órden práctico de la vida de la política de la sociedad se han difundido por el mundo.

y

La Iglesia está llamada á remediar estos males y á restaurar sus derechos, no solo en cuanto á la fe y á la revelacion, sino tambien en cuanto á la razon. La Iglesia no se contentará con defender y fijar, si mas pueden fijarse, las verdades sobrenaturales, sino las naturales, y aquellos principios primarios que son el fundamento de la sociedad: La Iglesia hará ademas aplicacion prác

tica de estos principios á aquellas cuestiones mas capitales que hoy agitan al mundo en sus entrañas; la Iglesia establecerá las relaciones que ha tenido y debe tener siempre con la ciencia, con la escuela, con la familia, con el matrimonio, con el Estado y con la sociedad, contra todos aquellos que quieren que la sociedad, el Estado, el matrimonio, la familia, la escuela y la ciencia estén separados de la Iglesia, emancipándolos de la Religion bajo el pretesto de una libertad mentida que no es otra cosa que la rebelion contra Dios y contra las leyes de toda verdad y de toda justicia. La Iglesia, ademas de reivindicar para el género humano todos sus bienes naturales y sobrenaturales, reivindicará tambien para sí misma toda la libertad de que necesita para llenar en el mundo su mision divina; libertad para predicar y enseñar la verdad á los pueblos; libertad para educar á sus levitas; libertad para la eleccion de sus Obispos; libertad para la vocacion religiosa; libertad, en fin, para toda clase de obras de piedad y caridad cristianas. La Iglesia consagrará todos sus cuidados á procurar la santificacion de todos sus miembros, y principalmente del sacerdocio, que es la sal de la tierra y la luz del mundo.

La santificacion de los ministros de la Iglesia en la verdad y en la union de Dios y en Cristo de todos los creyentes, fueron el objeto de aquella sublime plegaria que Cristo dirigió al Padre despues de la última cena: Pater Sancte... sanctifica eos in veritate... Rogo, ut omnes unum sint, sicut tu, Pater, in me, ego in te, ut et ipsi in nobis unum sint. (Joan., xvii, 17, 21.) Este es precisamente, y este fue siempre, concluye Mons. Ketteler, el fin de la Iglesia; este es el gran fin del Concilio; y para que le obtenga pueden y deben cooperar

TOMO III.

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todos, hasta los mismos fieles, con dos medios eficacísimos: la oracion y la santificacion propia. >>

4.-The Ecumenical Council and the infallibility of the Roman Pontif, bis HENRY EDWARD MANNING, Archbishop of Westminster.

Del Concilio ecuménico y de la infalibilidad del Papa, por Monseñor Enrique Eduardo Manning, Arzobispo de Westminster: un tomo en 8.o de 151 páginas.

Este nuevo tratadito teológico del Arzobispo de Westminster, Mons. Enrique Eduardo Manning, puede ser considerado como el complemento del otro publicado con motivo del Centenar, acerca del galicanismo y de los resultados del Concilio del Vaticano. En este nuevo opúsculo se trata del Concilio en general, ó sea de sus efectos, puesto que en el primer capítulo que sirve de exordio se esponen algunos efectos del Concilio producidos en Inglaterra y en Francia, y en el capítulo que sirve de conclusion se esponen ciertos efectos futuros del Concilio en el mundo religioso y político. En el segundo y en el tercer capítulo se discute particularmente la oportunidad de definir la infalibilidad del Romano Pontífice, y se demuestra claramente la universal y perpetua tradicion de la Iglesia en corroboracion de esta doctrina.

En cuanto á la oportunidad de la definicion, el sapientísimo Arzobispo cita brevemente, no con el calor de la elocuencia, sino con la calma de la discusion, en primer lugar, doce argumentos que se han alegado ó podrian alegarse en contrario; despues doce breves respuestas á cada una de las dificultades citadas; y finalmente, cita quince argumentos en favor de la infalibilidad, los cuales están nuevamente compendiados por el autor, en tres páginas, al fin del tercer capítulo, des

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