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que

la teocracia moderna del Estado, siendo una de ellas, no es otra cosa que el mas refinado despotismo... Pero ahora bien: ¿escucharán las potencias las palabras del próximo Concilio? ¿Seguirán sus consejos, ó, por el contrario, rindiendo nuevo culto á su teocracia sin Dios, acabarán de consumar su apostasía? Dios lo sabe; á nosotros solo se nos alcanza que su total apostasía está indicada en un libro cuyas profecías se han cumplido hasta ahora, en tales términos, que la tenemos ya por un hecho consumado. Ignoramos por completo la hora en la Justicia divina abandonará al mundo á su libre albedrío; pero abrigamos la profunda conviccion de que esta hora ha de llegar... Pero, sea cual fuere el porvenir del mundo temporal, es innegable que el mundo espiritual se va dividiendo en dos grandes grupos, y que las unidades de la fe y de la negacion acabarán por ocuparlo completamente. En ninguna época nos presenta la historia un espectáculo mas grandioso que el que ha de ofrecer, á no dudarlo, la próxima reunion del Concilio ecuménico. Gracias al sucesor de San Pedro, su voz resonará en todas partes, como la mas elocuente escitacion que ha podido desde hace muchos siglos dirigirse á la razon y á la conciencia humanas en nombre de la unidad que puede conjurar la tormenta que nos amenaza. De todo el mundo acudirán en tropel las almas á bendecir á Dios: Fluent ad eam omnes gentes, y los cielos y la tierra esclamarán: «Son muchedumbres que es imposible contar; todos los pueblos, todas las tribus, todos los idiomas, tienen representacion en ellas; es la gran familia de los hijos de Dios, el redil del supremo Pastor: Unum ovile et unus Pastor.»

Con estas sublimes palabras da fin Mons. Dechamps á su profundo estudio religioso. De esta obra se han

agotado ya siete ediciones, y está próxima á publicarse su traduccion en italiano.

Carta del Arzobispo de Malinas publicada en la sétima edicion de su libro LA INFALIBILIDAD Y EL CONCILIO GENERAL, del que se han hecho en pocos meses diez y siete ediciones: obra que ha merecido elogios de

Su Santidad.

Señor: Al escribir sobre la infalibilidad de la Santa Sede, con motivo del próximo Concilio, he creido hacer una cosa útil á todo el mundo.

Los hechos que me referís, y las cosas que me contais, prueban que no me he equivocado.

Vos sois cristiano, Señor, y mas que cristiano, es decir, católico, teneis fe, y sabeis dar razon de vuestra fe, porque conoceis sus inquebrantables fundamentos; y á pesar de esto, la ciencia positiva de la fe y las enseñanzas de ella no han estado nunca en vos á la altura de las otras ciencias, y no habeis tenido hasta ahora mas que nociones imperfectas sobre la naturaleza de la infalibilidad, sobre su evidente necesidad, sobre su órgano, su objeto propio y sus límites. Todas estas cosas, que no forman mas que una en el plan divino, se os presentan ahora en su majestuoso conjunto y en su luminosa sencillez. Las cinco tésis del cap. vi, donde se demuestra la infalibilidad de la Silla Apostólica, son nuevas para vos; pero, creedlo bien, no contienen absolutamente nada de nuevo. Yo solo me propuse hacerlas accesibles á los entendimientos poco acostumbrados

á estudios teológicos. Las tres primeras de estas tésis se apoyan sobre la Escritura, la tradicion y las definiciones de fe que implican la infalibilidad. Las tres se las encuentra, mas o menos desenvueltas, en todas las obras clásicas que tratan de la materia.

Las dos últimas, la tésis que yo llamo de derecho, espuesta por el genio de De Maistre, y la tésis de hecho, tan victoriosamente formulada por Muzzarelli, no están ciertamente tan estendidas por lo general en las escuelas; pero ellas no pueden faltar y llegar á ser clásicas como las otras. Las encontrais todas ellas irrefutables, y me decís que estais convencido cinco veces. Esto no me ha sorprendido: Qui quærit legem, replebitur ab ea; et qui insidiose agit, scandalizabitur in ea. (Eccl., XXXII, versículo 19.) «La luz de la verdad abunda siempre en los ojos de los que la buscan, y no hiere mas que los ojos de los que la temen, fingiendo que la buscan.»

Por otra parte, señor, no os habrá sorprendido poco que el teólogo mas autorizado de nuestros dias, San Alfonso de Ligorio, apoyado en los maestros de la ciencia sagrada, en los Suarez, por ejemplo, los Vazquez, los Melchor Cano, los Bellarmino, no haya podido por menos de decir que esta doctrina de la infalibilidad, toda ella á lo menos, lleva á la fe: nostram sententiam esse saltem fidei proximam, y que la doctrina contraria parece toda ella errónea y lleva á la herejía: Contrariam vero videri omnino erroneam, et hæresi proximam. (DE LEGIBUS, dissert., tit. De Rom. Pont.)

Si estos grandes hombres y estos Santos se contentan con decir que la doctrina de la infalibilidad del Jefe de la Iglesia en materia de fe, toda ella por lo menos conduce á la fe, y que la doctrina contraria les parece, por consiguiente, tan errónea hasta caer en la herejía,

es únicamente para no prejuzgar el juicio de la Iglesia, segun estas palabras de Melchor Cano:

Á los que preguntan si es una herejía afirmar que la Santa Sede puede errar en la fe, San Gerónimo responde declarando perjuro al que no sigue la fe de la Santa Sede; San Cipriano declarando separado de la Iglesia al que se aparta de la Cátedra de Pedro, sobre la que está fundada la Iglesia; el Concilio de Constanza declarando hereje á aquel que piense otra cosa diversa que la santa Iglesia romana acerca de los artículos de la fe.

»Yo añado á esto que las tradiciones apostólicas suministran una regla segura para convencer á una doctrina de herética, y que, segun la doctrina cierta de los Apóstoles, la autoridad suprema de Pedro en la enseñanza de la fe continúa en sus sucesores los Romanos Pontífices, y no veo motivo para que nos pueda hacer temer el condenar la doctrina contraria como herética.

»Pero no queremos prevenir el juicio de la Iglesia. No afirmamos nosotros menos con plena seguridad que aquellos que esparcen en la Iglesia una doctrina perniciosa y pestilencial son los que niegan que el Romano Pontífice suceda en la autoridad suprema docente de Pedro en materia de fe, ó que afirman que el Supremo Pastor de la Iglesia puede errar en la enseñanza de la fe.

>>Estas son efectivamente las dos cosas que los herejes hacen, y la Iglesia tiene por católicos á los que no hacen ni lo uno ni lo otro.» (De Locis theol., lib. vii, capítulo vII.)

Se ve, pues, que, segun Melchor Cano, lo mismo que segun el conde de Maistre, autoridad suprema docente y autoridad infalible son dos cosas perfectamente

sinónimas. Son igualmente sinónimas á los ojos de la razon, puesto que los juicios de una autoridad suprema son necesariamente irreformables, y los juicios irreformables son necesariamente infalibles en una sociedad divinamente instituida y divinamente fundada sobre esta autoridad misma: super hanc petram.

Si me fuera posible, señor, ver á los que abiertamente se oponen á la oportunidad de la definicion dogmática de la infalibilidad de la Santa Sede en materia de fe, yo les recordaria las palabras de Melchor Cano que acabo de citar, y llamaria en seguida la atencion sobre los puntos siguientes:

1. La opinion que niega la infalibilidad del Jefe de la Iglesia definiendo ex cathedra, ¿puede ser considerada como una opinion verdaderamente libre, ó, en otros términos, como una opinion verdaderamente probable? No, porque se opone á la doctrina general de la Iglesia: Non solum enim major pars, sed tota fere Ecclesiæ, excepta Gallia (mejor dicho, una escuela en Francia) id docet, et semper docuit. Aut igitur infallibilitatem Pontificis fateri oportet, aut dicere quod Ecclesiæ catholica tantum ad exiguum Gallorum numerum redacta sit (San Alfonso, en el lugar citado). Hé aquí por qué los teólogos que no se esplican tan enérgicamente como los grandes escritores citados antes, dicen que esta opinion es, por lo menos, temeraria. Así lo ha conocido tambien Bossuet, que, despues de haber dejado pasar años para hacer, deshacer y rehacer la defensa de la Declaracion de 1682, para ponerla en armonía con su fe sobre la indefectibilidad doctrinal de la Sede Apostó→ lica, murió sin haber podido publicar este trabajo impuesto por su debilidad á su genio, y con el sentimien— to de un disgusto tan bien espresado en estas palabras:

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