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á la conversion de Santa Cruz á los padres fray Francisco Izquierdo y fray Francisco Gutierrez, con los hermanos religiosos legos fray Juan de Ojeda y fray José de la Concepcion.

Embarcáronse los cuatro religiosos en las balsas en que habia venido la noticia; y el venerable padre fray Francisco Izquierdo no perdió instante de comunicar el fuego de amor divino que llevaba en su pecho, de dia en las balsas y de noche en los parajes que llegaban, pagando con dones espirituales los beneficios que recibia de aquella bárbara gente. Sucedióle en este viaje á este siervo de Dios un caso en que el Señor quiso manifestar las heróicas virtudes de este apostóli

Co varon.

Llegó á hospedarse una noche al rancho ó habitacion de un indio gentil que estaba moribundo, y tenia copiosa familia; y como la caridad no sabe estar ociosa procuró aliviar al paciente con afectuosas palabras; y á introducirle con el agrado á la benevolencia y amor de la fé católica. Duró toda la noche en esta oficiosa tarea, y habiendo venido el dia, pareciéndole que seria grande omision el dejar aquella alma á peligro de perderse, despidió á los compañeros para que llegasen cuanto antes á ayudar al venerable padre Biedma, diciéndoles que en breve estaria con ellos. Quedóse solo entre aquellos bárbaros, hasta que consiguió el fruto de sus deseos, enviando al cielo á aquella alma con el santo bautismo. Y habiendo oido decir á aquellos indios que los de Quiringa eran muchas familias, deseoso de convertirlos á la santa fé, salió en busca de ellos solo con su bordon y breviario como apóstol del Señor, sin alforjas ni mas prevencion que las seguras esperanzas en la divina providencia.

Penetró aquellos montes siguiendo veredas de anima

les, y habiendo perdido el camino que debia haber llevado, anduvo errante un mes entero por lo intrincado de aquella montaña. Si alguna vez encontraba con algunos indios, les predicaba la ley de Dios; pero ellos como bárbaros y mas crueles que los tigres, le pagaban este beneficio con arrojarle á los montes para que fuese pasto de las fieras. Referia este siervo de Dios que varias veces encontró tigres, culebras, víboras, y otras sabandijas de que abundan las montañas, y que nunca permitió el Señor que le hiciesen daño. Donde le cogia la noche, se ponia en oracion, y despues tomaba algun descanso sobre el duro suelo, que por allí casi siempre está manando agua.

Una noche se echó á dormir en un terreno algo alto para sentir menos la humedad, y aconteció ser un hormiguero, de una especie de hormigas tan voraces, que cuanto encuentran de carne en breve tiempo la dejan en el hueso ó espina, sin que se escape de su pronta cuanto violenta fiereza, ni el tigre mas feroz, ni la mas arriscada culebra; porque son tantos los millares de ellas que hacen presa, que por mas resistencia que hagan, luego á poco rato quedan vencidas y devoradas. Sintiendo las hormigas el peso del nuevo huésped que dormia sobre sus casas, salieron á millares, y á breve rato redujeron á hilachas el tosco sayal de una túnica que cubria sus carnes. Pero nuestro soberano Dios que impidió á los hambrientos leones el que tocasen al santo profeta Daniel, dispuso que estas voraces hormigas en llegando á la carne del siervo de Dios, venerando su virginal pureza, se retirasen reverentes á su retrele. Despertó el venerable padre al amanecer, y hallándose casi desnudo, reconoció la divina providencia que le habia librado de aquellos animalejos; y puesto de rodillas, dió las debidas

gracias a Dios alabando sus misericordias, y despidiéndose de sus atentos huéspedes, prosiguió su peregrinacion.

¡Oh maravillas de la omnipotencia! ¡ Bendita sea para siempre la soberana majestad que es obrador de grandes portentos! ¿Quién pudo defender la vida de este humilde cordero, metido entre tantos carniceros lobos? Pues si los racionales le arrojaban á las fieras, estas supieron venerar su inocencia. ¿Cuántas veces lo arrojaron los bárbaros de sus albergues, unas á palos y otras á empellones, para que pereciese por aquellos montes, ó anegado de las lluvias (que en todo el año son frecuentes en la montaña) ó devorado de las sabandijas? Pero todas las aguas de las tribulaciones no podian apagar el incendio de aquel enamorado corazon deseoso de padecer mas por Dios, y ganar almas para el cielo. No fue menor maravilla de la divina providencia conservar la vida á este fiel siervo suyo en medio de tantos trabajos, molestado de la hambre, fatigado de los caminos, desgarrado su cuerpo de las innumerables espinas que visten los mas de los árboles de aquellos montes, sin mas sustento que algunas raices; pues instado de su prelado el venerable padre Biedma, dijo que solamente en su mayor necesidad se atrevió á coger de una chacara una mazorca de maiz, y que de ella comia todos los dias cinco granos y no mas en reverencia de las cinco llagas de nuestro soberano Redentor.

Admirable fue la constancia de este siervo del Altísimo. Solamente la consideracion de verse perdido por aquellos montes con la túnica mojada, y tan raida, sin tener avios con que encender fuego para consolarse en la horrorosa soledad de las noches, y el ruido de las fieras (que aun á los que están en sus casas asom

bran) eran motivos bastantes para hacer desfallecer el ánimo mas valiente. Pero como el siervo de Dios tenia puesta en el Señor toda su confianza, estaba muy seguro en medio de los peligros.

Cerca de un mes habia que andaba errante por aquellos montes, cuando encontró con un indio de los muchos que habia despachado en busca suya el venerable padre fray Manuel de Biedma, y casi tenian perdida la esperanza de encontrarle. Saludole el indio, y viéndole en tan estrema necesidad, le ofreció una pierna de puerco montés, un pedazo de mono asado, pescado, y lo demas que traia para su provision; pero el siervo de Dios no quiso tomar cosa alguna por ser aquel dia sábado, y tener devocion de no tomar alimento alguno corporal en los sábados en obsequio de la Vírgen María nuestra Señora. Solo admitió que le guardase un pescadito y una yuca, con lo cual se sustentó tres dias que tardó en llegar al pueblo, adonde los compañeros habian llegado habia cerca de un mes.

No es fácil describir los afectos de admiracion, compasion y lástima que la vista de este santo varon causó á los demas religiosos. Llegó tan desfigurado, pálido, flaco y macilento, que parecia un esqueleto mal cubierto con unas hilachas de sayal, todo el cuerpo lleno de llagas de los arañazos de las espinas, y enconadas con la humedad continua. Púsoles en cuidado á los religiosos el restablecer una vida y salud tan estenuada; pero el siervo de Dios, deseoso de padecer mas, y tener que ofrecer á la divina Majestad en los dolores de sus llagas, no quiso admitir medicina alguna de las muchas que traian los indíos de yerbas y otras cosas medicinales (de que abundan las montañas, única botica de sus moradores), seguro de que Dios solo era su médico y medicina. Así lo esperimentaron des

pues; porque sin aflojar de sus espirituales ejercicios, ni dispensar en lo áspero de sus penitencias, acudia infatigablemente á las tareas de catequizar y enseñar á los muchachos, aplicándose con esmero continuo á aprender la lengua Campa. Atareado pues á todos los dichos ejercicios, convaleció perfectamente á los ocho dias, sin quedar en su cuerpo llaga alguna, y con mucha robustez y fervor para emplearse en beneficio de las almas.

Desde que habian llegado á Santa Cruz los compañeros del venerable padre Izquierdo, y mucho mas despues que llegó el dicho siervo de Dios, se atendió á repartir por semanas la tarea de catequizar á los indíos, para que los demas operarios se ocupasen en aprender el idionna del pais, en lo cual se trabajó con tanto teson que no les quedaba tiempo para descansar un rato. Con esto consiguieron aprenderle de tal suerte, que á los seis meses ya estaban aptos para predicar en aquella lengua. Despues se entendió en formar catecimo, arte, vocabulario y manual para la administracion de los santos sacramentos. Despues se tradujeron en dicho idioma las oraciones, himnos y cánticos que en la lengua general compuso nuestro ilustrísimo Oré, como tambien el interrogatorio para confesar, y otras obras muy útiles para aquella nueva cristiandad.

Felizmente caminaba la doctrina de la católica fé en el pueblo de Santa Cruz, pues no solamente los moradores inmediatos, mas tambien algunos bien remotos, dejando las naturales conveniencias de sus casas, se venian á Santa Cruz para aprender la doctrina cristiana, á la cual asistian con tanta puntualidad, que el gozo de su aprovechamiento templaba la molestia de su continua asistencia; pues estaban todo el dia repitiendo la doctrina, de suerte que á los tres meses ya

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