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apartarnos de las decisiones de la Iglesia, que los infieles que no tienen conocimiento del Evanjelio, están en el estado en que se encontraban los jentiles antes de la venida del Mesías. No tienen el'os otros deberes que cumplir, sino los que conocen por la lei natural, i por la educacion que se les ha trasmitido, aunque alteradas, las tradiciones primitivas acerca de Dios, la divina Providencia, la promesa mas o menos confusa de un Redentor, i la existencia de otra vida. El Salvador no vino para la perdicion, sino para la salvacion del mundo. No se puede suponer que la salvacion haya venido a ser imposible para naciones enteras, desde que Jesucristo consumó sobre la cruz la obra de la redencion del jénero humano. El infiel que cree como venido de Dios todo lo que sabe de la verdadera relijion, deseando sinceramente conocer en todo la voluntad divina, cree, por lo mismo, implícitamente, lo que nosotros creemos; i su fé siendo el efecto de la gracia, por imperfecta que ella sea, puede absolutamente bastar para la salud. Si él observa la lei de Dios tal como la conocea, se salvará; pero se salvará en la Iglesia a la cual pertenece, en cuanto al alma, por los dones interiores de la gracia.

» Verdad es que no se puede entrar en el reino de Dios sino por el bautismo. Mas los teólogos distingnen, siguiendo el espíritu del Evanjelio i la enseñanza de los santos Padres, tres clases de bautismo: el bautismo de agua, el bautismo de deseo, i el bautismo de sangre o el martirio. El bautismo de deseo o el deseo dol bautismo, en el que ama a Dios por sí mismo sobre todas las cosas, suple por el sacramento. El concilio de Trento no considera el bautismo como necesario, sino en cuanto a su recepcion real o al deseo de recibirle, in re vel in vato (Sess. 6, c. 6). Lo que puede mui bien entenderse del deseo implícito, tal como se encuentra en aquel que, sin tener cono、 cimiento del bautismo, está dispuesto a observar todo lo que Dios prescribe como medio de salud. En apoyo de esto podriamos citar muchos doctores, entre otros a Santo Tomás (Part. 3, q. 69, art. 4) i a S. Alfonso Ligorio (De bapt. c. 1), que en defecto del bautismo de agua, solo exijen él deseo implícito de este sacramento, acompañado de la caridad perfecta.

Ademas, proclamando la Iglesia la necesidad del bautismo para la rejeneracion espiritual del hombre, no le mira como nccesario sino desde la época de la promulgacion del Evanjelio, post promulgatum Evangelium, como se espresa el concilio de Trento (Sess. 14, c. 6).

Mas esta promulgacion no ha sido simultánea sino sucesiva; la lei del bautismo no ha sido, pues, obligatoria, al mismo tiempo, para todos los hombres. Ese gran número de pueblos que no pudieron conocer el Evanjelio ni el bautismo, sino muchos siglos despues de la muerte de los Apóstoles, ¿se habrian encontrado destituidos de todo auxilio, de todo medio de salud? Los remedios primitivos que tenian los patriarcas contra el pecado orijinal, tanto para los niños como para los adultos, ¿habrian desaparecido completamente desde el momento de la institucion del bautismo o de su promulgacion hecha por los Apóstoles? Imposible es asegurarlo; antes es permitido creer, que esos remedios han conservado su valor entre los jentiles, en tanto que la lei evanjélica no ha sido suficientemente promulgada entre ellos. Los beneficios del Evanjelio de que nosotros gozamos no han hecho peor la condicion de los que viven privados de ellos, que lo que era ella antes de la venida de Jesucristo.

» Lo repetimos, pues: los católicos no escluyen de la salud, por defecto de unidad en materia de relijion, sino a los que son formalmente, es decir, voluntariamente infieles, o formalmente herejes, o formalmente cismáticos; en una palabra, a aquellos solo que por orgullo se sublevan contra la ciencia de Dios, repeliendo el Evanjelio, o despreciando la enseñanza de la Iglesia de Jesucristo: Qui vos spernit, me spernit, qui me spernit, spernit eum qui misit me. » (Gousset, Théologie dogmatique, traité de l'Eglise, chap. 5, art. 3.)

INFIERNO. Esta palabra derivada de la hebrea scheol, se toma a veces en la Escritura por el sepulcro: en este sentido dijo Jacob que descenderia al infierno, descendam lugens in infernum, es decir, que bajaria al sepulcro consumido de dolor por la muerte de su querido hijo José (Gen. 37, v. 35). Otras veces se toma por lo que se ha llamado el seno de Abraham, o el lugar donde las almas justas esperaban la venida del Salvador; i en este sentido se dice que Jesucristo bajó a los infiernos: Descendit ad inferos (2 Pet. 11, v. 4). El profeta David se referia tambien a este lugar, cuando decia: Non derelinques animam meam in inferno, nec dabis Sanctum tuum videre corruptionem (Psal. 15, v. 10). Pero mas comunmente se designa con este nombre, en la Escritura i en los escritos de los Padres, el lugar donde los demonios i todos los que salen de este mundo, reos de pecado mortal, son castigados con suplicios eternos. Bajo de esta última acepcion vamos a tratar en este lugar, del infierno.

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La existencia del infierno es un dogma de nuestra fé, apoyado en innumerables espresos testimonios de la Escritura, en la creencia jeneral aun de los mas antiguos pueblos, i confirmado con claras demostraciones de la razon. Entre los escritores sagrados del Antiguo Testamento, hablaron claramente del infierno en que los pecadores son castigados, Job, David, Salomon, Isaias, Jeremias, Ezequiel, i Daniel. En el Nuevo Testamento abundan iguales testimonios; solo citaremos aquellas palabras de Jesucristo: mortuus est dives et sepultus est in infernum; i el modo cómo se espresó contra el pecado de escándalo: «I si tu mano te escandalizare, córtala; mas te vale entrar › manco en la vida, que tener dos manos e ir al infierno, al fuego in» estinguible, en donde el gusano de aquellos no muere i el fuego » nunca se apaga. I si tu pié te escandaliza, córtale; mas te vale > entrar cojo en la vida eterna, que tener dos pies i ser echado en el infierno de fuego inestinguible.» (S. Marcos, cap. 9, v. 42 i sig.) La razon natural demuestra tambien, con evidencia, la existencia del infierno. Si Dios existe es imposible negar la existencia del infierno. Negar el infierno es negar a Dios mismo, i al contrario, creer en el infierno, es creer una cosa tan demostrada como el mismo Dios. Si Dios existe, es, necesariamente, santo, justo, amigo de la virtud i enemigo del crimen; de otro modo la fé de su existencia seria una ilusion. Pero ¿dónde está la justicia de Dios, dónde su infinita santidad, si a sus ojos es igual el bien i el mal, si al malvado cabe la misma suerte que al hombre de bien? El malvado feliz en su ini quidad ha acabado en paz sus dias abominables; él ha quitado la vida a su padre, ha bebido la sangre de sus hermanos, ha devastado la tierra, agotado todos los crímenes: la inocencia ha temblado a sus pies, i la virtud ha perecido bajo su opresion; Dios ha callado i ha diferido su venganza para ejercerla despues de esta vida. Pero si esta venganza jamás llega, si la impunidad abraza toda la estension de la eternidad, necesario es decir que el gobierno del mundo es un com pleto desorden, que Dios mismo es el autor de esta inversion del órden, mas esencial, mas indispensable. Apartemos la vista de este cuadro monstruoso; oigamos el admirable raciocinio que el Hijo de

Dios pone en la boca de Abraham en la famosa historia o parábola del rico epulon: Filii, recepisti bona in vita tua; Lazarus vero similiter mala (Luc. 16): vuestros crímenes han sido felices en el mundo, i la virtud de Lázaro ha jemido en la afliccion. El malvado feliz hasta la muerte, el justo constantemente perseguido por el infortunio i anegado en sus lágrimas, es la demostracion de un porvenir en que la justicia de Dios restablecerá el órden, i hablará en favor del inocente: Nunc autem hic consolatur: tu vero cruciaris. Demostracion fundada sobre la naturaleza de Dios, sobre su existencia misma, de donde ella resulta de la manera mas evidente i necesaria.

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Hai entre nosotros, dice S. Juan Crisóstomo, quienes abandonados enteramente a las impresiones de la carne, no viven sino para el tiempo presente, i se imajinan que no hai una vida futura. » Su grande argumento es, que Dios es demasiado bueno para que haya castigos despues de la muerte. Sí, ciertamente, Dios es bueno, » pero es justo; i siendo justo ¿podria permitir que se le ultrajase » impunemente, que se desconozcan sus beneficios, que se despre» cien sus amenazas? Dios es bueno, decis, i porque es bueno no debe castigar. ¡Insensato! ¿Dejará Dios de ser bueno por» que castiga vuestros delitos? ¡Qué, pecais, i no quereis ser casti-gado! Pero su bondad nada habia omitido para preservaros del » pecado: trabajó por apartaros de el con las amenazas que hacia » resonar a vuestros oidos: multiplicó, en derredor vuestro, los auxilios, para precaver vuestras caidas; nada omitió, en fin, en » órden a procurar vuestra salud. Pero, si no hai castigo que temer » para el culpable, otro vendrá a decirnos que no hai nada tampoco que esperar para los justos. ¿I qué es, pues entonces, lo que llamais » la justicia en Dios?..... Si nada hai que esperar despues de la » muerte, ¿qué freno habrá que pueda contener al perverso? Si aun el temor del castigo de que está amenazado no basta siempre para » apartarle del crímen, ¿qué será cuando se vea libre de este temor?» (S. Juan Crisóstomo, apud Guillon, Bibliothèque choisie des Pères de l'Église, t. 16, p. 354.)

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El mismo santo Doctor, hablando de la jeneral creencia de los mas antiguos pueblos acerca de la existencia del infierno, se espresa así: Preciso es que la existencia del infierno sea una verdad incontesta»ble, pues que se habia hecho sentir en medio de las tinieblas del paganismo. Recorred los libros de los poetas, de los filósofos, de

los oradores paganos; a todos les oireis hablar de una mansion de recompensas para las almas virtuosas, de un lugar de suplicios para ⚫ los malos despues de la muerte. Nos hablan ellos de rios infernales, » de un Tártaro, de diversos castigos a que son sometidos los malos; ⚫ de ciertos campos Elyseos, donde los que han vivido bien, gustan ‣ despues de la vida placeres puros en el seno de compañeros alegres i felices..... Ved aquí adonde los habian conducido los principios ▸ de la razon i de la justicia natural.» (En el tomo citado p. 356).

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La eternidad o perpétua duracion de las penas del infierno, es asimismo un dogma de fé, fundado en la Escritura, en la constante tradicion de la Iglesia universal, i confirmado por el jeneral consentimiento del jénero humano. El símbolo de S. Atanasio, que contiene la profesion de la fé cristiana, concluye así: « Qui bona egerunt ibunt > in vitam æternam, qui vero mala, in ignem æternum. Hæc est fides catholica, quam nisi quisque fideliter firmiterque crediderit salvus esse non poterit.» Nos bastará aducir algunos testimonios de la Escritura en comprobacion de este dogma de fé divina. El profeta Isaias, con relacion a los suplicios de los condenados, dijo: Et vermis eorum non morietur, et ignis eorum non extinguetur (Isa. c. 66, v. 24); i S. Juan Baustista, aludiendo a estas palabras del profeta, dijo del Salvador: Congregabit triticum suum in horreum, paleas autem (impios) comburet igni inextinguibili (Matth. 3, v. 12). Segun S. Mateo, cuando Jesucristo venga in majestate sua, a juzgar a todos los hombres, dirá a los que están a la derecha: «Venid benditos de mi Padre; poseed el reino que os está preparado desde el principio del mundo »; i a los que están a la izquierda : « Apartaos de mí, malditos; id al fuego ▸ eterno que ha sido preparado para satanás y sus ánjeles. I estos irán al suplicio eterno i los justos a la vida eterna: et ibunt hi in » supplicium æternum, justi autem in vitam æternam.» (Matth. c. 25.) Se ve, pues, por este testo, que el suplicio de los réprobos ha de tener la misma perpétua duracion que la felicidad futura de los justos. Con igual claridad se espresa el apóstol S. Pablo, diciendo, que los que no obedecen al Evanjelio, sufrirán las penas de una eterna condenacion: pœnas dabunt in interitu æternas (2 ad Thessal. c 1); i

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