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que son su parte invisible i mas noble, i no menos esenciales a la Iglesia, que lo es el alma al cuerpo; si bien no participan de esos dones todos sus miembros, a la manera que puede haber en el cuerpo humano, miembros muertos, que no participen del movimiento de este.

Bajo de este concepto, se pueden distinguir en la Iglesia diferentes especies de miembros. Unos que pertenecen solamente al cuerpo de la Iglesia, i son los que habiendo sido bautizados, permanecen en la comunion esterior de la Iglesia, pero sin participar de lo que constituye la vida de esta, por cuanto carecen de los dones sobrenaturales de que se ha hablado. Otros pueden pertenecer al alma de la Iglesia, sin pertenecer todavia a su comunion esterior, cuales son aquellos que, animados de la fé, de la esperanza i de la caridad, no han entrado aun en la sociedad visible o cuerpo de los fieles por el bautismo. Otros, en fin, pertenecen, a un tiempo, al cuerpo i al alma de la Iglesia; i son los que forman parte de la sociedad esterior de los fieles, i estan, al propio tiempo, animados por los dones del Espíritu Santo. Con estas nociones fácil es juzgar quiénes son miembros de la Iglesia.

1. Los infieles, en jeneral, que son los que no han recibido el bautismo, no son miembros de la Iglesia, ni pertenecen a ella, porque, como se ha dicho arriba, el bautismo es la puerta por donde se entra en la Iglesia i se hace uno miembro del cuerpo de Jesucristo: Quicumque in Christo baptizati estis Christum induistis (Galat. 3, v. 27).

2.o Por igual razon los catecúmenos que se instruyen en la fé i se preparan para recibir el bautismo, no pertenecen al cuerpo de la Iglesia como miembros suyos. Sin embargo, si el voto o deseo de entrar en la Iglesia, i de recibir el bautismo va acompañado en ellos de la fé i de la caridad perfecta, pertenecen al alma de la Iglesia, i pueden conseguir la eterna salud.

3.o Los apóstatas, es decir, los que habiendo sido bautizados abjuran i niegan todos los dogmas de la relijion cristiana, sea que profesen alguna relijion falsa, sea que no abracen ninguna, si su abjuracion es pública, es manifiesto que ipso facto dejan de ser miembros de la Iglesia; porque rompieron de hecho todos los vínculos esteriores que los unian con ella. Empero, si su desercion de la relijion cristiana es oculta, como se verifica en muchos incrédulos de nuestros tiempos, no por eso cesan de pertenecer al cuerpo de la Iglesia,

bien que son miembros muertos; pues que todavia existen los esteriores vínculos de union.

4. Los herejes, que son los que, profesando la relijion cristiana, niegan pertinazmente uno o muchos artículos revelados por Dios, i propuestos como tales por la Iglesia, pueden ser ocultos o públicos. Si son ocultos, pertenecen al cuerpo de la Iglesia, porque conservan, como los apóstatas ocultos, los esteriores vínculos de union con la Iglesia, mas no pertenecen al alma de ella, porque carecen de los dones sobrenaturales, de la fé, esperanza i caridad. Pero si son públicos o notorios, bajo ningun respecto pertenecen a la Iglesia, habiendo roto todos los vínculos esenciales que los unian a ella.

5. Los cismáticos, es decir, los que se separan de la unidad de la Iglesia, sea desconociendo i despreciando su autoridad sobre algun punto de disciplina universal, sea negando la obediencia debida a los lejítimos pastores, i principalmente al Sumo Pontífice, jefe supremo de la Iglesia i centro de la unidad, si su cisma es público i notorio, de ningun modo pertenecen a la Iglesia, porque son como miembros separados del cuerpo, como ramas cortadas del árbol. Pero sino son cismáticos notorios, es aplicable a ellos lo que se ha dicho de los herejes ocultos.

6. Los excomulgados notorios no son miembros de la Iglesia, de cuyo seno han sido espulsados por autoridad lejítima, quedando rotos los vínculos esternos que los unian a ella; pero si son ocultos pertenecen al cuerpo de la Iglesia, con la cual conservan todavia los esteriores vínculos de unidad.

7. Respecto de los predestinados decimos: 1.° que no todos los predestinados pertenecen a la Iglesia; porque es evidente que algu nos de ellos viven en la infidelidad, herejia, cisma, etc., i por consiguiente fuera de la Iglesia. Asi S. Pablo, no pertenecia a la Iglesia, cuando perseguia a los fieles, ni S. Agustin antes de su conversion i bautismo, ni innumerables otros que adoraron a los ídolos, que abrazaron diferentes herejias, etc., i los veneramos como santos, porque eran del número de los predestinados, i, como tales, cooperando a la gracia, se convirtieron i santificaron: 2.9 que no solo los predestinados pertenecen a la Iglesia, asi porque ésta es esencialmente visible, como se dirá mas adelante, i los predestinados solo son conocidos por Dios; como porque muchos réprobos son bautizados i viven en la comunion esterior de la Iglesia, como vivió Judas en la

de los Apóstoles; todos los cuales, por consiguiente, pertenecen a la Iglesia.

8. No solo los justos, sino tambien los pecadores, aun los mas criminales, pertenecen al cuerpo de la Iglesia i son miembros suyos; lo que se demuestra: 1.o con las parábolas del Evanjelio en que el Salvador compara la Iglesia al campo donde crece la cizaña confundida con el trigo, a la era donde está éste mezclado con la paja, i a la red que recoje toda clase de peces: 2.o porque todos los que conservan los vínculos necesarios de union con la Iglesia, pertenecen sin duda a su cuerpo, i esos vínculos comprenden tambien a los pecadores mas insignes, que, como se supone, profesan la misma fé, obedecen a los mismos pastores, i tienen derecho inmediato al sacra. mento de la peniteneia, i mediante él, a los otros sacramentos de la Iglesia: 3.o porque la Iglesia es una sociedad visible, i no seria tal si solo constara de los justos, pues la justicia es una calidad interna que solo Dios puede conocerla perfectamente.

§ 2.

Visibilidad, perpetuidad, infalibilidad i necesidad de la Iglesia.

1.o Convienen los protestantes en que Jesucristo instituyó la Iglesia para que permaneciese hasta el fin de los siglos, segun consta de aquellas palabras: Ecce ego vobiscum sum omnibus diebus usque ad consummationem sæculi (Matt. 28). Mas no pudiendo demostrar ellos dónde existia visiblemente su Iglesia antes de la reforma, viéronse precisados a sostener que la Iglesia de Jesucristo es invisible. Lo contrario consta, sin embargo, de innumerables testimonios de la Escritura i la tradicion. En primer lugar, el Divino Fundador de la Iglesia, se manifestó a los hombres en forma visible: nació, creció, conversó con los hombres; les enseñó por sus divinos labios la doctrina de salud; fundó su Iglesia sobre Pedro; instituyó los sacramentos, esos signos sensibles, que significan i causan la gracia interior.

Entre los vaticinios de los profetas que aluden a la Iglesia de Jesucristo, notables son, a este propósito, las palabras con que se espresa Isaias: «I ved aquí que en los últimos tiempos la casa del Señor » será como una montaña colocada sobre la cima de los montes, i se elevará sobre las colinas, i todos los pueblos afluirán a ella.» Esą casa del Señor a manera de monte, no puede esplicarse naturalmen

te sino de la Iglesia de Jesucristo, como la entienden los padres e intérpretes de la Escritura. Sirviéndose de la misma imájen, compara Jesucristo la Iglesia a una ciudad situada sobre una montaña en la que se fijan los ojos de todos (Matth. 5, 14). Tan espectable convenia que fuese, para que todos pudieran reconocerla, distinguirla, interrogarla i buscar en ella la verdad. En efecto, la Iglesia, en su composicion misma, no es otra cosa que una agregacion de elementos visibles, una sociedad de hombres reunidos bajo de un jefe, toda ella reducida en jeneral a dos categorías mui distintas i perceptibles: de una parte, maestros que enseñan i gobiernan; de otra, discípulos que son enseñados i gobernados. Entre otras atribuciones, recibió ella el poder de atar i desatar; poder que no puede ejercer sino de una manera visible. I ¿cómo podria espeler de su seno, sino obrando de un modo visible, al que rehusa oirla, el cual, segun el precepto de Jesucristo, debe ser mirado como pagano i publicano? Matth. 18, v. 17).

2. La Iglesia de Jesucristo no pucde perecer: la perpetuidad es una de sus mas esenciales prerogativas. Su Divino Fundador le prometió la asistencia del Espíritu Santo, i su propia defensa hasta el fin de los siglos: Ecce ego vobiscum sum usque ad consummationem sæculi (Matt. 28). Ella puede ser oprimida, perseguida con encarnizamiento, pero jamas sucumbirá; el triunfo será siempre suyo; los mas terribles esfuerzos de sus enemigos se estrellarán contra esta roca indestructible: Porta inferi non prævalebunt adversus eam (Matth. 16). « Mas fácil seria estinguir el sol, dice S. Juan Crisóstomo, que aniquilar la Iglesia» (Hom. 4, in Isai). «Brilla ella con inmenso esplendor de Oriente a Occidente, » dice Orijines (in Matth.). Segun S. Jerónimo, « la Iglesia fundada sobre la piedra, no es conmovida » por tempestad alguna; el furor de los vientos nada podrá contra » ella. » (In Isai.).

3. La infalibilidad de la Iglesia es un don especial que la concedió su Divino Fundador. Esta infalibilidad consiste en la imposibilidad de que su creencia, su enseñanza, sus decisiones, sean contrarias a la palabra de Dios. De aqui la obligacion que todos tenemos de creer como revelado todo lo que ella cree, de profesar todo lo que ella enseña, de someternos a todas sus decisiones desde que las conocemos. Cuando la Iglesia pronuncia su fallo sobre alguna controversia, su decision no es una revelacion divina, sino la manifestacion mas

o menos solemne i auténtica de una verdad trasmitida por los apóstoles como revelada por Dios; cuando formula ella una profesion de fé, no hace otra cosa que formular su enseñanza, la creencia católica, apoyándose siempre sobre la Escritura o sobre la tradicion, o bien, sobre una i otra, a la vez, sin dar jamás al testo sagrado una interpretacion desconocida por los padres de la Iglesia, ni a la tradicion mas estension que la que haya tenido de antemano. En suma, una decision dogmática no es propiamente sino el testimonio que la Iglesia da de su doctrina, o de la creencia que ella profesaba antes de tal o cual herejía naciente, i si se espide en forma de decreto, es porque enseña con autoridad, en virtud del derecho que tiene para tratar como pagano i publicano al que rehusa someterse a su enseñanza.

D

Las promesas de Jesucristo demuestran con evidencia el dogma de la infalibilidad de la Iglesia. Hé aquí las palabras que el Maestro divino dirijia a Pedro, el primero de los apóstoles: « I yo te digo que tú eres Pedro, i que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; i las » puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Matth. 18, v. 16). Por las puertas del infierno se entiende, segun el lenguaje de la Escritura, las potestades infernales. ¿Qué sentido, pues, podria darse a esta promesa, si ella no debiese garantir a la Iglesia de todo error? Si toda la Iglesia cayera en el error, en la idolatría, por ejemplo, como le reprochan injustamente los protestantes, ¿las puertas del infierno no habrian prevalecido desde ese momento contra ella? Preciso es, pues, decir: o que Jesucristo puede faltar a sus promesas i engañarnos, o que el error jamás prevalecerá contra la Iglesia. El mismo divino Salvador dijo en otra ocasion a sus Apóstoles: «Todo ▸ poder me ha sido dado en el cielo i en la tierra: id, pues, enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre i del » Hijo i del Espíritu Santo, i enseñándoles a observar todas las cosas que os he mandado; i ved ahi, que yo estoi con vosotros, todos » los dias, hasta la consumacion de los siglos » (Matth. 28, v. 19, et 20). La asistencia que Jesucristo promete a sus Apóstoles en aquellas palabras, i yo estaré con vosotros, se refiere evidentemente a la mision que en las palabras precedentes les confia, de enseñar, de bautizar; i comprende tambien a los sucesores de los Apóstoles a quienes promete asistir hasta la consumacion de los siglos, en la enseñanza de su doctrina, en la administracion de sus sacramentos, en el gobierno de su Iglesia. Esta asistencia divina que promete Jesucristo a los Após

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