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nuestros placeres no son sino vanidad, que nuestros males son infinitos, i que, en fin, la muerte que nos amenaza en cada momento, debe conducirnos en pocos años, i quizá en pocos dias, a un estado eterno de dicha, o de infelicidad, o al caos de la nada. Entre nosotros i el cielo, el infierno o la nada, no hai mas que la vida, que es la cosa mas frájil del mundo; i como el cielo no es ciertamente para los que dudan si su alma es inmortal, ellos no tienen que esperar sino el infierno o la nada. Nada hai mas real que esto, i al mismo tiempo nada mas terrible. Aparéntese la valentia que se quiera, ved ahí cuál es el término de la mas bella vida del mundo. En vano apartan el pensamiento de esa eternidad que les aguarda, como si no pensando en ella les fuera dado anonadarla; subsiste no obstante, a pesar de ellos, i nada hai que la detenga; i la muerte, que les abre las puertas de ella, los pondrá infaliblemente, en poco tiempo, en la espantosa necesidad de ser eternamente, o aniquilados, o en sumo grado infelices.

» Ved ahí la duda nas terrible por sus consecuencias: es seguramente un gran mal vivir en esa duda, i un deber indispensable el procurar salir de ella: el que la abriga, i no se esfuerza a vencerla, cs a la vez, bien injusto i bien desgraciado. No tengo espresiones para calificar la estravagancia, la insensatez de una persona que con ella viva tranquila i satisfecha, hasta llegar a jactarse de ese infeliz estado, hasta convertirle en objeto de su gozo i de su vanidad. ¿Cómo es posible abrigar semejantes sentimientos? ¿Cómo encontrar un motivo de gozo, en no esperar sino miserias sin remedio? ¿Qué motivo de gozo puede haber en verse abismado en tinieblas impenetrables? ¿Qué consolacion en no alcanzar jamás consolador?

» El reposo, la tranquilidad en esa ignorancia, es una cosa monstruosa, cuya estravagancia preciso es hacer sentir a los que pasan en ella su vida, presentándoles lo que pasa dentro de ellos mismos, para confundirles con la vista de su locura. Oigase, pues, cómo raciocinan los hombres cuando elijen vivir en esa ignorancia de lo que son, sin procurar salir de ella: Yo no sé quién me ha puesto en el mundo, ni lo que es el mundo, ni lo que yo mismo soi. Vivo en una terrible ignorancia de todas las cosas. No sé lo que es mi cuerpo, ni mis sentidos, ni mi alma; i esta parte de mi ser que piensa lo que yo digo, i que reflexiona sobre todo i sobre ella misma, no se conoce mas a sí misma que a los demas objetos. Veo estos inmensos espacios del

universo que me contienen, i me encuentro clavado en un ángulo de esta vasta estension, sin saber por qué he sido mas bien colocado en este lugar que no en otro, ni por qué este poco de tiempo que me ha sido dado vivir, se me ha asignado en este punto mas bien que en otro de toda la eternidad que me ha precedido, i de toda la que debe seguirme. No veo por todas partes sino infinidades que me absorven como un átomo, i como una sombra que dura solo un instante. Todo lo que yo sé es, que debo morir mui pronto; pero lo que mas ignoro es esta muerte misma que me es imposible evitar. Como no sé de dónde vengo, tampoco sé adónde voi; sé solamente que al salir de este mundo caigo para siempre, o en la nada, o en las manos de un Dios irritado, sin saber cuál de estas dos suertes debe caberme eternamente.

» Ved ahí mi estado lleno de flaqueza, de miseria, de oscuridad, i de todo esto, concluyo, que debo pasar mis dias sin pensar jamás en lo que debe sucederme, i que no tengo otro deber que cumplir, que seguir mis inclinaciones, sin reflexion i sin inquietud, haciendo todo lo que precisamente debe conducirme a la infelicidad eterna, en caso de ser verdadero lo que de ella se dice. Quizá podria yo encon trar alguna luz que disipase mis dudas, pero no quiero hacer nada, ni dar un paso para buscarla; i mirando con desprecio a los que se toman ese trabajo, quiero marchar sin prevision i sin temor a tan gran suceso, i dejarme conducir tranquilamente a la muerte, en la incertidumbre de la eternidad de mi condicion. En verdad es mui glorioso para la relijion, tener por enemigos hombres tan irracionales....

» Que se encuentren hombres indiferentes a la pérdida de su ser, i al peligro de una eternidad de miseria, es cosa que no está en el órden natural. Ellos no proceden así respecto de todas las demas cosas; temen hasta a las mas pequeñas, las preven, las sienten, i ese mismo hombre que pasa los dias i las noches en la rabia i en la desesperacion, por la pérdida de un cargo, o por cualquiera ofensa imajinaria a su honor, es el mismo que sabe que va a perderlo todo por la muerte, i que sin embargo permanece tranquilo, sin inquietud, sin turbacion. Esta estraña insensibilidad para las cosas mas terribles, en un corazon tan sensible a las mas lijeras, es una cosa monstruosa, es un encanto incomprensible, un adormecimiento sobrenatural.

» El reo encerrado en un calabozo que no sabe si su sentencia ha sido dada, que no tiene mas que una hora de tiempo para saberlo i obtener la revocacion que espera, es contra la naturaleza que emplee esa hora, no en informarse de la sentencia, sino en jugar i divertirse. Tal es el estado en que se encuentran las personas de que se trata, con esta diferencia, que los males que las amenazan son harto mayores que la pérdida de la vida. Sin embargo, ellas corren sin cuidado hacia el precipicio despues de haberse vendado los ojos para no verle, i se burlan de los que les advierten del peligro.... Preciso es que haya un estraño trastorno en la naturaleza del hombre, para vivir en ese estado, i aun mas, para jactarse de él. Porque dado que ellos tuvieran plena certidumbre, de que nada tendrian que temer despues de la muerte, sino es caer en la nada, ¿no seria este un motivo de desesperacion mas bien que de vanidad? ¿No es una locura inconcebible vivir en esa duda, sin tener ninguna seguridad?

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» Nada descubre mas, una estrema imbecilidad de espíritu, que el no conocer la infelicidad de un hombre sin Dios; nada muestra mas una suma bajeza de corazon, que el no desear la verdad de las promesas eternas; no hai mayor cobardia, que aparentar valentia contra Dios. Que dejen ellos esas impiedades a los que son harto innobles para ser capaces de ellas; que sean, a lo menos, hombres honrados, sino pueden ser cristianos; i que reconozcan, en fin, que no hai sino dos suertes de personas que se pueda llamar razonables: o los que sirven a Dios de todo corazon, porque le conocen; o los que le buscan con todo su corazon, porque no le conocen aun. »> (Pascal, Pensamientos, part. 2, art. 2).

2.0 No es menos inescusable e irracional la indiferencia de aquellos que, admitiendo la necesidad de una relijion, pretenden absurdamente, que todas las relijiones son buenas, i que cada uno puede profesar aquella en que ha nacido, o elejir indiferentemente cualquiera otra que mas le agrade sin hacerse criminal ante Dios. Si esta indiferencia fuera buena i lícita, seria preciso decir, que Dios aprueba todas las relijiones existentes i posibles, o que las mira con ojo indiferente; lo que es altamente indigno de Dios, pues repugna que apruebe la mentira, o que sea indiferente acerca de la mentira i la verdad, lo que en efecto sucederia, si pudieran serle aceptables o indiferentes la multitud de relijiones contradictorias, falsas, absurdas, que mútuamente se proscriben i escluyen: la luz i las tinieblas, la DICC.-TOMO III.

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verdad i el error, el si i el no, seria en tal hipótesis, una misma cosa a los ojos de Aquel que es la verdad misma, i que aborrece infinitamente la mentira.

Por otra parte, el indiferentista preciso es que admita una de tres cosas: o que todas las relijiones son verdaderas, o que todas ellas son falsas, o que solo hai una verdadera. La primera de estas suposiciones es absurda; porque, como se ha dicho, las diferentes relijiones enseñan dogmas contradictorios, se proscriben i escluyen mútuamente, como lo confiesa el mismo Rousseau con estas palabras: Parmi tant de religions diverses qui se proscrivent et s'excluent mutuellement, une seule est la bonne, si tant est qu'une le soit (Emile, t. 2, p. 93). La segunda suposicion es igualmente inadmisible; porque sostener que todas las relijiones son falsas es caer en el ateismo práctico, i destruir el sistema del' indiferentista que reconoce la necesidad de profesar una relijion. Luego entre las diferentes relijiones que existen en el mundo, no hai sino una verdadera, una que sea realmente divina. Luego es un deber gravísimo de todo hombre que ignora, que duda cuál sea esa única relijion divina, poner de su parte los esfuerzos posibles para conocerla i profesarla; pues que es indispensablemente necesario creer lo que Dios quiere que creamos, practicar lo que quiere que practiquemos, bajo pena de ser rebeldes i castigados como tales: Qui autem resistunt ipsi sibi damnationem adquirunt (Ad Rom., cap. 13, v. 2).

INDULJENCIA. Esta palabra significa, amenudo, en la Sagrada Escritura i en los autores eclesiásticos, remision, condonacion, como cuando dice Isaias (cap. 61, v. 1), prædicare captivis indulgentiam; o bien lenidad i condescendencia, como cuando dice el Apóstol a los Corintios: Hoc autem dico secundum indulgentiam, non secundum imperium (1. Cor. 7). Reuniendo ambos sentidos, definen comunmente los teólogos la induljencia: «La remision de la pena temporal debida a los pecados actuales, ya perdonados, en cuanto a la culpa, concedida fuera del sacramento de la penitencia, por los que tienen potestad de dispensar el tesoro espiritual de la Iglesia.» Esta definicion se entenderá, plenamente, con la esplicacion que vamos a hacer en los párrafos siguientes:

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El hombre que comete un pecado mortal, a consecuencia de la grave ofensa que irroga a Dios, se hace reo de una pena eterna, de manera que sorprendiéndole la muerte en ese estado, queda escluido de la sociedad de los santos, de la vista de Dios, i es precipitado para siempre con los demonios i réprobos en un abismo de suplicios eternos. A pesar del grito de las pasiones i de las blasfemias de los impios, menester es admitir esta verdad terrible, o renunciar enteramente a la fé cristiana; pues que entre los dogmas de nuestra creencia, no hai ninguno mas claramente proclamado en la Sagrada Escritura, ni mas espresamente enseñado por la Iglesia universal. Sin embargo, Dios en su infinita misericordia, quiso suministrar al hombre un remedio único, despues del bautismo, para obtener el perdon i salir del abismo del pecado; a saber, el sacramento de la penitencia recibido con un sincero arrepentimiento; o, al menos, el arrepentimiento sincero, animado del amor de Dios sobre todas las cosas, i unido al voto de este sacramento, cuando no es posible recibirle actualmente. Así, perdonado el pecado mortal i obtenida la gracia de la justificacion, se le condena tambien al pecador convertido la pena eterna merecida por él; mas no se le perdona, al mismo tiempo, i necesariamente, toda la pena debida por sus pecados, como enseña el Tridentino (Sess. 14, can. 12); queda todavia obligado, de ordinario, a una pena temporal mas o menos larga, segun los peeados i disposiciones del penitente; pena que habrá de espiar en esta vida, con obras satisfactorias, o en la otra, con las llamas del purgatorio. Sobre esta verdad estan fundadas las penitencias canónicas, que en otro tiempo, imponia la Iglesia a los pecadores convertidos: tres, siete, diez, i hasta quince i veinte años de ayunos a pan i agua, acompañados de otras privaciones i humillaciones, les prescribia, a menudo, i no creia que esas satisfacciones escediesen la medida de la deuda que el pecador debia satisfacer a la justicia divina.

Puede, pues, i debe el pecador, espiar esta pena temporal a que queda obligado por sus pecados perdonados, con oraciones, ayunos, limosnas, i toda suerte de obras buenas sobrenaturales; i los que mueren sin haber satisfecho plenamente a la divina justicia, pasan a

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