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CAPITULO I.

REFORMAS ECLESIASTICAS PROMOVIDAS POR LOS MINISTROS DE FELIPE V.

§. 3.

Carácter reformista de Felipe V y sus ministros extranjeros.

Felipe V subió al trono español en brazos del Cardenal Portocarrero; mas éste, que se creía primer motor, había obedecido al impulso de una mano más vigorosa que la suya. La gratitud y el decoro exigían que el poder descansara en sus manos; y Portocarrero, no solamente gobernó, sino que formó Ministerio á su gusto, ahuyentó de la corte á la Reina viuda de Cárlos II, haciéndole sentir el peso de sus desdenes, y separó de sus destinos á todos sus émulos, á pretexto de adhesion á la casa de Austria. Ni áun los confesores del difunto Monarca se libraron de la proscripcion; como se habían metido á gobernar, se les trataba como á ministros y no como á confesores. Colocó en los destinos principales á varios eclesiásticos, amigos ó sirvientes suyos, dándoles destinos superiores á su capacidad y ajenos á su carácter. Reianse los extranjeros malignamente de estos actos, sabiendo cuán habían de durar (1). El bueno del Cardenal había creido que el cambio de dinastía, para el cual tanto había trabajado, no había de traer cambio de cosas, ni de ideas; pero ¡ cuánto se equivocaba! No tardó él mismo en conocerlo y en tener que retirarse á Toledo, para ver, con sorpresa, cosas que había

poco

(1) Véase la correspondencia del fatuo Lombille á Torcy, citada por William Coxe, tomo I, pág. 98.

En una carta de la Princesa de los Ursinos, hablando del Patriarca de las Indias, le llama mico raquitico, viejo, y maligno, con motivo de una etiqueta que hubo al tiempo de comulgar el Rey. Por consejo del Cardenal Portocarrero, para complacer á la tal Princesa, se le desterró de la corte.

por

don

estado muy lejos de calcular. La camarilla francesa, luégo que hubo subido al trono, pegó una coz á la escalera de había trepado: Portocarrero y el Arzobispo de Sevilla, don Manuel Arias, presidente del Consejo, hubieron de comprender que los tiempos de Cisneros habían pasado. En cambio. vino el Cardenal francés D'Estrées á trabajar el papel de Mazzarino, promover cuestiones de etiqueta con la Princesa de los Ursinos, y ahuyentar de la corte á los Arzobispos de Toledo y Sevilla. Para el arreglo de la Hacienda vino el famoso Orry, hacendista frances. Es muy fácil conocer los defectos rentísticos de una nacion y escribir memorias para sacar dinero: los españoles habían hecho uno y otro durante el siglo XVII, en que hubo plaga de proyectistas (1); mas la dificultad estaba en desarraigar prácticas abusivas, sostenidas por privilegios, inmunidades, leyes, fueros y costumbres. Orry trató de atropellar por todo: los bienes de la Iglesia llamaron su atencion, como es de suponer, y apoyado por las ideas de Macanaz y algunos otros españoles, libres en sus opiniones, dirigió sus miradas hacia la plata de las iglesias. Es muy comun en los que no tienen ojos para ver las alhajas regaladas á sus mancebas, tenerlos muy ávidos para contemplar las que adornan los altares del Señor. Luis XIV aventuró algunas observaciones sobre la plata de las iglesias (2). Orry no tenía más voluntad que la de aquel, mas no se atrevió á llevar á efecto aquella medida, que pudiera haber costado muy cara al Monarca en las delicadas circunstancias de aquellos momentos.

§. 4.

Toma parte el clero en la guerra de sucesion.

Precisamente el no haber las tropas del Archiduque Carlos de Austria respetado los bienes de las iglesias, fué lo que

(1) Arbitristas, que ahora llamamos Economistas.

(2) Instrucciones al Embajador francés, Conde de Merrsin. (Wiliam Coxe, tomo I, pág. 117.) El Cardenal Arzobispo de Sevilla D. Manuel Arias ejecutó entonces una accion harto bizarra, pues al paso que representó al Rey contra aquella medida, mandó deshacer toda su vajilla de plata, y la entregó al Rey acuñada.

más perjudicó á éste, áun en concepto de los protestantes mismos (1). La escuadra inglesa que se apoderó del puerto de Santa María, se abandonó á los mayores excesos, saqueando hasta las iglesias y violando á las vírgenes del Señor. Los jefes mismos dieron ejemplo de brutalidad á la soldadesca. A pesar de la predisposicion del país á su favor, los andaluces no pudieron llevar en paciencia aquel atentado contra la Religion, y se declararon contra los aliados, que hubieron de reembarcarse precipitadamente, perseguidos por la animadversion del país. La jóven Reina, que estaba al frente de los negocios por la ausencia de Felipe V en Italia, ofreció vender sus joyas para levantar tropas y marchar con ellas á Andalucía. El Cardenal Portocarrero alistó y mantuvo á sus expensas seis escuadrones; el Obispo de Córdoba un regimiento, el de Murcia dos, y el de Tarazona llegó hasta el punto de alistar á sus propios clérigos. Tampoco los eclesiásticos partidarios del Archiduque anduvieron remisos en armarse. Notóse esto mucho más en Valencia, donde Macanaz había exasperado los ánimos de los eclesiásticos, atropellando la inmunidad eclesiástica en las personas é intereses. Armáronse los frailes y salieron á recibir á las tropas del Archiduque con no poca risa de los ingleses. El Arzobispo, que anteriormente sc habia mostrado adicto á la casa de Borbon y tratado de alentar la pusilánime fidelidad del Virey (2), se inclinó al partido del Archiduque, lo cual ocasionó despues sérios disgustos al Cabildo de aquella iglesia metropolitana.

Cuando las tropas del Archiduque ocuparon á Madrid, señalóse contra la casa de Borbon un fraile vitorio llamado fray Gaspar Sanchez, que levantó en la corte partidas de migueletes á favor del Archiduque, mientras dominó allí. Habiendo sido preso al volver las tropas de Felipe V á Madrid, y despues de una briosa resistencia en Palacio (3), se le condenó

(1) William Coxe, pág. 176.

(2) La fidelidad de muchos Generales fué por entonces harto problemática. Dadando del triunfo de Felipe V, procuraban estar á la mira para ladearse al partido vencedor. Véase en la Historia de Salamanca por Dorado la conducta del General que mandaba las tropas en aquella provincia, á pe ar de las exhortaciones del Obispo.

(3) Semanario erudito, tomo VII, pág. 78.

por el Rey á morir de una manera lenta é inhumana (1): mejor hubiera sido fusilarle en el acto, pues faltando á su carácter se había propasado á excesos militares.

Los papeles de la época lamentan los atropellos y profanaciones cometidos en Castilla por las tropas inglesas (1706) en varias iglesias de los obispados de Sigüenza, Cuenca, Osma y Toledo (2), y áun hoy en dia- se celebra una funcion de desagravios en la Capilla Real del Palacio de Madrid. Si hubiera triunfado el Archiduque, es muy probable que hubiera funcion de desagravios por los atropellos cometidos en las iglesias por los muchos protestantes y judíos que iban en el ejército francés. Los valencianos refieren con horror el saqueo de las iglesias y conventos de Játiva por las tropas de Felipe V (3) y el bárbaro y estúpido mandato de quemar aquella ciudad á sangre fria, muchos dias despues de rendida, sin respetar las iglesias ni escuchar las súplicas del Cabildo metropolitano de Valencia.

La presentacion de Obispos causó muy graves conflictos. Clemente XI confirmó en el Arzobispado de Tarragona á don Isidoro Beltran, presentado por D. Cárlos de Austria. Felipe V protestó el nombramiento y lo desterró, embargardo las

(1) Tomo XXVI del Semanario erudito, pág. 61: Observaciones sobre el Concordato de 1753. Para edificacion de los extranjeros que claman tanto contra la crueldad española y los feroces castigos de la Inquisicion, podrán ver cómo castigaba á la francesa el nieto de Luis XIV, recien venido de aquel país.-Mandó desde el campo de Ciempozuelos (7 de Setiembre de 1706) que á Fr. Gaspar Sanchez se le pusiera en la cárcel más estrecha, húmeda y enferma; que en ella se hiciera una jaula, donde atado de piés y manos con cadenas ( tratándole con el mayor rigor, sin darle más mantenimiento que el de pan y agua) experimentase una muerte civil y se le anticipase la natural. De estos enjaulamientos presenta ejemplares la historia de Francia, hasta con Obispos, y ninguno la de España. ¡Qué diferencia de la conducta de Felipe IV, que no dejó descuartizar por cuatro potros al falsario Molina, por no inventar suplicios desconocidos en España!...

(2) Escribióse sobre ello por entonces un cuaderno grande en fólio, sin autor ni lugar de impresion.

(3) El Marqués de San Felipe quiso suponer que aquel incendio fué causado al tiempo del asalto por los mismos vecinos. (Véans los Reparos críticos contra él á la pág. 75, t. XVIII del Semanario erudito.

temporalidades y mandando al Cabildo nombrar Vicario capitular. Llevólo á mal el Papa y censuró tales actos.

El Rey no desistió á pesar de eso, y la Sede continuó impedida hasta el año de 1719, en que murió' en su destierro el Sr. Beltran.

Al año siguiente murió tambien desterrado el Sr. Sent Just y Pagé, Obispo de Vich, presentado por el Austriaco y expulsado por Felipe V. Por otro estilo produjo no pocos disgustos la traslacion del Obispo de Lérida á la iglesia de Avila, pues se intrusó á gobernarla sin esperar las bulas pontificias.

§. 5.

Macanaz y otros regalistas españoles.

FUENTES.-Semanario erudito, t. VIII, pág. 24 y sig.-Glorias de España, por D. Rafael Melchor de Macanaz.-Id., t. XVIII, pág. 68 y sig.— Reparos críticos contra los Comentarios del Marqués de San Felipe, por D. Juan Orti de Valencia.

Nuevamente las malhadadas cuestiones políticas vinieron á turbar las relaciones con la Santa Sede. Cási á un mismo tiempo subieron á sus respectivos tronos Clemente XI y Felipe V: habíase puesto la exclusiva contra él por Cárlos II; pero muerto éste durante la celebracion del cónclave, los Cardenales se creyeron libres del compromiso en que aquella les ponía, y eligieron por Papa al dicho Cardenal Albani, veinte dias despues de la muerte de Cárlos II. Las relaciones entre ambas Cortes fueron poco íntimas por algun tiempo, pues la guerra que Francia y Alemania se hacían dentro de Italia, hizo à la corte de Roma estar á la expectativa del éxito de aquellas campañas. Los adelantos de los alemanes en Italia obligaron á Clemente XI á que reconociese por Rey de España al Archiduque. Los alemanes se habían hecho dueños de Milan y Nápoles, y amenazaron al Papa invadir sus Estados, si no lo hacía así. Clemente XI, apurado por esta exigencia, se disculpó con Felipe V, y este, aunque conocía la violencia que padecía el Papa, se vió precisado, por salvar su decoro,

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