Sayfadaki görseller
PDF
ePub

§. 7.

Concordato de Giudice y Alberoni.

Pasó el Rey á segundas nupcias con Isabel de Farnesio, Princesa de Parma. Habia dirigido las negociaciones de este casamiento un abate italiano, llamado Julio Alberoni, hijo de un jardinero de Plasencia. La naturaleza había escaseado sus dotes fisicos al abate italiano para prodigarle las intelectuales: no siendo apropósito para los trabajos rurales, entró de sacristan en una parroquia de Plasencia, y en breve los Jesuitas, cultivando aquel talento privilegiado, hicieron de un mal jardinero un excelente aprendiz de diplomático. Las prendas morales no corrían parejas con las intelectuales; pero es bien sabido que las virtudes no suelen ser patrimonio de los diplomáticos. Despues de varias aventuras y no poca paciencia, Alberoni vino á Madrid con el Duque de Vendôme, su protector: á la muerte de éste logró hacerse lado con la Princesa de los Ursinos, y fué el que sugirió á ésta, como al descuido, el casamiento del Rey con la hija de su Soberano, halagando á la favorita con la idea de que la futura esposa era una pobre jóven, sencilla y enemiga de política, y que se dejaría manejar por ella. El pronóstico salió tan al revés, que la primera accion de la jóven Reina fué desterrar á la Princesa de los Ursinos á las primeras palabras que le dirigió en Jadraque. No le faltaba razon para ello.

Grande fué desde entónces la influencia de Alberoni, y puede asegurarse que se colocó exactamente en el puesto de la destituida Princesa. Comenzó por hacer que se revocasen varias medidas adoptadas por Orry en materias rentísticas, con relacion á los bienes de las iglesias, restableció el Santo Oficio en todo su prestigio y poder; hizo que volviera el Cardenal Giudice á servir su empleo, y que se nombrara por confesor de la Reina al P. Guerra en lugar del P. Daubenton, cuyo talento no le convenía. Inmediatamente se dió un decreto, emplazando á Macanaz para que en el término de noventa dias se presentase á responder a los cargos de herejía, apostasía y fuga, que se le formulaban por el Santo Oficio.

Alberoni trató en seguida de entablar las negociaciones para terminar las desavenencias con la Santa Sede, á cuyo efecto gestionó para que el Nuncio Aldobrandi pasase de París á Madrid (1). Mas entónces surgió un obstáculo de donde ménos se podía esperar. El Cardenal Giudice no podía llevar en paciencia que este arreglo se hiciera por un abate italiano, mediando él, que al fin era un Cardenal; así es que tuvo la avilantez de proponer al Rey, que en vez de negociar con el Papa enviase contra él la escuadra que se estaba preparando contra el Turco, y que arrancase por la fuerza lo que difícilmente allanaría por medio de las gestiones diplomáticas (2). No pecaba el Cardenal Giudice de afecto al Papa Clemente XI, pues le había abandonado saliéndose de Roma al declararse Su Santidad por el Archiduque, á pesar de que nadie ignoraba que el Papa cedía á la violencia, y que la ocupacion de sus Estados por los austriacos le obligaba á lo que él no quisiera hacer. Mas este alarde de fidelidad napolitana le valió el favor de Felipe V, el cual premió su salida de Roma con los altos honores, cargos y pensiones que le prodigó en España. Ahora Alberoni le despojaba nuevamente de aquel favor, pues viendo á su paisano oponerse á sus planes, no paró hasta que logró su caida y que se retirase á Roma, haciendo renuncia de su cargo de Inquisidor general. Giudice nada tenía que esperar ya del Papa, y Alberoni ansiaba el capelo. Aunque éste no tenia carácter ninguno oficial, con todo, era el verdadero Ministro y favorito del Rey, ó por mejor decir, de la Reina, que á la vez mandaba en su esposo. Decidió, pues, Alberoni al Rey á que enviase contra los turcos la escuadra

(1) El Sr. Cantillo sostiene que el Concordato del Marqués de la Compuesta se llegó á firmar por Aldobrandi y por el Marqués. Pidiósele á éste que lo exhibiera para las negociaciones en 1736. Pero ni en las oficinas de Estado ni entre sus papeles se encontró, y hubo de exhibir una copia simple de él, que da dicho Cantillo (pág. 299). En verdad que fué torpeza del Gobierno y del Marqués, si es cierto que éste perdió el original ya firmado, cosa que parece increible. Por la copia se ve que las condiciones impuestas á la Santa Sede eran más duras que las de los otros Concordatos en aquel siglo.

(2) Este hecho lo consignó Alberoni en su Apología, y ha sido admi→ tido como cierto por los historiadores.

prevenida de antemano con ocho mil hombres de desembarco. Esta escuadra llegó á tiempo de salvar á Corfú de manos de los infieles: el Papa agradecido concedió al Rey los subsidios eclesiásticos que se le habían retirado. Entre tanto Alberoni concluyó un convenio con la Santa Sede, que tuvo por principal objeto abrir el tribunal de la Nunciatura. Ninguna cuestion se resolvió en él, á ningun Prelado de España se consultó para ello, ni se reformó ningun punto de disciplina. En tan delicado asunto procedió Alberoni de la misma manera que si se tratara de un arreglo mercantil con Inglaterra (1).

§. 8.

Indignos manejos de Alberoni: 1717.

Otro conflicto inesperado vino á retardar la reconciliacion con la Santa Sede. En reemplazo del Cardenal Giudice había sido nombrado Inquisidor general D. José Molines, embajador de España en Roma. Al atravesar por Milan con un salvoconducto del Emperador, se le detuvo por el gobernador austriaco, poniéndole preso en la ciudadela y ocupándole todos los papeles, los cuales se enviaron á Viena. Esta violacion del derecho de gentes produjo una nueva guerra, de cuyas resultas Felipe V se preparó, aprestando una escuadra en Barcelona. Oponiase Alberoni á la guerra, temeroso de sus resultados y de perder su anhelado capelo; pero los cortesanos y el P. Daubenton, que otra vez tomaba parte en los negocios á título de confesor, estaban por ella (2). Alberoni, viendo esta inevitable, dió órden para que no se permitiera entrar en España al Nuncio de Su Santidad, que se hallaba ya en Perpiñan: al mismo tiempo escribía á Roma para manifestar que la escuadra se equipaba contra los turcos, y apurando para la concesion del capelo, como condicion sine qua non, para que la expedicion marchara á su destino y la reconcilia

(1) Véase este llamado Concordato en la Obra del Sr. Cantillo, página 300. No se inserta en el Apéndice por la escasa importancia que ha merecido en nuestra historia.

(2) William Coxe, t. I, pág. 203.

cion de las dos Cortes se llevara á cabo. En vano el Cardenal Giudice se opuso á la concesion del capelo, pues Su Santidad, deseando á todo trance la reconciliacion, preconizó esta gracia en el consistorio secreto de 10 de Julio de 1717. Inmediatamente se despachó un correo con esta nueva, y Alberoni por su parte allanó el regreso del Nuncio y la apertura de su tribunal. De esta manera jugaban con los destinos de la Iglesia y de la nacion aquellos dos extranjeros, en mal hora venidos á España.

Luego que Alberoni se vió investido con el Capeio, se burló de la credulidad del Papa Clemente, y en vez de dirigir la escuadra contra los turcos, salió contra la isla de Cerdeña, ocupada por los austriacos, y de la cual logró apoderarse el ejército español (1). Saciada la ambicion, era preciso saciar la codicia; así es que obtuvo del Rey se le diesen por via de pension y alimentos las rentas del arzobispado de Tarragona, á la sazon vacante, y que se le presentase para el obispado de Málaga. Mas pareciéndole poco aquella mitra, cuyas bulas acababa de recibir, consiguió que el Rey le presentase para el arzobispado de Sevilla. De esta manera el Rey reformista de la Iglesia de España y el favorito advenedizo, jugaban con las iglesias de nuestra patria, y se burlaban de las leyes que prohibían dar beneficios á extranjeros, ¡y á qué extranjeros! Cansada la Santa Sede de tantos desaires, exigencias y desaciertos, puso algunos obstáculos al despacho de la nueva presentacion. Exigió que Alberoni hiciese renuncia formal del obispado de Málaga, que se consintiera á los Obispos de Vich y Sacer regresar á sus obispados, y que devolviera las rentas del arzobispado de Tarragona, que había ocupado. No se necesitó más para que estallara la cólera del nuevo Cardenal. Mandó salir nuevamente de España al Nuncio, que ya ántes por varios desacuerdos habia cerrado su tribunal, escribió al Cardenal Aquaviva que hiciera salir de Roma á todos los españoles, inclusos los religiosos, y convertido de repente en

(1) El Papa dirigió un Breve muy sentido, quejándose de aquella mala accion, y que se atacasen los Estados del Emperador cuando se veía atacado por los turcos. El Nuncio tambien dió quejas, pero en vano, pues Felipe ardía en deseos de venganza.

furioso regalista, arrancó al Rey un decreto, que no lo hubiera dictado el mismo Macanaz. Mandábase en él que la Junta magna expusiese al Rey los agravios que había padecido y estaba padeciendo en sus regalias en materia de bulas de obispados, pensiones bancarias, reservaciones, espolios, vacantes, dispensas, apelaciones y estancias de españoles en Roma: eran cabalmente los puntos del Memorial de Macanaz. Mandaba además que se indicáran los medios de volver á la antigua disciplina, en que no se exigía la confirmacion pontificia de los Obispos, y que se procediese á la abolicion del tribunal de la Nunciatura. El decreto concluía con palabras injuriosas á la Santa Sede. Apenas se pudiera creer tal á no leerlo. El Papa por su parte había prohibido se siguieran cobrando el subsidio eclesiástico y las demas contribuciones que gravitaban sobre la Iglesia de España por concesiones pontificias; pero los eclesiásticos que se opusieron á la recaudacion fueron severamente castigados.

La Providencia no tardó en humillar al soberbio favorito: vióse privado de la gracia de los Reyes cuando menos lo podía esperar, siendo el agente de su ruina la Reina misma, que tanto le había sublimado. La Santa Sede y la corte de Madrid descargaron sobre él sus iras á porfia: prohibiósele entrar en los Estados Pontificios. Habiendo desembarcado en Génova el Papa le quiso prender, acusándole como culpable en causa de fe, por haber invertido el dinero recaudado de Cruzada y subsidio eclesiástico en hacer guerra á los Fríncipes católicos, y por haber impedido que los españoles acudieran por bulas á Roma. Para vindicarse publicó su apología, en que comprometió no poco á la corte de Madrid y su reputacion misma, haciendo revelaciones que manifestaban la perfidia de muchos de sus actos (1). Su objeto era probar que había sacrificado los intereses de España por los de Roma.

Tuvo tambien la desvergüenza de alegar por servicio el ha

(1) Pueden verse en la representacion de Macanaz al Rey para vindicar su conducta. Hé aquí un trozo: Non è nuovo artificio nella Espagna l'attacare benche ingiustamente su le costumi, e su la Religione, quelli que se vogliono opresi..... e facile à coprire sotto manto de Religione ogni imposture. ¡Qué frases en boca de un Cardenal!

« ÖncekiDevam »