yor gloria de Dios, salvacion de las almas y utilidad de la República. >> La ciudad de Sevilla presenció por el mismo tiempo con asombro el entierro del P. Fagundez (Fr. Manuel José), religioso exclaustrado de San Pedro Alcántara. Viéronse en su muerte aquellas escenas que acompañan siempre à las de los Santos: nueve dias antes de su fallecimiento, y en plena salud, avisó de ella á un sujeto en quien tenía confianza. En su entierro, para el cual no se convidó á nadie, acompañaban el cadáver del pobre religioso varios títulos de Castilla, el Jefe político, Alcalde-Corregidor, y otras muchas personas distinguidas. Los municipales que le acompañaban apenas podían defender el féretro de las oleadas del pueblo que se agolpaba á él. El P. Fagundez, en medio de su austeridad, era sumamente afable y bondadoso, cortés y atento, como lo son los Santos; incansable en el confesonario, humilde y pobrisimo, pero tambien limpio: jamás se le pudo hacer que aceptara ningun dinero, ni áun á título de misas. No se debe omitir al lado de estos piadosos varones la memoria del celoso magistral de Valladolid el Sr. Mazo (D. Santiago José García), cuyo nombre se ha hecho popular en España por las diez ediciones que en pocos años se han hecho de su Catecismo. Era sujeto tan austero y caritativo, como afable, modesto é instruido. El instituto del Cármen descalzo tuvo entre otros al Padre Acevedo, llamado comunmente el P. Cadete. Habíalo sido del cuerpo de Guardias de la Real Persona, pues era de una familia nobilísima de Astúrias. Tratando de huir á Portugal de resultas de un desafío, se ocultó en las Batuecas para hacer ejercicios espirituales. Allí vivió anacoréticamente y con altisima oracion y grandes mortificaciones, dotado de espíritu de profecía, segun dicen. Al notificarle la órden para dejar el desierto, como los demas de la comunidad, se negó á salir de allí; pero asegurando al alcalde de la Alberca que no le comprometería. Tres dias despues era enterrado en aquella iglesia, donde los serranos me enseñaron su sepulcro como el de un Santo, y con no menor respeto el árbol añoso en cuyo hueco vivía con gran molestia. Él fué el que en 1825, despues de haber dado ejercicios al TOMO VI. 14 canónigo de Plasencia D. Rafael de Lacalle, le aconsejó de pronto, y con gran extrañeza suya, que entrase jesuita. Hizolo así respetando aquel consejo como de inspiracion divina, y la Compañía ganó uno de los hombres más eminentes que ha tenido en este siglo. Nombrado confesor de la familia del Infante D. Cárlos, en 1831, siguió á la familia de éste en su emigracion y adversa fortuna. Más adelante y cuando casó D. Cárlos con la Princesa de Beira, el P. Lacalle se retiró á Italia (1840), donde vivió con gran edificacion, hasta que la revolucion le echó de Roma á Malta, donde murió en 1848, y fué enterrado con gran respeto hasta de las autoridades protestantes de aquella isla. En aquella época poco afortunada tampoco faltaron sábios en la Iglesia de España, á pesar de la acusacion de oscurantismo con que se la insultaba. Al lado de nuestros célebres canonistas puede figurar dignamente el señor Cardenal Inguanzo, cuya obra acerca de la confirmacion de los Obispos apura completamente la materia, y cierra la boca á los que, invocando contínuamente la disciplina antigua, ni tienen las costumbres, ni las ideas antiguas, ni quieren volver á todas las prácticas antiguas, sino sólo á las que sirven para sus miras. El Sr. Gonzalez (D. Tomás), bibliotecario mayor de la Biblioteca real (ahora nacional) y confesor de la Reina, concluyó de publicar la Coleccion visigoda, segun los códices puros que aún se conservan tanto en ella como en el Escorial y algunas iglesias de Cataluña. Veníase trabajando en esa desde el tiempo del P. Burriel, y se acabó al estallar la revolucion de 1820. Como publicistas figuraron tambien D. Alberto Lista, más conocido como literato, y D. José Duaso, diputado en las Córtes del año 12, canonista profundo y muy versado siempre en economía política. Nada dirémos de los Obispos Tavira y Torres Amat, ni de Villanueva (D. Joaquin), Lumbreras y Llorente. Casi todos ellos pertenecían por su edad, sus antecedentes, y sobre todo por sus ideas, al siglo pasado más bien que al presente. Varias de sus obras han merecido la desaprobacion de la Santa Sede. Algunos de ellos han dado á luz otras obras, que son leidas con aceptacion por los católicos. Tal es el Año cristiano, de Villanueva, escrito con mucho gusto y criterio, y modelo de estilo limpio y lenguaje castizo. Acerca de su hermano Fr. Jaime Villanueva, se dijo ya anteriormente. Los errores de Llorente fueron impugnados por el Sr. Nafria, Obispo de Coria, siendo penitenciario de Calahorra, deseando reparar el mal que había hecho con sus escritos jansenísticos aquel canónigo de la misma iglesia de Calahorra El mismo Sr. Nafria escribió tambien la Apología de la Religion, fundada en el apostolado de San Pablo. Entre los Prelados escritores controversistas de nuestros dias, no se debe omitir al venerable P. Velez, Arzobispo de Santiago, autor de la obra titulada Preservativo contra la irreligion, y de que se hicieron dos ediciones en los años 1812 y 13, y de la Apología del Altar y del Trono, que obtuvo gran popularidad desde el año 1818 en que la dió á luz, siendo Óbispo de Ceuta. En defensa de ella dió un apéndice en 1824. Por aquel mismo tiempo el Sr. Carrasco Hernando, Obispo de Ibiza, daba á luz su Coleccion eclesiástica española, y era uno de los colaboradores de la Biblioteca de Religion (1). A falta de escritores de teología, la Iglesia de España presenta un número considerable de literatos y poetas. Escoiquiz, Lista, Gallego, Reinoso, Arolas, Bedoya, y áun el mismo Balmes, han enriquecido la literatura española con las inspiraciones de su imaginacion. Lista, el más popular y sobresaliente de todos ellos, tiene composiciones dignas de figurar al lado de las de Leon y Rioja por su entonacion y valentía: la oda á la muerte de Jesús forma ya parte de nuestra literatura clásica. El dean de Orense D. Juan Manuel Bedoya se dedicó á poner en verso castellano los libros poéticos de la santa Biblia, bajo el título de Los poetas inspirados. Su genio activo y laborioso hizo que le sobrara tiempo para otras varias obras que dió á luz, como Las instrucciones cristianas para los militares, el Manual del cristiano y un cuadernito con el título de Pranotionum theologicarum specimen. (1) Consta la primera de catorce tomos en 8.o marquilla. La segunda consta de veinte y cinco tomos en el mismo tamaño, у contiene una compilacion muy curiosa y bien hecha de las mejores obras escritas en el extranjero en materias religiosas hasta el año 1825. CAPITULO IX. TRIBULACIONES DE LA IGLESIA DE ESPAÑA DURANTE LA MENOR EDAD DE DOÑA ISABEL II. §. 75. Nueva lucha entre el Clero y el Gobierno constitucional. Fernando VII bajó al sepulcro prematuramente, despues de un año de enfermedad, ó por mejor decir de lenta agonía (29 de Setiembre de 1833). Encargóse de la gobernacion del reino su viuda Doña María Cristina de Borbon, durante la menor edad de su hija. Al frente del Consejo de Gobierno nombrado en su testamento figuraba el Cardenal D. Juan Francisco Marco Catalan, que se hallaba en Roma, el cual no creyó oportuno venir á España. Durante el último año de la vida del Rey, algunos relámpagos de revolucion habían indicado ya la próxima tempestad. El Obispo de Leon, á quien se había mandado salir de la corte, se había fugado de aquella ciudad, despues del levantamiento de los voluntarios realistas. Los Prelados convocados á la jura de la Princesa concurrieron á ella (1). La Reina Cristina en el manifiesto dado á la nacion, pocos dias despues de la muerte del Rey, decía (4 de Octubre) entre otras cosas:-<< La Religion y la Monarquía, primeros elementos de vida para la España, serán respetados, protegidos, mantenidos por mí en todo su vigor y pureza. El pueblo español tiene en su innato celo por la fe y el culto de sus padres la más completa seguridad de que nadie osará mandarle sin respetar los objetos sacrosantos de su creencia y adoracion: mi (1) La cuestion de legitimidad no es propia de una historia eclesiástica, como tampoco el habiar de los sucesos de la Granja en 1832. HISTORIA ECLESIÁSTICA DE ESPAÑA. 213 corazon se complace en cooperar y presidir á este celo de una nacion eminentemente católica, en asegurarla de que la religion inmaculada, que profesamos, sus doctrinas, sus templos, y sus ministros, serán el primero y más grato cuidado de mi Gobierno... Yo mantendré religiosamente la forma y las leyes fundamentales de la Monarquía, sin admitir innovaciones peligrosas, aunque halagüeñas en su principio, probadas ya sobradamente por nuestra desgracia. » A pesar de estas ofertas todos conocieron la imposibilidad en que la Reina viuda se vería bien pronto para cumplirlas. Pocos fueron los clérigos que tomaron parte en los primeros levantamientos: solamente Merino y algun otro avezado á la vida aventurera de. las guerrillas, trocó el ministerio de paz por el sangriento ejercicio de las armas: entre ellos el canónigo Echevarría, capturado cerca de Medina de Pomar, fué fusilado. El Gobierno por su parte maltrataba al Clero de hecho y de palabra, y los términos en que se redactaban las Reales órdenes relativas á él, más bien parecían arranques de oradores de café, que de Ministros de la Corona. La desconfianza era mútua, y las disposiciones del Gobierno, desde principios de 1834, comenzaban á revelarla. Prohibióse (9 de Marzo) la provision de prebendas y beneficios eclesiásticos, exceptuando los que llevaban cura de almas, las prebendas de oficio y las dignidades con presencia en los cabildos. Los frutos de las vacantes se debían aplicar exclusivamente á extinguir la deuda del Estado. Dos meses despues el Gobierno principiaba á manifestar desconfianza de las autoridades eclesiásticas (8 de Junio); y exigía que los Provisores fueran nombrados á gusto suyo, no contentándose ya con la mera aprobacion auxiliatoria. Algunos decretos dados contra los conventos, de donde se marchaban frailes á la faccion, y la tibieza en las relaciones con la Nunciatura, indicaban ya la próxima explosion. Con todo, Gregorio XVI no retiró su Nuncio hasta que los graves desaciertos de la Regencia y los excesos de la revolucion le obligaron á ello. Léjos de eso, las bulas del Sr. Romo, Obispo de Canarias nombrado por Fernando VII, vinieron á nombre presentacion de la Reina Isabel (1). y (1) Consignó este hecho (que habla muy alto en pro de la Santa Se |