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La obra más notable de mística por aquel tiempo es la de Confesion y Comunion, por el P. Fr. Manuel Jaen, capuchino, cuya fama y lectura ha durado hasta mediados de este siglo, en que cambiado el gusto, hemos dejado la lectura de nuestros ascéticos por las traducciones de los extranjeros. Las ediciones del libro del P. Jaen en el siglo pasado fueron tantas, que se llegó á perder la cuenta. Escrito aquel libro con gran sencillez, fervor y naturalidad, estaba al alcance de la capacidad de los niños y de la gente del pueblo. Por lo demás, el P. Jaen era misionero muy fervoroso; predicaba como escribía. Interrumpia á veces sus sermones con algunas composiciones poéticas que improvisaba con facilidad, y letrillas, que hacia repetir y cantar al pueblo, con gran edificacion de éste. Murió en Valladolid á la edad de sesenta y tres años (1739).

Los benedictinos de Monserrat tuvieron tambien al célebre lego Fr. José de San Benito, que despues de haber sido soldado y llevado una vida muy disipada, entró de albañil en la obra de aquella iglesia. Habiendo tomado el hábito emprendió una vida de asombrosa penitencia. A pesar de no tener estudios ni saber latin, explicaba la Sagrada Escritura con superiores luces. Sus tratados sobre mística revelan estas y su gran piedad. A pesar de las instancias que se le hicieron no quiso ordenarse, y murió de lego, á la edad de sesenta y nueve años, despues de una penosa enfermedad (1723).

La oratoria sagrada, tan majestuosa y varonil en España durante el siglo XVI en manos de Santo Tomás de Villanueva y San Francisco de Borja, el maestro de Avila, Fr. Luis de Granada, Andrés Capilla, y el venerable Lanuza, había venido á ser desde mediados del siglo XVII un juego ridículo de palabras sonoras, pero vacías de sentido, y de textos de la Sagrada Escritura malamente citados y peor traidos.

Achácase la culpa de este lamentable extravío al trinitario español Fr. Hortensio Félix Paravicino, sujeto muy influyente en la corte de Felipe III, y áun consultor suyo en negocios de Estado. Es muy comun cuando se ve un mal echar la culpa de él á una sola persona, que quizá fué victima de las circunstancias. De la corrupcion de la poesía cúlpase á Góngora, de la prosa á Gracian, de las bellas artes á Churriguera; pero gongorismo, el gracianismo y el churriguerismo significan en

el

estas tres cosas lo que en oratoria sagrada pudiéramos llamar paravicinismo, es decir, la hinchazon y la vanidad en las palabras y apariencias, sin realidad verdadera. Mas ¿quién no observa que la oratoria sagrada tuvo que seguir la suerte de todas las cosas de la Nacion, y que cuando todo adolecia de miserable soberbia, no era extraño que hasta el púlpito se contagiara de ella? En este caso los sujetos á quienes se mira como primeros prevaricadores en sus respectivos géneros, más bien fueron víctimas que causantes: cada uno de ellos en su clase era hombre de génio y de talento: los imitadores serviles, queriéndolos remedar, los pusieron en caricatura.

La mayor parte de los sermones del siglo XVII y primera mitad del XVIII están escritos en una jerigonza estrambótica é indescriptible. En las portadas mismas se amontonan conceptos tan heterogéneos, que de puro estupendos rayan en estúpidos. En el Florilogio, de funesto recuerdo, la Iglesia es parnaso frondoso, Cristo es la fuente Aganipe, San Jerónimo es un escintilante fanal de la Iglesia, el martirio de San Lorenzo es un catastro de fuego, y el mismo Mártir es un fénix soasado.

En vano algunos Santos, y hasta la misma venerable madre de Ágreda, censuraron aquel extravío: en vano el Sr. Barcia (D. Andrés), Obispo de Cádiz, escribía sus Dispertadores eucarístico y cuadragesimal, y pretendía enseñar el modo de volver á la buena senda. Tradujéronse los preciosos Sermones del P. Señeri, y se circularon los del portugués Vieira; pero en vano: el mal había echado muy profundas raíces. Ocurriósele entonces al jesuita Isla valerse del medio que había ensayado Cervantes con buen éxito contra los libros de caballería, y escribió la sátira de Fr. Gerundio de Campazas, alias Zotes, en que de paso ridiculizaba los malos estudios que se hacían entónces en todas nuestras aulas. La obra tuvo un éxito portentoso, y se arrebataban los tomos tan pronto como se ponían á la venta. Ofendidos los Gerundios verdaderos, denunciaron la obra al Santo Oficio (1). ¡Cosa rara! se consentian

(1) Del Indice expurgatorio de España pasó al de Roma, donde continúa. Dicen que el Papa aplaudió la idea cuando se le habló de ella: quizá no pasa esto de un dicho. El libro del Fray Gerundio se inició en

los originales feos, y se rompían sus retratos. El P. Isla probó que en sermones que corrían impresos y aprobados, había absurdos y despropósitos más garrafales que los mismos que él había puesto en boca de Fr. Gerundio. Desde entonces este apodo ha quedado para designar á un orador disparatado: por una rara coincidencia los sermones del P. Isla tienen no pocas gerundiadas: Cervantes, que escribía contra los libros de caballería, daba á luz el disparatado libro de Persiles y Segismunda. A pesar de los esfuerzos y gran éxito del Gerundio no se logró extirpar fácilmente la raza de los predicadores gerundianos.

§. 22.

Reaparicion del buen gusto: conatos para escribir la Historia eclesiástica.

Desde 1726 había principiado el P. Feijóo á publicar su Teatro crítico contra las bárbaras preocupaciones de su tiempo y á levantar algun tanto el deprimido criterio histórico, tan rebajado desde mediados del siglo anterior. Sólo así, y en una época de semibárbaro retroceso, pudiera haberse procedido contra las obras de Bolando y Papebrochio, mientras se cundían los desatinados cuentos del martirologio de Tamayo y los delirios de Argaiz. Pero desde el reinado de Fernando VI, vencidas ya las primeras y mayores dificultades, pudo aquel ilustre benedictino remontar su vuelo apoyado por el favor regio, y defendido por el no ménos célebre P. Sarmiento, su discípulo, muy reputado entre los eruditos y críticos de Madrid. El Teatro crítico y las Cartas eruditas de Feijóo sirvieron mucho para popularizar la crítica razonada y juiciosa, y desterrar abusos. Sus escritos, ya poco importantes, fueron de una trascendencia inmensa en su tiempo.

El jesuita Burriel trabajó con infatigable celo en registrar nuestros archivos con mucho tino y actividad. Fernando VI,

Salamanca, cuando estaba allí el P. Isla. Este y otros jesuitas solían divertirse leyendo en la quiete los disparates escolásticos y oratorios que se vertían alli á cada paso en conclusiones y sermones.

que sin el aparato y ruido pedantesco del reinado siguiente, protegia las artes y las ciencias, al paso que pensionaba á Feijóo, costeaba los trabajos de Burriel, fomentados por el P. Rávago, confesor del Rey: grandes trabajos é investigaciones jurídicas y eclesiásticas hizo en varios archivos, sobre todo en los de Toledo. La traicion que derribó del Ministerio á Ensenada, por cuenta de Inglaterra, no mató solamente nuestra marina, sino que asesinó tambien los trabajos de Burriel, codiciados por los grajos literarios de aquel tiempo. A pesar de las protestas de Burriel, y de estar en embrion y sin coordinar los manuscritos, se los arrancaron malamente, lo cual le afectó en tales términos, que hubo de costarle la vida.

La Bibliografía sacra (1) del trinitario Fr. Miguel de San José, despues Obispo de Guadix, es obra sumamente curiosa y erudita, y como tal apreciada de los sábios. Pero aún lo es más la Biblioteca hispana antigua y nueva, que había publicado á fines del siglo XVII el presbítero y sábio bibliófilo D. Nicolás Antonio, caballero de la Orden de Santiago, y que revisó y aumentó en el siguiente, é imprimió con gran lujo tipográfico el célebre crítico y filólogo D. Francisco Perez Bayer, adicionándola con muy curiosas notas é ilustraciones. Esta obra es única en su clase, pues las demas bibliografías posteriores son parciales, ó de reinados, de institutos religiosos, ó provincias determinadas.

Otros muchos clérigos seculares brillaron tambien por sus grandes conocimientos en materias de crítica é historia, entre ellos el Dean Martí, de Alicante, célebre numismático y anticuario, y el Dean Infantas de Toledo, que reunió un precioso monetario (2), y ayudó á Burriel y Flórez en sus investigaciones en el riquísimo archivo de aquella Santa Iglesia: D. Clemente Aróstegui, Auditor en la Sacra Rota romana, muy versado en historia eclesiástica, escribió una exhortacion sobre ella estando en Roma (3) y otra sobre la venida de Santiago á España.

(1) Madrid, 1740: cuatro tomos en folio.

(2) Lo legó á la universidad de Alcalá, y fué robado el año 1809 por los franceses, segun dicen.

(3) Véase el preámbulo de esta obra, tomo I.

Entre los canónigos reglares se distinguieron los premonstratenses D. Jaime Pascual, anticuario infatigable y crítico profundo, D. José Marti, barcelonés, y D. Jaime Caresmar, todos tres del monasterio rígido y observante de Bellpuig de las Avellanas: Caresmar era muy versado en la historia de Cataluña y en el arte diplomática, de que hizo digno alarde en su Memoria sobre archivos (1).

(1) Véase en el Semanario erudito de Valladares, tomo XXVIII. Sobre estos tres premonstratenses del célebre monasterio de las Avellanas véase á Villanueva, tomo XII de su Viaje literario, carta 89.

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