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rente (1), autor nada sospechoso en esta materia), áun cuando en nada se hubiesen variado las leyes de la Inquisicion, adoptaron principios de moderacion, desconocidos en el reinado de los Príncipes de la casa de Borbon. Viéronse, es verdad, de tiempo en tiempo algunos rigores por motivos poco importantes; pero he leido causas de este reinado, en que se mandó sobreseer, áun cuando las pruebas fuesen más concluyentes que las de otras, que en tiempo de Felipe II bastaban para condenar á los acusados á la pena de muerte. Sin embargo, es preciso convenir que en medio de este sistema de moderacion el número de causas era todavía inmenso; porque se admitían toda clase de denuncias, se examinaban sin pérdida de tiempo los testigos de la sumaria, á fin de ver si resultaba algun cargo de los que eran tenidos en aquel tiempo de preocupaciones por graves. Si de cada cien causas empezadas hubiera habido tan sólo diez juicios, el número de penitenciados sería muy superior al del reinado de Fernando V; pero no era ya el mismo tribunal, y en casi todas las causas se sobreseía cuando iba á decretarse la prision de los acusados. Como los resultados habían enseñado á los jueces á obrar con más cuerda lentitud, con frecuencia no pasaban adelante, despues de oir los cargos; método desconocido en tiempo de Torquemada y de sus primeros sucesores. Adoptábanse siempre medios moderados, para que el acusado acudiese al lugar en que estaba reunido el tribunal, con pretexto de tratar algun negocio. Se le hacía entrar secretamente en la sala de justicia del tribunal, y se le hacían saber los cargos que contra él resultaban del sumario. Despues de contestar se retiraba, no sin ofrecer que volvería á comparecer otra vez en cuanto se le avisase. A veces se abreviaba la sustanciacion terminándola con una sentencia, que imponia tan sólo al acusado una penitencia secreta, que cumplía, sin que nadie, excepto el comisario del tribunal, tuviese de ello noticia, y sin que le hiciese perder la consideracion de que gozaba entre las gentes, salvando así el honor de las personas y de las familias. »>

Dicese que en tiempo de Cárlos III hubo ya conatos de suprimir el tribunal de la Inquisicion. Roda, à quien se hace fa

(1) Historia de la Inquisicion, tomo IV, pág. 79.

vor en calificar sólo de jansenista, presentó al Rey varios documentos para probar que se había tratado de hacerlo en tiempo de Felipe I, Cárlos V y Felipe V, es decir, por los Reyes extranjeros que habían subido al trono español. Cárlos III por toda respuesta contestó á Roda:-Los españoles la quieren, y á mí no me estorba. -Tomáronse entónces algunas medidas parciales para coartar el poder de la Inquisicion. Entre otras se inhibió á los inquisidores el prohibir ningun obra de escritor vivo, sin oir á este judicialmente, y saber cómo interpretaba sus palabras (1662). Algun tiempo despues la Inquisicion encausó á los Ministros Roda, Campomanes, Aranda y Floridablanca y á los Obispos que componían el Consejo extraordinario de 1767, acusándolos de filosofismo y jansenismo. Con este motivo se limitó aún más el poder de la Inquisicion, á fin de poner á cubierto á los Ministros que defendiesen las regalías de la Corona. Prescribióse por una Real cédula (1770) que la Inquisicion en adelante sólo conociera en los delitos de herejía contumaz y de apostasía; pasando las causas de blasfemia, bigamia, sodomía, y otras de que conocía la Inquisicion, á los tribunales ordinarios. Más adelante (1784) se prohibió castigar á ningun título, Ministro del Rey, ni oficial del ejército ó magistrado, sin que S. M. revisara el proceso.

Se ve, pues, que á fines del siglo pasado y principios del presente la Inquisicion ya solamente era una sombra de lo que había sido. Decayó todavía más con la aficion del inquisidor Arce á Godoy, y con su posterior afrancesamiento.

§. 25.

Expulsion de los Jesuitas.

TRABAJOS SOBRE LAS FUENTES.-Coxe, cap. 65 y el adicional en la edicion española (tomo IV, pág. 185). Cretineau-Joly: Clemente XIV y los Jesuitas, cap. II (pág. 151 y sig. de la traduccion española: Madrid, 1848). —Juicio imparcial sobre el extrañamiento de los Jesuitas: obra inédita atribuida al Abate Hermoso, testigo presencial (1).P. Aug. Carayon: Charles III et les Jesuites... docum. ined. Paris 1868.

Las medidas imprudentes de Esquilache para reformar el traje español, y los cohechos de su pandilla acaparando las provisiones para los abastos de la corte, habían servido de pretexto en Madrid para un motin popular, que se aumentó por falta de energía y el miedo espantoso de los cortesanos. Una mano oculta excitaba al populacho á cometer desórdenes: el pueblo de Madrid quedó tan á sus anchas en aquel pronunciamiento, que envió todo un calesero por embajador al Rey, el cual había huido á refugiarse en Aranjuez. Los Jesuitas consiguieron calmar á algunos de los sublevados; pero aún lo consiguió más la mano de hierro del Conde de Aranda, el cual, aunque amigo de Voltaire y los enciclopedistas, entendía muy poco de achaques de soberanía popular. Buscóse el origen del tumulto y se designó por fautores á los Jesuitas (2): á los

(1) Para conmemorar el aniversario de la tropelía de 1767, publiqué una série de artículos titulada 1767-1867, que se publicó luego en un folleto. Impugnólo el Sr. Ferrer del Rio, á quien repliqué en otra série de artículos publicados en otro folleto titulado La Corte de Cárlos III.

(2) Refiere Cretineau-Joly que al tiempo de morir el Duque de Alba entregó al inquisidor general Beltran una declaracion firmada por él mismo, declarando él haber sido uno de los autores del motin. Añade Cretineau-Joly que en el Diario del protestante Cristóbal Murr (tomo IX, pág. 222) se dice que el Duque hizo entregar igual declaracion á Cárlos III en 1776. (Véase la obra de Clemente XIV y los Jesuitas, en la nota á la pág. 153 de la segunda edicion de Madrid).

Bien puede creerse esto del que vendido á la política de Inglaterra, contribuyó á las intrigas de Keene para derribar á Ensenada. En el motin de Esquilache hizo que se dieran vivas á Ensenada, de cuyas resul

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ojos de los cortesanos era un crímen haber contribuido á cortar un motin que ellos habían provocado, y la popularidad de que gozaban los Jesuitas con la gente pobre se les acumuló por crímen (1). Amontonáronse contra los Jesuitas cuantos cargos pudo inventar la imaginacion fecunda de los Ministros. Se les acusó de haber querido erigir sus misiones del Paraguay en reino independiente, y de oponerse á la beatificacion del venerable Palafox y del hermano Sebastian del Niño Dios. En verdad que poco les importaba á los Ministros de Cárlos III que hubiera en los altares un Santo más ó ménos, pues á ninguno rezaban; pero se valieron de aquellos expedientes como armas de partido. Contábase el venerable Palafox entre los enemigos de los Jesuitas, si bien este había dirigido sus tiros contra determinadas personas, manifestando su aprecio respecto de otros muchos individuos de la Compañía. Así que la beatificacion de Palafox se consideraba como un triunfo contra los Jesuitas. Con este objeto se mandó á las catedrales y universidades que recomendasen la causa, segun estilo, y estas lo hicieron como cosa de oficio. Los Jesuitas y los émulos de Palafox habian divulgado la noticia de que este Prelado pertenecía á la secta jansenista, entresacando proposiciones sueltas de sus obras para probar esto, ni más ni ménos que había hecho Pascal en sus Cartas provinciales contra los Jesuitas, aunque con distinto objeto. Los Carmelitas descalzos vindicaron al venerable Palafox de esta calumnia, y de algunas otras (2). Pero en el estado en que se hallaba la cuestion, la Santa Sede procediendo con su habitual prudencia, sus

tas se volvió á confinar á este honrado español. El Abate Hermoso, testigo presencial, atribuyó el motin al Duque de Alba y su pandilla.

(1) El motin era insignificante. El Duque de Arcos se comprometió á dispersar á los amotinados con una carga de caballería. Pero esto no convenía al Duque de Alba y su pandilla, que exageraban la importancia del motin. El susto de Cárlos III fué tal, que al llegar á Aranjuez huyendo, hubo que sangrarle á toda priesa.

(2) Janseniani erroris calumnia à Ven. Episcopo Joanne de Palafox sublata (Mantuæ Carpetanorum, 1773: un tomo en 4.o) En ella se descubre entre otras cosas el soborno del notario Albear, en 1647, para que metiese en el protocolo de su amo una declaracion apócrifa de Escobar, compañero del Venerable, con cargos tan exorbitantes, que rayan en inverosímiles y absurdos.

pendió por tiempo dado la causa de la beatificacion, para dar espacio á que las pasiones encontradas se calmasen. Atribuyóse esta sábia y oportunísima disposicion á intrigas de los Jesuitas; y Azara escribió sobre ello una carta terrible, llena de hiel contra los Cardenales y personas adictas á la Compañía. Pero este furor mismo indica á las claras los motivos nada cristianos por que se anhelaba la beatificacion; no como vindicacion del virtuoso Prelado, sino como triunfo del filosofismo sobre los Jesuitas. Es seguro que la mayor parte de los cortesanos que promovían la beatificacion de Palafox detestaban en su interior á este tanto como á los Jesuitas.

Por lo que hace á la del hermano Sebastian, la Santa Sede nunca trató sériamente del asunto. Pero Cárlos III era fanático por aquel lego, que, como se ha dicho, siendo niño le habia profetizado que sería Rey de España: esta profecía no era una cosa estupenda para quien conociera la ambicion de la Reina madre y la esterilidad del matrimonio de Fernando VI; pero Cárlos III le dió tal importancia, que no dudó de las luces sobrenaturales del lego, y llevaba consigo de contínuo unas oraciones que le había dado (1). Manifestar á Cárlos III que los Jesuitas tenían la culpa del retraso de esta beatificacion era herirle en lo vivo. Aun así difícilmente se hubiese arrancado al Rey una órden tan apremiante y cruel, si no se hubiese acudido por los ministros á un medio infame, que si llegara á probarse cubriría de mayor ignominia á sus autores. Dicese que se fingió una carta del General de los Jesuitas, en que se decía por este que se habían reunido los documentos necesarios para probar que Cárlos III era hijo adulterino: aparentóse interceptar este pliego, que se puso en manos del Rey. Fácil es conocer la explosion que esto causaría en el ánimo de un hombre como Cárlos III. Sea lo que quiera acerca de esta dudosa anécdota, ello es que se consiguió persuadir al Rey de la necesidad de expulsar á los Jesuitas. Las disposiciones se tomaron con un secreto impenetrable. Es preciso renunciar á la descripcion de aquella medida terrible, que alejó de España en un dia y á una hora dada tantos celosos eclesiásticos y tantos sábios que honraban á la Iglesia y á la literatura española, y

(1) Véase la nota de la pág. 64.

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