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ESTABLECIDO EX PROFESO PARA DIFUNDIR

LAS DOCTRINAS ORTODOXAS, Y VINDICARLAS DE LOS ERRORES DOMINANTE

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HEMOS espuesto ya en el número anterior, algunas consideraciones sobre la libertad religiosa; espondrémos ahora otras bajo el título de libertad de conciencia, que es uno de los dogmas del liberalismo, procurando descubrir, por qué su práctica es siempre contraria á su teoría, y por qué bajo el nombre de libertad, oculta una persecucion encarnizada á la Iglesia católica. Algo hay en esto de contradictorio; algo que choque y que repugne mutuamente: algo en que no esté de acuerdo la verdadera significacion de las palabras, con las ideas, que por medio de ellas se quieren espresar. Cuando las definiciones concuerdan con la cosa definida, no resulta al ponerlas en paralelo turbacion ni desconcierto: el entendimiento concibe con claridad el objeto que se le propone, y si la doctrina es de aquellas que se reducen á práctica, ja

LA CRUZ.-TOMO V.

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mas sus resultados desmienten lo que se esperaba de ella. La libertad filosófica de conciencia produce indefectiblemente la persecucion del cristianismo: luego en ella existe un contraprincipio que es necesario poner en evidencia.

La lucha de todos los errores contra la única verdad, es tan antigua como el mundo, porque está en la naturaleza misma del error y de la verdad, los cuales no pueden transigir ni aun darse treguas: el uno destruye de necesidad al otro. Por eso aquella doctrina religiosa que sea combatida de todas las demas, tiene en solo esto un carácter decidido de verdad y de certidumbre. La razon es muy sencilla. No puede haber mas que una religion verdadera, así como no hay mas que un Dios. La unidad de Dios y la unidad del culto, son ideas tan estrechas, tan correlativas, ó por mejor decir, tan unas y tan idénticas, que no se pueden tocar separadamente. Habiendo muchas religiones, forzoso es que todas sean falsas, y una sola cierta; luego aquella á quien todas persiguen demuestra por el mismo hecho tan noble carácter.

Ahora bien: la libertad de conciencia, que inscribe el liberalismo en sus estandartes, abre la puerta á todas las sectas, ó como él las denomina, á todas las creencias: necesario es pues, que termine por hacer guerra á muerte á la religion revelada. El contiene en el cuerpo de sus monstruosas doctrinas, principios inconciliables con las máximas de la recta razon y de las buenas costumbres: los errores dogmáticos que llama en su apoyo, adolecen de los mismos defectos; ¿cómo pudiera no perseguir al único obstáculo que le hace frente en su camino de depravacion? Maravilla fuera, si obrara de otro modo. Pero veamos la cuestion bajo otro aspecto.

Se trata de libertad de conciencia: pues bien, ¿qué cosa es libertad? ¿qué cosa es conciencia? Libertad, en su sentido absoluto, es la facultad de hacer sin trabas todo aquello que la voluntad desea: en su acepcion relativa, única en que puede tomarsele racionalmente cuando se aplica á los hechos, es la facultad de hacer lo lícito. ¿Qué cosa es conciencia? Es la ciencia interior que tenemos del bien y del mal, para hacer el uno y evitar el otro: es una luz que no nos es dado estinguir; es un juez inflexible á quien no es posible corromper. Decir pues, que hay libertad de conciencia, es lo mismo que decir, que hay luz en quien cabe la facultad de alumbrar ó no alumbrar, y juez que puede lícitamente inclinarse á la iniquidad, ó á la justicia. La conciencia no es libre, no, porque es el intérprete de la ley natural, y la ley natural no es libre, sino necesaria á la especie humana, para el régimen de sus acciones. Podrá el hombre sujetarse ó no á ella, pero no dejará la luz de presentarle sus delitos con su espantosa deformidad, ni cesará la voz del juez de condenar sus acciones. La conciencia no es, pues, libre. Los liberales la confunden con el albedrío, pero es porque en sus delirios se acostumbran á confundirlo todo, empezando por lo bueno y por lo malo, por el vicio y la virtud. Su conducta es una prueba palpitante del grado á que pueden llegar los estravíos del entendimiento. Sin embargo, en medio del aturdimiento que los rodea, encuentran ellos mismos que su conciencia no es libre, y que el remordimiento viene de cuando en cuando á derramar sus gotas de hiel en el corazon.

Si el hombre hubiera permanecido en la inocencia primitiva, no necesitaria de otra guía en sus acciones que de la conciencia, porque exento el entendimiento de error, no veria mas que la verdad. Öscurecida ahora esta noble potencia, y sublevadas las pasiones contra ella, se estravía algunas veces la conciencia, no por falta de rectitud en sí misma, sino deslumbrada por las falsas apariencias que la rodean; y para esto se le ha dado la ley divina. Esta tiene dos objetos: ilustrar á la conciencia para la verdadera apreciacion de las cosas, y fijar lo lícito ó ilícito de las acciones, con toda claridad. Si la conciencia fuera libre, no solo pudiera ir contra sus propios sentimientos, sino que la ley seria inútil. La conciencia y la ley son dos cosas que concuerdan maravillosamente: dejada en libertad la primera, viene á ser innecesaria la segunda.

Si por libertad de conciencia se entiende la libertad de cultos, es decir, la indiferencia para admitir en el Estado todas las religiones, entonces las dificultades que obran contra esta doctrina son de otro género, porque están enlazadas con el órden público. En otros números de nuestro periódico hemos tratado estensamente esta materia, y á ellos remitimos á nuestros lectores: ahora nos limitarémos á una que otra breve observacion. Prescindamos de que toda religion se supone á sí misma necesaria para la santificacion del hombre; que esta conviccion produce en lo moral resultados diferentes y aun opuestos, tomando unos sectarios por bueno lo que otros estiman por malo; y que esta diferencia ha de ser por necesidad trascendental á lo político, ocasionando divisiones y alborotos, incompatibles con el reposo de los ciudadanos. Es de advertirse que no hay hasta ahora pais sobre la tierra, que dé á la tolerancia religiosa el desarrollo que quiere darle la prensa liberal de México, convirtiéndola en libertad absoluta de cultos, la cual los abraza todos, aun los mas sangrientos. Los Estados-Unidos que se nos proponen como modelo de libertad en esta parte, no reconocen mas comuniones, que las que llevan el título de cristianas. La libertad de cultos en el sentido que el liberalismo la usa, abriga una idea monstruosa, incapaz de ponerse en planta, pero sí de causar con solo intentarla, trastornos irremediables en la sociedad.

Lo que hay de cierto en esto, es, que toda religion, sea la que fuere, descansa por necesidad en el principio de la intolerancia; porque toda religion, ya que no sea depositaria de la verdad, finge ó supone que lo es. La religion verdadera es intolerante, como lo son las ciencias y las demostraciones, que jamas han transigido, ni transigirán con los que tengan la locura de hacerlas decir ó enseñar lo contrario de lo que dicen o enseñan. Como el catolicismo se sobrepone á las sectas todas, así por la santidad de su dogma, como por la pureza de su moral, es condicion suya que todas las sectas se le declaren enemigas; y por eso cuando una política partidaria é imprevisiva, les abre la puerta en una nacion católica, lo primero que hacen es batir en brecha el dogma dominante, coligándose todas para estirparlo. De aquí nace ese odio profundo á la Iglesia, ese empeño en envilecer á sus ministros, y esa avidez para despojar á los templos y á los conventos de sus riquezas. Los liberales hacen coincidir sus medidas violentas contra el cle

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ro católico, con sus predicaciones de tolerancia; mas esta coincidencia no es casual, sino forzosa, como hemos dicho antes. La libertad en boca de ellos es sinónimo de persecucion.

A la voz de libertad de conciencia, se presentan los protestantes esparciendo diversas confesiones de fé, y apoderándose de los despojos del catolicismo: vienen los deistas sembrando sus dudas y su incredulidad: vienen los ateos poseidos de una rabia frenética contra la divinidad; viene la filosofía, con millares de sistemas fabricados de intento para la felicidad del género humano: vienen los especuladores, monopolizando los bienes piadosos: vienen en fin todos los errores. Y ¿á qué?-A perseguir á la Iglesia, á destruir sus altares, y á proscribir su culto. ¿A qué? á cerrar los colegios, los hospitales, las casas de asilo y de misericordia. Y todo esto ¿para qué? para aumentar á ciertos ricos sus caudales, harto mal habidos ya con la usura, y lanzar á la carrera del crímen á algunas personas, que vivian antes en una ociosa pobreza.

Las religiones falsas predican la libertad de conciencia, mientras no llegan á sobreponerse á la verdadera: luego que lo consiguen se hacen la guerra unas á otras, porque en el fondo de cada una existe el gérmen de la intolerancia. Esta y el proseliteismo son caracteres peculiares de toda religion, sea la que fuere. El católico prueba y estiende su fé con las armas de la razon, el hereje con las del sofisma, el mahometano con la espada, el idólatra con la supersticion, y hasta el deista y el ateo se valen del orgullo y del interes para propagar sus dudas ó sus negaciones. El catolicismo es en la realidad el mas tolerante (tomando esta palabra en su recto sentido), porque si bien reprueba el error, compadece al que está envuelto en él, y no le obliga á dejarlo si no es por medio del convencimiento.

La libertad de conciencia, de que hace alarde el liberalismo, es una quimera, bajo cualquier aspecto que se le considere.

CUESTION SESTA.

Soberanía del pueblo.

He aquí uno de los medios mas seductores para formar prosélitos: se ha dicho á la comunidad entera que es soberana, y cada uno de los que la componen se juzga tambien un soberano pequeño. De aquí resultan como consecuencia lógica la insubordinacion y la anarquía.

Si el pueblo es soberano, ¿dónde está el vasallo? Ya hemos manifestado en otra parte, que hay relaciones incompatibles en un mismo sugeto, como la de padre é hijo, señor y siervo, superior y súbdito, etc. Volvemos pues á preguntar: Siendo el pueblo el soberano, ¿dónde está el vasallo? Si él manda ¿quién obedece?

En este sistema, el gobierno no es mas que un apoderado del pueblo. Pues bien, ¿por qué el pueblo ha de tener precisamente apoderados? Los tendrá ó no los tendrá, segun le venga mas á cuento. Pero veamos la cuestion por otro lado.

La soberanía absoluta no existe entre los hombres, sino que está fue

ra de la sociedad. Hay un órden general á que todas las naciones deben someterse: su mayor ó menor sumision á él, marca precisamente los grados de su civilizacion, de su poder y de su cultura. Tal es la ley natural; ley que como un círculo inmenso abraza dentro de sí á todas las positivas, si es que han de merecer el nombre de leyes. La ley natural dada por el Criador, está fuera de la soberanía de los hombres, y la de estos no es por lo mismo absoluta, sino relativa. Sus disposiciones tienen una regla prévia que seguir, ó sea una forma preexistente á que amoldarse.

La voluntad humana es ilimitada, y si de ella naciese la soberanía, resultaria tambien ilimitada. ¿Quién no ve en esto el principio del despotismo? Poco me importa que la autoridad resida en uno ó en muchos, si no ha de tener mas medida que el antojo del que manda; antes será peor, porque la multitud de voluntades haria el yugo mas duro. El hombre lo quiere y lo desea todo, hasta la injusticia: su voluntad no puede ser por esto la regla de sus acciones. Hay una potencia á que debe sujetarse, que no es ella, y que está fuera de ella.

Al atribuir á todos los hombres el derecho y el ejercicio de la soberanía, se les ha dicho que eran enteramente libres, lo que tambien es falso. La soberanía colectiva y la libertad razonable, son incompatibles: aquella solo se combina con la anarquía. Toda sociedad que ejerce la soberanía sobre sí misma, se convierte en una tropa de esclavos: sí, esclavos de la voluntad comun, que cambia á todas horas; esclavos del azar y de la movilidad de los votos; esclavos, en fin, de los mas audaces y de los mas atrevidos, que son los que tienen arte de atraer la multitud á sus deseos, engañándola y corrompiéndola.

Dar al pueblo en masa la soberanía, es constituirlo por el hecho mismo déspota y tirano: su legislacion carece no solo de principios fijos, sino de asiento y duracion. Si el pueblo tiene el derecho de formar su constitucion, tendrá igualmente el de alterarla á su antojo, con razon ó sin ella: si tiene el derecho de hacer una, hará ciento, porque es condicion del pueblo el ser inquieto y veleidoso; y si tiene el derecho de quitar una autoridad, las quitará todas, porque estando él, que es la única, todas las demas vienen á estar de sobra.

¿Quién garantiza á una sociedad su duracion, y á los individuos su bienestar? Las leyes fundamentales, que abrazan dos estremos: por el uno reconocen un hecho, que es el modo de ser de la sociedad, tomado del carácter y género de vida de sus habitantes, de sus profesiones, de sus necesidades, del suelo en que viven, del clima, &c.: por el otro establecen un derecho, en todo lo que toca al régimen civil. La perpetuidad de este órden es el que hace estables las naciones, y felices á los ciudadanos. ¿Quién lo será en una sociedad, cuyas leyes fundamentales, se pongan diariamente á discusion? Las leyes y los tribunales garantizan los patrimonios, las herencias, la posesion de los bienes y el fruto del trabajo. ¿Pero se tendrán estas garantías, cuando leyes dictadas por una mayoría viciosa ó seducida, pueda con un acto de su voluntad, subvertir el órden existente y entablar otro nuevo tan efímero como aquel? Todo hombre, se dice, es soberano; ¡pero lo es el que perteneciendo á la minoría, pierde votacion, y queda reducido

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