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infieles Lorenzos, muy pacíficos y tímidos; que huyen apenas oyen el menor ruido.

De Yanahuanca salió el P. Plaza con Fr. Luis Bieli para Huánuco; pasando desde allí á Lima el primero, y quedándose en Ocopa el segundo. Llegado á la capital el P. Plaza, se vió colmado de merecidos elogios y atenciones, por parte del Gobierno y de las personas mas notables de la poblacion. El congreso señaló tres mil pesos anuales á él y sus sucesores en la Prefectura de las misiones, para atender á la subsistencia del Padre que debia haber en el Pozuzo, y á la perfeccion del camino hasta el Mayro. La prensa limeña se esmeró tambien por su parte en dar publicidad á los hechos mas notables de la vida de este apostólico varon, publicando circunstanciadas reseñas de los hechos mas notables de su laboriosa vida. Permaneció en Lima el P. Plaza hasta el año 1845, en que se internó por el Mayro en el Ucayali: pero no pudo permanecer mucho tiempo con sus queridos neófitos, pues al año siguiente la República del Ecuador, le eligió Obispo de Cuenca; y habiendo recibido las Bulas pontificias en Agosto de 1847, hubo de pasar á hacerse cargo del gobierno de su diócesis, á la avanzada edad de setenta y cuatro años. Por espacio de otros ocho rigió su obispado, cumpliendo los deberes de un verdadero pastor: su celo infatigable aun allí le condujo á buscar las ovejas errantes y perdidas; pues entró repetidas veces en territorio de los infieles, enclavado dentro su jurisdiccion, hallándole la muerte ocupado en santos trabajos entre la grey que el Espíritu Santo le habia confiado.

CAPITULO VII.

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Llegada de nuevos religiosos y trabajos apostólicos de los
misioneros entre los fieles.

Antes de proseguir la historia de nuestras misiones entre infieles, con la relacion de lo sucedido despues de la promocion del R. P. Plaza al obispado de Cuenca, bueno será que echemos una ojeada sobre los trabajos de los Padres misioneros en las poblaciones civilizadas de la República, en cierta manera cuasi tan necesitadas como los infieles de los cuidados de los ministros del Evangelio. Tan necesitadas, decimos; porque si entre los salvajes era preciso predicar las verdades de la fé á las inteligencias, para formar segun aquella las virtudes del corazon, tambien en las poblaciones ya cristianas y civilizadas se hacia indispensable hablar al corazon con la palabra de Dios, para estirpar los vicios, enfrenar las costumbres, y consolidar así con la caridad en los corazones, la fé en las inteligencias.

A dar satisfaccion á esta necesidad, que tan imperiosasamente se dejaba sentir, dedicó sus primeros cuidados el R. P. Chimini, á quien habia sido preciso dejar las misiones de infieles, para venir á desempeñar el cargo de guardian de Ocopa, para el cual habia sido electo en el Capítulo celebrado en el mes de Agosto de 1843. Viendo este celoso Prelado, que por la muerte de algunos religiosos la Comunidad quedaba reducida al corto número de cinco sacerdo

tes y algunos pocos legos, envió desde luego á Europa al R. P. Fr. Fernando Pallarés como comisionado para reunir una nueva mision, el cual con las limosnas que suministró la piedad de los peruanos, pudo traer de Europa doce sacerdotes, y siete entre legos y donados. La mision salió del puerto de Génova el 14 de Mayo de 1845, aportando en el Callao en 17 de Setiembre del mismo año despues de un viaje feliz. Durante su estancia en Italia, el P. Pallarés se habia proporcionado el cuerpo del glorioso mártir San Vidal, cuya preciosa reliquia se trajo consigo, en una elegante urna tal como se venera hoy dia en este Colegio; adquirió tambien para nuestra iglesia varios ornamentos, cálices y misales, y varias herramientas y otros útiles para los infieles.

Muy bien recibidos hubieron de ser en Lima los Padres recien llegados, y como entre ellos hubiese algunos que habian ejercitado ya su celo predicando misiones en Italia, el Ilmo. Sr. Arzobispo D. Javier de Luna Pizarro, se interesó vivamente para que antes de marchar á su colegio dichos Padres predicaran algunas misiones en la capital. Quedáronse, al efecto, nueve y predicaron en la iglesia del convento grande de nuestro padre San Francisco una mision que duró cerca de un mes, haciendo algunas pláticas instructivas por la mañana, esplicacion del decálogo y sermon moral por la noche, con cánticos patéticos análogos á la mision; todo segun el estilo de Italia, cuyo método hemos ido observando, en las contínuas misiones que predicamos, con gran fruto de las almas.

La novedad de este método, y sobre todo el celo de los misioneros, sirvió á los fines misericordiosos de la Providencia para la conversion de las almas; pues fué tan fructuosa esta mision, que el Sr. Arzobispo, ofició á todas las Comunidades religiosas, para que por turno hubiese todo el dia confesores en las respectivas iglesias para administrar el santísimo sacramento de la Penitencia á la gran multitud de fieles que se acercaban á recibirlo. El concurso era tan numeroso, que la iglesia de San Francisco, con ser de las

mas capaces de Lima, estaba enteramente cuajada de fieles, de modo que á peticion del Prelado debieron ponerse guardias á las puertas para evitar la confusion, concluidos los ejercicios de cada dia. El dia de la comunion general, recibieron al Señor seis mil personas, sin contar los que comulgaron durante la mision y despues de concluida.

Desde muchos años no recordaba Lima un espectáculo semejante. Viéronse acercar verdaderamente contritos al tribunal de la Penitencia un sinnúmero de pecadores públicos de toda clase y condicion, celebráronse muchos matrimonios, y se hicieron cuantiosas restituciones, se quemaron centenares de libros prohibidos, y desde entonces se notó mayor concurrencia á los templos y mas frecuencia de Sa

cramentos.

Tan ópimos resultados sin duda excitarian el rencor del espíritu maligno, que veia perder su dominio sobre tan gran número de almas, y tal vez fué á instigacion suya que el Gobierno, que entonces tenia la República, en vez de proteger á la mision y ausiliarla, conforme debe hacer un Gobierno católico, se quejó al señor Arzobispo con frívolos pretestos de política para impedir la permanencia de los Padres misioneros en la capital, lo que fué causa de que estos no pasasen al Callao, donde tan útiles hubieran podido ser, y se retirasen desde luego á su Colegio.

Llegados á Ocopa los nuevos misioneros, su primera atencion fué establecer en el Colegio la disciplina regular en la forma que prescriben las Bulas Inocencianas; y una vez organizado el régimen interior de la Comunidad, prosiguieron con nuevo empeño los apostólicos trabajos á que su vocacion les destinaba. Por de pronto no pudieron enviarse muchos religiosos á las misiones del Ucayali, pues habiéndose desentendido por completo el Gobierno de ausiliarlas con los fondos con que antes lo hacia, no le era posible al Colegio de Ocopa sufragar por sí solo los cuantiosos gastos que exigian. No obstante, ausiliado con las limosnas que le suministra la piedad de los fieles peruanos, ha podido soste

ner constantemente, cuatro, cinco, y hasta siete sacerdotes en los países de infieles.

Si, empero, las circunstancias impidieron á los Padres de Ocopa dar á estas misiones el impulso que hubieran deseado, no por eso debieron mantener inactivos su celo y su caridad. La ruidosa mision de Lima, de que acabamos de hablar, dispertó en muchísimos pueblos de la República el deseo de oir la palabra de Dios, y de aprovecharse de los singulares beneficios que reporta una mision, facilitando á los pueblos la reforma de las costumbres, que entonces, generalmente hablando, estaban allí muy estragadas. Así fué que de todas partes acudian á porfía al Prelado de Ocopa, solicitando misioneros que les instruyesen en las verdades de la religion, y les enseñasen el camino para salir del mal estado en que muchos se encontraban. Con sumo placer accedió el Prelado y todos los Padres á las ardientes súplicas y cristianos deseos de los pueblos, y muy pronto salieron de Ocopa varios misioneros, que por espacio cuasi de dos años consecutivos fueron predicando las verdades eternas á la ciudad de Ica con todo su valle, á Palma, Nasca, Pisco, Chincha y toda la costa del Sud perteneciente al arzobispado de Lima; y pasando despues al Norte, dieron misiones en Yungay, Carhuas y Huaras. Mientras estos religiosos predicaban en las ciudades y pueblos de la costa, otros hacian lo mismo en la sierra, en el mismo arzobispado de Lima y obispado de Ayacucho. Al efecto recorrieron toda la provincia de Jauja, la de Huancayo, Pampas, Huancavélica, Huanta, Ayacucho y Andahuailas, predicando misiones á los pueblos y dando ejercicios espirituales al clero y á los monasterios de religiosas. De esta manera fué como el celo de los Padres de Ocopa hizo sentir sus saludables efectos sobre todas las clases y estados de la sociedad.

No reposaron por mucho tiempo los Padres despues de estos apostólicos trabajos, toda vez que los pueblos á que no habia aun llegado su palabra evangélica la solicitaban con vehemencia, y su caridad infatigable no les permitia

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